Hago referencia a una publicación, “Problemas de la política autónoma: pensando el pasaje de lo social a lo político” que puede ser consultada en http://argentina.indymedia.org/news/2006/03/385420.php, Ezequiel Adamovsky, respondido por Profesor J, “De como los autonomistas aniquilan la autonomía social. Respuesta a Ezequiel Adamovsky”, disponible en http://clajadep.lahaine.org/articulo.php?p=6431&more=1&c=1. Lo hago en realidad en preocupación mayor por formas del discurso que se hacen mirando desde la frontera sin cruzar las vallas.
Me disculpo en anticipación por abundar en las citas del escrito de Adamovsky en crítica, extenso, farragoso para mi gusto, lo hago para dar unidad a este otro mío, mayores razonamientos se encontrarán de remitirse a los sitios mencionados.
El texto pretende ser político y lo que hace es embozadamente un análisis de psicología social. Mala psicología social, adelanto, aquella de la psicología de las masas. Decir hacer política y en realidad hacer apreciaciones acerca del dinamismo de las relaciones interpersonales es caer, en lo que por ahí se dice, en una ausencia de ética que considere al otro como un ser real a tener en cuenta.
Para adelantar en el comentario, otra celada que tiende este texto es deslizar afirmaciones expresadas en pleno modo verbal indicativo, aquello que se dice que es como tal es, de manera que si las dejamos pasar hemos pisado ahora el resorte de la trampa para el zorro, ya nunca más podremos zafar de ahí hasta que nos venga a buscar el cazador de pieles.
Dice: “En cualquier forma de cooperación social subsiste una tensión ineliminable entre los deseos y necesidades de la persona… y aquellos del colectivo”. Subsiste, tercera persona modo de indicación de la realidad, para más contundencia inexcusable, de aquí en más, quizás sin percibirlo, todo el monto de intencionalidades que contiene el escrito ha quedado sellado. Pichon Rivière repentinamente se vuelve inútil, esto no se ha discutido nunca y no hagamos nada porque esto es de esta manera.
El mundo es un mundo tal, en el que nos desenvolvemos con un cuerpo de aceptaciones, aquello que llamamos la realidad, aquello que el psicoanálisis, también tramposamente, ha llamado sentido de la realidad. Lo que el mundo, el mundo real, el de ahora, el de estos días, está advirtiendo, es que tal cuerpo de aceptaciones debe, debiera, derivarse de la libertad de ser aceptado, de haber sido deliberado. De otra forma se asienta el dogma, la ideología, el autoritarismo que sostiene fundamentos en interés de grupo, interés de clase, para provocar asociaciones más claras. Si esto es lo que ha querido sostener este escrito lo ha hecho en forma equivocada.
Este requerimiento de poner al mundo en deliberación, por querer decir poner en discusión las formas de relación social, es precisamente la expresión que se contiene en el momento político que se expande por los cuatro cardinales. Ser un mundo tal, es alguna forma de comprender el mundo. Lo que ha producido el cartesianismo hegemónico, por decirlo burdamente, es engendrar una condición de lo esencial que habría de determinar, que habría de forzar, las condiciones de lo existencial. Dicho en criollo, déjate de pensar, hay cosas que ya están pensadas y descansa en la cómoda reposera de los principios inmutables, aquello que es aceptado que no pueden cambiar.
Precisamente de lo que se trata, hasta ahora no he reclamado a la palabra autonomismo, es de resolver las tensiones entre lo individual y lo colectivo. Lo colectivo integrado por aquellos individuales. Lo que no es eliminable es la tensión que provoca la existencia de un colectivo, supuesto como una esencia de la forma de organizarse los humanos, que no resultan ser más que unos algunos devenidos en dominantes opresores. La tensión anotada es propia de esa relación de opresión, con esa noción de aceptación que lo colectivo fuera esta relación de opresión en la que estamos incluidos.
El mismo procedimiento de análisis sucede con “… una política emancipatoria que… se presente como una fuerza puramente destructiva del orden social… no contará nunca con el apoyo de grupos importantes de la sociedad… y esto es así por que los prójimos perciben (correctamente) que tal política pone en riesgo la vida social actual… propone un salto al vacío para una sociedad que por su complejidad no puede asumir ese riesgo”. Agrega: “A la hora de repensar nuestra estrategia, en indispensable tener en cuenta esta verdad fundamental: el carácter constitutivo e inmanente de las normas e instituciones que, sí, permiten y organizan la opresión y la explotación, pero que también y al mismo tiempo estructuran la vida social toda”.
El esfuerzo por esto que llamo el modo verbal indicativo en las expresiones de Adamosky es expresión de lo que él llama en otro lugar que “…las relaciones mercantiles y de clase nos han ido moldeando como sujetos de modo tal, que reproducimos nosotros mismos las relaciones de poder capitalistas” (los subrayados son todos propios de él). El “todos” a continuación lo incluye: “… todos experimentamos en mayor o menos medida, consciente o inconscientemente, la angustia por la continuidad del orden social y de nuestras propias vidas…”
No es lícito transformar una interpretación psicosocial en una de estrategia de acción. Todo neurótico experimenta ante la propuesta de su terapeuta esta sensación de salto al vacío. Entre el momento que dio lugar a este ser que es y esta propuesta de cambio, entre la muerte de lo que debe dejar de ser y el nacimiento de lo distinto, existe la experiencia de un instante anterior a la adquisición de lo nuevo donde necesariamente no está lo uno ni lo otro. En el medio hay un hueco, la expresión salto al vacío, la imaginación que no confía en que habrá de alcanzar la otra orilla o la fantasía de caer irremisiblemente en la nada. Es necesario olvidar un saco, para tomar el otro, hay un instante en que nos quedamos sin saco alguno.
La angustia por la continuidad del orden social es un existente. Y también es un modo de dominación. La común expresión de que no hay nada más peligroso que un burgués asustado refleja de otra manera esta misma situación. El miedo de encontrar que el cajero automático deja de darle dinero o que en la gasolinera no haya naftas. No es lícito legitimar las normas e instituciones que… estructuran la vida social toda…, aunque reconozcamos que… sí, permiten y organizan la opresión y la explotación.
Por lo que yo sé – y lo que he experimentado – no hay angustia alguna por la continuidad del orden social en quienes no perciben ninguna noción de orden en ese llamado orden social, sino sólo de persecución, exclusión, privaciones.
Lo que nos queda de esta controversia es “el carácter constitutivo e inmanente de las normas e instituciones” y en el texto esto queda representado en la tan argumentada ansiedad por alguna forma de institucionalización de las experiencias autonómicas. Que no es más que una sofisticada forma de reincidir en las propuestas del sistema. La angustia insostenible tiene la forma del temor por porvenires insospechados, el no poder sostener la búsqueda, el no poder demorarse, se confunde con el no dar tiempo, pedir definiciones, interrumpir procesos en marcha. No hay inocencia en esto de no poder acompañar un proceso porque éste no se acomode a definiciones académicas conocidas. O porque haga demorar en la urgencia de generar hegemonías partidarias.
Esta ansiedad sólo se satisface si se diera una “capacidad de vivir de acuerdo a reglas definidas colectivamente… instancias que no surgen necesaria ni espontáneamente de cada grupo o individuo, sino que son fruto de acuerdos variables que cristalizan en prácticas e instituciones específicas” Un estado sólido semejante se da de esta manera en el capitalismo, sólo que los acuerdos refieren a encuentros previos y la variabilidad a las tensiones por disputas de excedentes.
Yo lo he oído, no me lo han contado, a un compañero, que para ridiculizar, decía que debíamos convocar a una asamblea para discutir quién se había llevado una pala. Y es un lugar común en los movimientos el “hagamos una asamblea” por ver si mate amargo o mate dulce.
El primero era un ataque a las asambleas y el segundo también lo es, de los peores, porque como chiste cala fácil en la comprensión. Y es cierto, la asamblea es un procedimiento en creación. Está en creación porque algo se ha interrumpido. Si en lugar de hablar de pueblos originarios habláramos de nuestros ancestros, el proceso generacional que interceptó la colonización, por seguro que habitaríamos otras formas políticas, pero aplicado a esta forma de consenso, seguramente que en cada barrio habría gradas para cotidianas asambleas.
No las hay, Cristobal Colón mediante. Reparando la historia, las asambleas se han radicado para quedarse. El Garraghan hace asambleas, el subte hace asambleas, Gualeguaychú y Colón, distinta composición social, se resuelve en asambleas. Neuquén lucha en asambleas. Toda Sudamérica hace asambleas. La asamblea inaugura, sortea aquella ruptura colonizadora, reinaugura nuevas formas rituales, la ronda. Todos frente a frente. Discutíamos con un arquitecto compañero quien no podía entender la razón por la que propiciábamos un lugar de reunión circular, su cultura universitaria lo llevaba al pastor delante, el pueblo en rectángulo enfrentado.
Algo ha cambiado al decir que algo está cambiando. Sólo que asentarse en las dificultades, la ridiculez de la pala o el dulce del mate, la predominancia del suelto de palabra, la retención del inhibido, si se quiere, la perversión del psicópata, es colocar al frente las dificultades, intencional o no, para interrumpir. No es menos revelador que la propuesta sea volver a la construcción evangélica, alguna forma atenuada de la representatividad democrática, tratando de evitar el tiempo, la demora necesaria, para que esto se desenvuelva.
Julio Chueco
Marzo 2006