Drástica baja de los cultivos
Alerta agrícola
Editorial de El Nuevo Siglo
UN país que pierde su agricultura está condenado a perecer en la globalización. Incluso las naciones más globalizadas son las que más defienden su agricultura. En Colombia, por el contrario, se piensa que pertenecer a la modernidad es denigrar de la agricultura como un elemento cavernario.
Sin embargo, en un país como Colombia, donde prospera el narcotráfico a partir de los cultivos ilícitos, la ampliación de la cobertura agrícola debería servir para combatir el flagelo. En efecto, el cultivo de hoja de coca resulta la base de la agricultura ilícita, en la medida en que no existe alternativa para quienes viven de ello, porque es un cultivo fácil y de crecimiento rápido en climas y tierras donde no suelen producirse otras cosas.
De otra parte, no obstante, también es cierto que los cultivadores de hoja de coca surgieron a partir de las diversas crisis agrícolas en determinados productos, como el algodón y el sorgo, en los últimos treinta años. De esta manera se crearon jornaleros itinerantes que terminaron por establecerse más allá de la frontera agrícola y se dedicaron a los cultivos ilícitos. Por eso no deja de ser curioso que cuando se viaja a los llanos del Yarí o a los sitios donde se cultiva coca, aparezcan costeños, cundinamarqueses y vallunos, como si fueran raizales de esas tierras. Quiere decir, pues, que en principio los cultivadores ilícitos terminaron de bagazo de la agricultura.
El mejor aliciente para la paz es la creación de una buena política agrícola. Esto, que suena a retórica, no lo es tanto, en la medida en que así se comprendiera fervorosamente y no sólo como palabras de cualquier seminario. Uno de los problemas que tiene Colombia consiste en que más de la mitad de su territorio permanece sin explotar, deshabitado y sin Estado. Podrá recurrirse a toda la represión que se quiera contra los cultivos ilícitos que allí se producen, pero mientras no exista la debida infraestructura y la explotación de la tierra, no habrá paz.
En general, durante los últimos quince años, los burócratas han preferido la mentalidad de que es mejor recurrir a la importación de alimentos que a la siembra. Posiblemente ello resulte más barato e incida positivamente en la baja de la inflación, pero al mismo tiempo ha dejado un problema social sin redención. La agricultura, que es la primera instancia de la economía, sigue siendo el sector más consentido de los países industrializados, pese a su escaso aporte al Producto Interno Bruto. Ni en Estados Unidos, Francia, Italia o España, se les ocurriría desproteger a los agricultores a cambio de importaciones generalizadas, mientras que en Colombia, un país de mediana categoría económica, sucede todo lo contrario. En esas naciones, a la inversa, existe una gigantesca política agrícola que no sólo incluye la protección a los precios, sino que encarna todo un sistema educativo, de salud y de tecnología, dedicada a las gentes que viven del campo.
En Colombia se pensaba que la llamada Seguridad Democrática serviría de acicate para mejorar la agricultura. No ha sido así. Mientras se resguardan las carreteras y se ha recuperado cierta confianza en los hacendados, el negocio agrícola y ganadero viene descendiendo concomitantemente. En los últimos quince años, incluido el primer trimestre del 2006, Colombia ha perdido alrededor de 700 mil hectáreas de cultivos lícitos. Sólo en el último año se han perdido alrededor de 170 mil hectáreas, lo que demuestra el poco interés en el asunto. Si bien la seguridad ha generado plusvalía en el precio de la tierra, el significado del negocio ha perdido fuerza.
El tremendo bajonazo del cultivo de arroz, entre el 2005 y el 2006, demuestra que el país sigue cediendo en ese terreno. La clara tendencia a la baja en los cultivos de maíz, sorgo y trigo, anuncia una crisis agrícola en corto tiempo. Esto es más claro aún cuando se observa que mientras la economía nacional crecía alrededor del 5%, el sector agrícola lo hacía en 2.5%, ahora con decidida tendencia a la baja. Ese crecimiento agrícola se debió, en buena parte, a la subida en los precios del café y del azúcar que, sin embargo, hoy empiezan a estabilizarse o a bajar.
Es obvio que el país requiere la adopción masiva de la biotecnología, la adecuación de las tierras, la reconversión de algunos cultivos y el abaratamiento de insumos. Pero más allá de esto, que no es nuevo para nadie, se necesita saber si el Estado lo que quiere es adoptar un modelo importador de alimentos o mantener la producción colombiana. Lo que se ha demostrado es que vamos por el camino de lo primero, mientras hipócritamente y sin resultados se dice que se quiere lo segundo.