Las instituciones disciplinarias

22.Sep.06    Análisis y Noticias

Las instituciones disciplinarias han secretado una maquinaria de control que ha funcionado como microscopio de la conducta; las divisiones tenues y analíticas que han realizado han llegado a formar, en torno de los hombres, un aparato de observación, de registro y de encauzamiento de la conducta. En esta maquinas de observar, ¿Cómo subdividir las miradas, cómo establecer entre ellas relevos, comunicaciones? ¿Qué hacer para que, de su multiplicidad calculada, resulte un poder homogéneo y continuo?

El aparato disciplinario perfecto permitiría a una sola mirada verlo todo permanentemente. Un punto central seria a la vez fuente de luz que iluminaría todo, y lugar de convergencia para todo lo que debe ser sabido: ojo perfecto al cual nada se sustrae y centro hacia cual están envueltas todas las miradas.

Pero la mirada disciplinaria ha tenido, de hecho, necesidad de relevos. Mejor que un círculo, la pirámide podía responder a dos exigencias: ser lo bastante completa para formar un sistema sin solución de continuidad –posibilidad por consiguiente de multiplicar sus escalones, y de repartirlos sobre toda la superficie que controlar; y, sin embargo, ser lo bastante discreto para no gravitar con peso inerte sobre la actividad que disciplinar, y no ser para ella un freno o un obstáculo; integrarse al dispositivo disciplinario como una función que aumenta sus efectos posibles. Necesita descomponer sus instancias, pero para aumentar su función productora. Especificar la vigilancia y hacerla funcional.

Es el problema de los grandes talleres y de las fábricas, donde se organiza un nuevo tipo de vigilancia. Es diferente del que los regimenes de las manufacturas realizaban desde el exterior los inspectores, encargados de hacer aplicar los reglamentos; se trata ahora de un control intenso, continuo; corre a lo largo del proceso de trabajo; no recae –o no recae solamente –sobre la producción (índole, cantidad de materias primas, tipos de instrumentos utilizados, dimensiones y calidad de productos) , pero toma en cuenta la actividad de los hombre, su habilidad, su manera de trabajar, su rapidez su celo, su conducta. Y es también cosa distinta del control domestico del amo, presente al lado de los obreros y de los aprendices; ya que se efectúa por empleados, vigilantes, contralores y contramaestres. A medida que el aparato de producción se hace más importante y más complejo, a medida que aumentan el número de los obreros y la división del trabajo, las tares de control se hacen más necesarias y más difíciles. Vigilar pasa a ser entonces una función definida, pero que debe formar parte integrante del proceso de producción; debe acompañarlo en toda su duración. Se hace indispensable un personal especializado, constantemente presente y distinto de los obreros: “En la gran manufactura, todo se hace a toque de campana, los obreros son obligados y reprendidos. Los empleados, acostumbrados con ellos a una actitud de superioridad y de mando, que realmente es necesaria con la multitud, los tratan duramente o con desprecio; esto hace que esos obreros o bien sean mas caros o no hagan sino pasar por la manufactura.” Pero si los obreros prefieren el encuadramiento de tipo corporativo a este nuevo régimen de vigilancia, los patronos reconocen en ello un elemento indisociable del sistema de la producción industrial, de la propiedad privada y del provecho. A la escala de una fabrica, de una gran fundidota o de una mina, “Los gastos se han multiplicado tanto, que las mas módica infidelidad sobre cada renglón daría para el total un fraude inmenso, que no solo absorbería los beneficios, sino que provocaría la disipación de los capitales; …la menor impericia no advertida y por este motivo repetida cada día puede llegar a ser funesta a la empresa hasta el punto de aniquilarla en muy poco tiempo”; de donde el hecho de que únicamente unos agentes dependientes de manera directa del propietario, y adscritos a esta sola misión podrían vigilar “que no haya un solo céntimo gastado inútilmente, y que no haya un solo momento del día perdido” ; su papel será “ vigilar a os obreros, inspeccionar todos los trabajos, enterar al comité de todos los hechos”. La vigilancia pasa ser un operador económico decisivo, en la medida en que es a la vez una pieza interna en el aparato de producción y un engranaje especificado del poder disciplinario.

El mismo movimiento en la organización de la enseñanza elemental: especificación de vigilancia, e integración al nexo pedagógico. El desarrollo de las escuelas parroquiales, el aumento del número de sus alumnos, la inexistencia de métodos que permitieran reglamentar simultáneamente la actividad de una clase entera, con el desorden y la confusión consiguientes, hacían necesaria la instalación de controles. Para ayudar al maestro, se eligen a los “mejores” alumnos a una serie de oficiales, intendentes observadores, instructores, repetidores, recitadores de oraciones, oficiales de escritura, habilitados de tinta, cuestores de pobres y visitadores. Los papeles así definidos son de dos órdenes: unos corresponden a cometidos materiales (distribuir la tinta y el papel, dar sobrante del material a los pobres, leer textos espirituales los días de fiesta etcétera); los otros son del orden de vigilancia: los “observadores” deben tener en cuenta quien ha abandonado su banco, quien charla, quien no tiene rosario ni libro de horas, quien se comporta mal en misa, quien comete un acto de inmodestia, charla o griterío en la calle; los “admonitores” se encargan de “ llevar la cuenta de los que hablan o estudian sus lecciones emitiendo un zumbido, de los que no escriben o juguetean”; los “visitantes” investigan, en las familias, sobre los alumnos que no han asistido algún día a clase o que han cometido faltas graves. En cuanto a los “intendentes”, vigilan a todos los demás oficiales. Tan solo los “repartidores” desempeñan un papel pedagógico: hacen leer a lo alumnos de dos en dos en voz baja. Tenemos con esto el esbozo de una institución de tipo “de enseñanza mutua”, donde están integrados en el interior de un dispositivo único tres procedimientos: la enseñanza propiamente dicha, la adquisición de conocimientos por el ejercicio mismo de la actividad pedagógica, y finalmente una observación reciproca y jerarquizada. Inscríbese en el corazón de la práctica de enseñanza una relación de vigilancia, definida y regulada; no como una pieza agregada o adyacente sino como mecanismo que le es inherente, y que multiplica su eficacia.

La vigilancia jerarquizada, continua y funcional no es, sin duda, una de las grandes “invenciones” vinculado al interior a la economía y a los fines del dispositivo en que se ejerce. Se organiza también como poder múltiple, automático y anónimo; porque si es cierto que la vigilancia reposa sobre individuos, su funcionamiento ese l de un sistema de relaciones de arriba abajo, pero también hasta cierto punto de abajo arriba y lateralmente. Este sistema hace que “resista” el conjunto, y lo atraviesa íntegramente por efectos de poder que se apoyan unos sobre otros: vigilantes perpetuamente vigilados. El poder en la vigilancia jerarquizada de las disciplinas no se tiene como se tiene una cosa, no se transfiere como una propiedad; funciona como una maquinaria. Y si es cierto que su organización piramidal le da un “jefe”, es el aparato entero el que lo produce “poder” y distribuye los individuos en ese campo permanente y continuo. Lo cual permite al poder disciplinario ser al vez absolutamente indiscreto, ya que por doquier y siempre alerta, no deja en principio ninguna sombra y con tola sin cesar a aquellos mismos que están encargados de controlarlo; absolutamente “discreto”, ya que funciona permanentemente y en buena parte en silencio. La disciplina hace “marchar” un poder relacional que se sostiene a si mismo por sus propios mecanismos y que se sustituye la resonancia de las manifestaciones por el juego ininterrumpido de miradas calculadas. Gracias a las técnicas de vigilancia, la “física” del poder, el dominio sobre el cuerpo se efectúan de acuerdo con las leyes de la óptica y de la mecánica, de acuerdo con todo un juego de espacios, de líneas, de pantallas, de haces, de grados, y sin recurrir, en principio al menos, al exceso, a la fuerza, a la violencia. Poder que es en apariencia tanto menos “corporal” cuanto que es mas sabiamente “físico”.

JOSE FERNEY MONTES MORENO
Fundación Caósmosis