Totalidad y nuevos rumbos

28.Feb.07    Análisis y Noticias

Totalidad y Nuevos Rumbos.

de Jorge Luis Cerletti
La Fogata

Totalidad es una categoría de estirpe filosófica de marcada incidencia en el campo político. De allí que la crítica que realiza Mattini (1) incite a la reflexión.

El esbozo histórico que hace respecto a su aplicación en el imaginario socialista y sus puentes con el que se sustenta en el capitalismo resulta un pantallazo ilustrativo. Y algo poco usual es el rescate de la significación de lo coyuntural, de lo particular, en el cuerpo de ideas marxistas. Pero por otro lado, pone de relieve el sentido finalista que portó con notorias implicancias deterministas en su visión de futuro que en cierto modo lo emparenta con la “totalidad totalizante” de raigambre capitalista. Mientras lo primero tuvo que ver con la capacidad política que desplegó el movimiento socialista; lo segundo, si bien le otorgó una gran dosis de energía, lo proyectó dentro de un marco que resultaba más afín a lo que deseaba combatir. Digamos que esto último influyó en su lado oscuro con sus fuertes contradicciones que fueron socavando al principal movimiento liberador del siglo XX. Vale decir, que esa óptica totalizante incidió en su concepción sobre la representación, el poder, el rol del Estado y también en la vertiente economicista y productivista que se desarrolló bajo su sombra.

Aclaremos de entrada que lo anterior no desmerece en modo alguno las luchas ni las conquistas generadas por el socialismo ni pretende sacarlas fuera de su contexto histórico. Sí responde a una visión crítica comprometida con la causa de la emancipación que nutre las polémicas en curso las que, como es característico, emergen a posteriori de los acontecimientos. Y para su evaluación conviene recordar un principio básico del marxismo, el de la práctica como criterio de verdad. También es interesante el comentario que hace Mattini acerca de las “derrotas” transformadas en victorias como antídoto al culto del éxito tan en boga. Pero claro, para semejantes mutaciones se necesitan talento, creatividad y no tener miedo a arriesgarse con las ideas y acciones propias frente a situaciones nuevas que dejan sin el amparo de paternales “tutorías”. Y en el campo emancipatorio hoy resulta imprescindible abrir nuevos caminos despojados de “garantías” ilusorias.

Y ya metidos en la problemática actual, adentrémonos un poco más en el tema de la totalidad por las contradicciones que conlleva las que se relacionan con el debate político contemporáneo.

Vivimos inmersos en un sistema totalizador como lo es capitalismo, aún desde sus orígenes. Pero ahora la “percepción mundo” se ha amplificado notoriamente y cala hondo en lo cultural, lo económico y lo político atravesando las diferentes condiciones sociales. El desarrollo tecnológico debido al capitalismo ha alcanzado una incidencia planetaria sin precedentes y en vías de expansión. El tiempo y las distancias físicas se han acortado de manera espectacular potenciando los alcances del discurso hegemónico. Y si en el registro antropológico es más que improbable hallar etnias sin contacto con influencias externas, en la actualidad esto es prácticamente inexistente. Pero el “efecto mundo” es su reverso contradictorio que se da a través de las múltiples particularidades de gran heterogeneidad que configuran la diversidad de situaciones y contextos concretos. Luego, existe una fuerte tensión entre el imaginario hegemónico sustentado en el poder del gran capital con sus gigantescas corporaciones transnacionales y el amplio espectro de culturas y realidades locales sobre las que opera.

Dicha tensión se manifiesta plenamente en la fabulosa concentración de la riqueza que produjo un abismo entre sus beneficiarios y su “economía” del desperdicio y depredación del planeta en contraste con la amplia gama de empobrecidos cuyo extremo es la marginalidad de cientos de millones de personas. Esta “totalización” de las desigualdades y las injusticias crea fisuras reales que afectan al sistema y a la imagen “virtual” que construyen mediáticamente las minorías dominantes y que lo exhiben como lo único “posible” y capaz de una perfectibilidad social que, en verdad, se desplaza siempre a un futuro irrealizable en orden a las premisas que lo fundamentan.

Convengamos en que esa “totalización fallada” ha engendrado una capacidad productiva enorme junto a la universalización del mundo de la mercancía que le es inherente y que se ha expandido económica y culturalmente urbe et orbi. Esa simbiosis le ha conferido un poder sin precedentes luego de la implosión del campo socialista que generó el ensayo anticapitalista de mayor trascendencia de la historia.

Pero si a esta “totalización” del reino del capital en el planeta la calificamos de “fallada” es precisamente por sus efectos locales en donde se materializa. Y éstos son tan diversos como las situaciones que origina. Luego, debiéramos apreciar de un modo distinto las luchas y oposiciones que continuamente crea y recrea este orden social. Tratar de entender qué características pueden llegar a erosionar de manera sostenida al sistema sin que lo común de esas situaciones sea apropiado por nuevos centros totalizadores, vale decir, que no se erijan en conductores de un proceso que pertenece al conjunto.

Bajo esa óptica, aparecen en foco las “fallas” que se manifiestan en los efectos locales como expresión de las contradicciones que produce el sistema. Y mientras la “fuerza centrípeta” del mismo tiende a universalizar su presencia, ésta provoca la reacción “centrífuga” de los efectos que engendra generando una constelación de situaciones que abre nuevos interrogantes. Emerge entonces a primer plano la significación de las partes, sus niveles de autonomía y sus interrelaciones, lo cual configura una problemática que el marxismo leninismo descuidó subordinándola a los criterios “totalizadores” de su propuesta.

Recordemos que en la etapa precedente se concibió la lucha contra el capitalismo como eslabones de una totalidad liberadora que, en los hechos, resultó una réplica de la capitalista atentos al devenir real del internacionalismo proletario y la revolución comunista mundial. Es que esa concepción inspirada en la más noble causa, llevada a la práctica, arrastró problemas insolubles que terminaron minándola. En primer lugar, la construcción piramidal y las relaciones jerárquicas de poder ligadas a la representación y condensadas en las figuras del partido y del Estado como insustituibles instrumentos organizativos. Cuestiones que ya hemos abordado en otros textos pero que no terminan ni terminarán de saldarse mientras no se creen políticas que resuelvan la contradicción entre poder y organización. Demás está decir que esto no lo entendemos como un acto de iluminación sino como un proceso colectivo de ensayo-error, de marchas y contramarchas, cuyos trayectos irán aportando nuevos trazados a los movimientos emancipatorios.

Autonomía relativa de las partes y la totalidad.

Así situados y asumiendo la problemática señalada con los interrogantes abiertos por nuestra interpretación de lo acontecido en el campo socialista, comencemos por encarar dos aspectos que permiten establecer un marco de referencia. Uno, relativo a la escala; el otro, acerca de la interrelación de la acción política.

La escala determina el ámbito de influencia de la acción política en función de dos espacios interrelacionados. El territorial, remite a una localidad, provincia, país, región…hasta llegar al planeta. El institucional, comprende a los organismos que componen el Estado y en forma más abarcadora, a los que operan en la sociedad. Ahora bien, las acciones políticas se desarrollan en distintos escenarios cuya amplitud y repercusión depende de una suma de factores donde también interviene el azar. Pero, si se pretende cambiar el orden de dominación existente, se plantea el problema de la interrelación de dichas acciones y su efectividad para profundizar las fisuras del sistema afectando a su “totalización totalizante”. Esto tiene mucha relevancia si pensamos que la resolución en situación de los conflictos, de mantenerse aislados, no pueden superar la fragmentación y, por tanto, tienden a su propio debilitamiento en la medida en que no se resuelva el problema de los vínculos. Y este riesgo perdura por más que en su momento se consigan los objetivos buscados debido a la probada capacidad del capitalismo para suturar sus heridas.

Considerando los ejes contrapuestos que orientan el debate actual, los mismos presentan una disyuntiva con acechanzas también de signo contrario: reintentar la totalización ya ensayada por el socialismo en aras de una efectividad que otrora llegó a desvirtuar a la propia causa o promover la independencia de las partes y correr el albur de quedar sujetos a la asimilación de los conflictos ya sea por agotamiento, cooptación o por imposición del poder dominante.

Como nuestra búsqueda se orienta según la última opción me parece necesario tener claridad acerca de sus debilidades. En ese sentido creo que el obstáculo señalado subsiste aún considerando que en la parte esté el todo. Porque el orden capitalista, si bien atraviesa a los conflictos que origina en las partes, de allí no se derivan los alcances de la acción de las mismas ni los vínculos necesarios para que se potencien los logros de quienes lo combaten. A propósito de esto tomemos un ejemplo “local” por demás significativo: la lucha del pueblo de Gualeguaychú en contra de las papeleras.

Han enfrentado nada menos que a empresas transnacionales que generan un producto superior al P.B.I. del Uruguay y que son expresión del poder que hoy campea en el mundo. Expulsar a una de ellas ya significó un logro de marca mayor a lo que se le deben añadir otras cualidades, comenzando por la importancia de su experiencia democrática (aspecto muy promisorio) y siguiendo por su repercusión nacional e internacional que incluye el reciente fallo de la Corte de La Haya que no condena los cortes (al menos por ahora) como reclaman los personeros del establishment de una y otra orilla. Y si bien no comprometen al orden capitalista vigente (tampoco se lo propusieron), le clavaron un molesto aguijón que se hinca en las fisuras que presenta dicho orden haciéndolas visibles. Es otra expresión de lo nuevo que pugna por nacer al poner en acto la potencialidad que encierran las luchas locales tras un objetivo justo y compartido que concita la acción de actores plurales de diferente signo político ideológico.

Ahora bien, este mismo caso exhibe sus limitaciones al promover su protesta activa en Colón y Concordia cuya adhesión pareciera inversamente proporcional a su distancia con Botnia y ni qué decir respecto de su repercusión sobre los habitantes de la ciudad de Bs.As. Pero pensemos que difícilmente una lucha local se extienda tanto como ésta debido a la garra y capacidad de sus protagonistas junto a la reivindicación ambiental que agitan y que comienza a ser vista como problema general. Sin embargo, desconectada de proyecciones políticas ligadas a la problemática de la emancipación y por más que logren sus objetivos de máxima, creo que tenderá a transformarse en otro antecedente de ricas experiencias aisladas tal como aconteció con la oposición del pueblo de Esquel contra la minera internacional que ambicionaba el oro local en colusión con los funcionarios venales de siempre.

Luego y a pesar de la firme resistencia del pueblo de Gchú, subsiste el problema de los vínculos, vínculos que potencien las acciones que brotan de la sociedad sin reproducir las organizaciones jerárquicas tradicionales espejos del Estado. Pero sería injusta e ilusoria una crítica unilateral en las actuales circunstancias en las que acciones como éstas constituyen una siembra favorable a una política que puja por nacer desde las entrañas mismas de estas experiencias originales. Situarse en la frontera de lo increado no significa desconocer la potencialidad de lo emergente ni renunciar a la praxis que le puede dar vida. Al respecto, los que “hicieron historia” fueron creadores en su tiempo rompiendo el molde de “lo posible” de todo orden opresor que es reproductor de sí y en sí mismo.

Una clave para los nuevos intentos es abrir caminos hacia la emancipación sin que desemboquen en otra “totalidad” asfixiante. Y éste es el desafío abierto que presenta la cuestión del poder. Pues su ejercicio probó, hasta ahora, que constituye un efectivo cemento aglutinante de las luchas colectivas. Pero también quedó en evidencia que ese cemento lastró las principales luchas liberadoras.

Llegados aquí, es conveniente introducir la figura del Estado como órgano de una “totalidad” política que continuamente interviene en la vida de la sociedad en tanto es regulada por aquél. Por cierto que su gravitante presencia en toda sociedad cohesionada por relaciones de dominación conforma el territorio en el que debemos desenvolvernos.

Lo anterior remite a la escala y a lo institucional (qué Estado consideramos) y a la totalidad en cuanto a su inscripción dentro de las relaciones mundiales capitalistas. Vuelve a presentarse entonces el tema del todo y las partes que revierte sobre los alcances de cada situación cuyo encuadre también deberá ser situado. Y esto, a su vez, plantea el problema político de lo coyuntural.

“La totalidad” es una eminente cuestión política que, además de lo que abarca, exige decidir en nombre de qué y de quiénes se plantean las luchas. Si se exalta la universalidad de los mismos, se puede enunciar un sujeto ideal y privilegiado, sea la clase obrera, la nación, la humanidad o también la muchedumbre. Caso contrario, marchamos hacia la valorización de las partes que en sentido amplio connota la pluralidad. Y ésta exige un cambio sustantivo de mirada que contradice la cultura política que tenemos introyectada. La cual supone el reconocimiento del Estado como eje de los cambios (visión instrumental del marxismo leninismo) e incluye el modelo de representación vigente que, en los hechos, desliga al representante del mandato conferido por los representados. Sus dos mayores expresiones hasta ahora han sido: para el capitalismo, la democracia representativa; para el socialismo revolucionario, la dictadura del proletariado. Y ambas convergen en un punto: el poder de decisión anclado en un núcleo minoritario. A partir de allí, se pueden establecer las diferencias históricas y todas las que se quiera.

El poder del capital.

El capital, en su sesgo totalizador, absorbe relativamente sus diferencias por arriba y las contradicciones sectoriales asumen su término de unidad en la vigencia y reconocimiento de aquél. Lo cual incluye las luchas por la hegemonía que muchas veces alcanzó enfrentamientos armados de gran magnitud tales como lo fueron las guerras mundiales del siglo XX. Pero hoy, dada la preeminencia del gran capital con sus interrelaciones a escala mundial, pareciera diluirse esa posibilidad. Asimismo, la vertiginosa internacionalización del capital en su esfera más concentrada y de mayor poder, está subordinando las contradicciones nacionales poniendo límites a las mismas en el “primer mundo” y aherrojando a los países dependientes. Lo cual no significa que dentro de aquél no se constituyan grandes conglomerados de intereses que disputan su primacía ni que en varios de los últimos se experimenten reacciones impredecibles en los noventa cuando arrasaba el llamado “neoliberalismo”.

De todos modos, la unidad o concertación de intereses por arriba resulta más fácil de visualizar debido a la hegemonía mundial del capitalismo. La dificultad mayor proviene de plantear términos de “unidad” (designación cargada de historia y sujeta a controversia) en el campo opuesto, o sea, el que comprende a las grandes mayorías. Pero antes de encarar esta sustantiva cuestión haremos un breve intermedio para esbozar el marco general en el que se desenvuelven las contradicciones estatales.

Sabido es que el Modo de Producción Capitalista (MPC) porta la oposición clásica entre trabajo y capital como basamento de la explotación.

Pero el mundo del trabajo ha sufrido fuertes cambios en lo económico-social y en lo político también. El Manifiesto Comunista (que data de 1848) simbolizó una apuesta política que conmovió al mundo y del que Marx fue su principal inspirador. Recién constituida la gran industria fue la clase obrera industrial la fuerza motriz a la que el movimiento revolucionario de entonces y durante mucho tiempo, jugó sus principales fichas. En su nombre se hicieron las grandes revoluciones del siglo XX con inclusión de aquéllas donde predominaba netamente el campesinado como fuerza social, claramente en China y en Vietnam.

En el período actual, post fordista y del nuevo modelo de acumulación, se produjeron cambios sustantivos en la organización productiva del trabajo, en el transporte, en la administración y los servicios –vía informatización- con la consiguiente y vertiginosa aceleración del giro del capital cuyo extremo más ágil, parasitario y abarcador es el financiero. Este señalamiento es apenas una mínima mención a las transformaciones ocurridas a fin de ilustrar caracteres salientes del capitalismo hoy. Paralelamente, esto se tradujo en la pérdida relativa de gravitación de la clase obrera industrial frente al conjunto de la sociedad reflejada en el manifiesto deterioro de sus conquistas laborales, comenzando por la “flexibilización” y siguiendo por la precarización y desocupación que atenazan las demandas laborales a punto tal que solicitar trabajo hoy día ocupa el podio de los reclamos para llegar, muchas veces, a expresar gratitud a los capitalistas por brindar tan preciado “bien”.

Este cuadro llevado al terreno político implica la hegemonía actual de la gran burguesía reforzada por el control del potente recurso mediático que brinda la televisión en particular y los nuevos recursos tecnológicos en acelerada expansión.

Esa gran hegemonía internacional del capital se internaliza en el Estado Nacional y socava su soberanía. Por eso tomar al mismo como un “todo” y a las diversas expresiones de lucha que se dan en su interior como las partes, supone que ese “todo” está atravesado por las relaciones mundiales de dominación cuya magnitud se agiganta en la época actual. Convengamos que esto sitúa dinámicamente la interrelación del todo y las partes y plantea tanto la importancia del análisis coyuntural como la de su inscripción política que responde a la orientación por la que se apuesta. Como es obvio, ésta influye decididamente en las valoraciones propias de las interpretaciones en juego. Y según nuestra versión, en la independencia relativa de las partes respecto del “todo” radica la potencialidad necesaria como para gestar las transformaciones de fondo que, atentos a las experiencias que dejaron las revoluciones del siglo XX, no son esperables dentro de los límites de la operatoria estatal de la política.

Políticas independientes del Estado. Problemas.

Para internarnos en este poco explorado campo debemos partir de la permanente tensión entre la metodología de construcción (inherente a la orientación política) y el peso del Estado con su respectiva cultura (expresado en sus variadas coyunturas).

Si se reproducen construcciones jerárquicas de corte estatal, nos deslizamos hacia la política tradicional partidista que se desenvuelve de acuerdo a las reglas que generalizadamente impone el capitalismo. En cambio, al correrse de ese modelo si se subestima la importancia del Estado, se tiende a una construcción “a futuro” que posterga el presente indefinidamente.

Lo primero, en sus versiones “contestatarias”, pretende expresar los intereses del “pueblo”, totalización que invocan sus “representantes”, o sea, quienes lo dirigen. La vanguardia (cualquiera sea el término que se emplee) conduce desde arriba hacia abajo, concentra poder y disputa el control del Estado con las mismas armas que le han dado entidad histórica y, por esa vía, es presumible que se la seguirán concediendo.

Ahora bien, si privilegiamos a las partes y valorizamos las situaciones en sí mismas, nos preguntamos: ¿cómo se expresa el todo en cada parte?; ¿cuál sería el hilo conductor que haría lazo entre las múltiples “inmanencias” de cada situación?; Y si no hay tal lazo, ¿en qué consistiría el “todo”? ¿en la pura diversidad?

Las distintas preguntas apuntan al vínculo pues creo que si no se logran establecer nuevos lazos que condicionen o supriman las relaciones de dominio intra y extra partes en lucha, es de esperar la absorción de las mejores iniciativas dentro del ámbito de las políticas estatales.

Los ensayos que se apartan de los caminos trillados y promueven nuevos horizontes políticos no nacen de la nada sino que ya tienen su historia por más reciente que ésta sea. Y ese proceso abierto demandará su tiempo de maduración para que se desarrollen las ideas, las acciones, la experimentación y la reflexión crítica que sean capaces de darle vida.

Referente a ello y como orientación básica, asumimos dos principios rectores que sentimos tan esenciales como problemáticos: construir desde abajo hacia arriba y tender a un mundo donde quepan muchos mundos. Esenciales, porque definen nuestro lugar político. Problemáticos, por las grandes dificultades para materializarlos. Y siguiendo esta línea de pensamiento, apostamos a la gestación de una política independiente del Estado. Y otra vez emerge la ardua cuestión de los vínculos relacionada aquí con el significado que se le dé a la independencia del Estado procurando una perspectiva más amplia que la de un situacionismo a ultranza.

Apartándonos de la discusión acerca del carácter supra nacional del Estado hoy y pasando de lo genérico a un plano más concreto, tomamos como referencia al Estado Nacional, con inclusión de sus cambios, pues configura el marco territorial e institucional donde los protagonistas en pugna intervienen directamente en el azaroso fluir político de cada contexto. Hecha la aclaración, continuemos.

Independencia alude a la capacidad de decidir por sí mismo. Pero las decisiones de las partes pueden chocar contra las que provienen del Estado Nacional reconocido socialmente como ente rector de la esfera pública. Estos choques cuando surgen de la oposición al Estado como dispositivo estructural de dominación, son visualizados sólo por una ínfima parte de la población. Y muchísimo más minoritaria si se impulsa la gestación de otro tipo de ordenadores sociales (nuevas formas de organización), algo impensable para la inmensa mayoría con inclusión de la izquierda tradicional. (Primer problema).

Si tal independencia debe gestarse desde abajo, cómo se controla o relativiza el poder de las vanguardias “realmente existentes”, nutridas fundamentalmente por actores de elevado desarrollo cultural con manifiestas diferencias y ventajas respecto de “los de abajo”. “Educar al soberano”, “concientizar a las masas”, “formación de cuadros”…, son expedientes conocidos que no resolvieron la cuestión. Por añadidura, los principales centros transmisores de conocimientos dependen del Estado y, lo que es peor, de instituciones privadas con fines de lucro. (Segundo problema)

Dentro de los mismos grupos donde se ensayan relaciones más democráticas y se intentan trayectos como los que aquí se propone, se debe luchar internamente y cada uno consigo mismo para despojarse o minimizar el peso de las contradicciones existenciales sumergidas en la atávica cultura estatal y en la vida de relación del “universo” capitalista. (Tercer problema)

El peso de lo coyuntural. Gobiernos y Estado.

Lejos de imaginar un catálogo de respuestas, sería tan pretensioso como vano, buscaremos establecer algunos parámetros que sirvan de referencia frente a estos problemas tan enigmáticos como los que presenta todo territorio virgen. Para lo cual nos valdremos de algunos antecedentes y ejemplos de la situación actual que ilustren las ideas aquí expuestas pero sin incursionar en un análisis profundo que no corresponde al objeto de este trabajo.

En primer lugar, los tres problemas referidos están atravesados por un componente “totalizador” bajo la influencia “omnipresente” del Estado y las relaciones que de él emanan. Este componente es relevante en la coyuntura actual con sus indudables proyecciones a futuro. Mas, si de la vigencia del Estado hacemos un absoluto, se cierran todos los caminos excepto los que conducen a revalidarlo como instrumento clave de cualquier intento emancipatorio. Ergo, lo de la independencia pasaría a ser un imposible y una fantasiosa quimera.

Pero la cuestión a dirimir responde a la ruptura del “imposible” que plantea todo orden social que reproduce sus propias reglas y que dictamina los límites de “lo posible”. Ejemplo: los doce náufragos del Gramma constituyeron “el imposible” de una situación revolucionaria frente al poder de la dictadura de Batista. Y entró frontalmente en contradicción con la “racionalidad establecida” que se corporizó en la postura clásica del Partido Comunista Cubano de aquel entonces.

Ahora conviene aclarar una frecuente confusión que emana de la identificación gobiernos-Estados. Los primeros, con vida efímera, nacen de las luchas sectoriales por controlar el aparato del Estado, mientras éste constituye una estructura permanente que posibilita el funcionamiento de la sociedad atenuando sus conflictos (relativamente y según los momentos). Así su control, directo o indirecto, permite ejercer la conducción del conjunto en base a las relaciones de dominio que atraviesan a la sociedad. Y dado que las relaciones de poder inherentes a la dominación enhebran a los diversos Estados, más allá de sus características y manifiestas diferencias, su figura permanece como una invariante histórica desde los orígenes de su existencia hasta el presente. Esto explica las tensiones entre los gobiernos, el Estado y la sociedad cuando aquéllos expresan los intereses de las mayorías. Emergen así situaciones de agudas crisis políticas pero las luchas sectoriales y de clases, parteras de los diferentes gobiernos, no pudieron terminar con la dominación en tanto no alcanzaron a despegarse de la configuración estatal. Es que toda revolución porta los gérmenes del cambio junto a los de su propia disolución.

En el orden burgués es evidente que el capital constituye la principal fuente de poder aunque muchas veces sus representantes se hayan visto desplazados de gobiernos que contradecían en mayor o menor grado sus designios. Pero como fehacientemente lo demostró la experiencia socialista en el poder, la estructura estatal resultó un instrumento indócil para la liberación y apto, en última instancia, para el ejercicio de la dominación. Justamente esta comprobación puso sobre el tapete la cuestión del Estado como punto clave de los debates contemporáneos.

En torno a la confusión señalada gira buena parte de los desencuentros y polémicas en el campo emancipatorio. Así, la emergencia actual de gobiernos populares en nuestro subcontinente pusieron a la orden del día dicha cuestión. Y el negar sus logros en forma excluyente reconoce dos vertientes simétricamente opuestas. La de aquéllos que siguen sosteniendo la necesidad de tomar el poder del Estado como condición sine qua non de los procesos liberadores atribuyéndose su representación y la de quienes identifican gobierno con Estado sin mediaciones de ningún tipo.

Los primeros ven en el Estado una condición necesaria; los segundos, apoyados en la identificación descripta, se desentienden de las variables coyunturales en aras de un futuro sólo realizable a través de las prácticas concretas del presente que no deben soslayar el estado de las luchas actuales. Pienso que esta última visión resulta también totalizante, pero “por defecto”.

Para clarificar el significado de lo dicho, acudiré al ejemplo de los sucesos que se están dando en Venezuela porque ocupan un lugar destacado dentro de los que se desarrollan en Sudamérica hoy. En primer lugar, admito que mis conocimientos de dichos sucesos son limitados lo cual no me parece suficiente impedimento como para inhabilitar reflexiones en torno a ellos aún sin entrar en un análisis pormenorizado que exigiría una información más rigurosa.

Apreciándolos desde el punto de vista de los alcances populares del gobierno de Chávez no tengo mayores dudas de que está produciendo beneficiosos logros para su población. Y que en el plano internacional constituye un “forúnculo” para las políticas de sometimiento emanadas de los EE.UU. que se asocian a los intereses de las oligarquías vernáculas del país hermano. No obstante y aunque parezca extraño, una bisagra conflictiva se origina en su formulación del Socialismo del siglo XXI. Porque ésta, al tiempo que hostiga al enemigo “imperial” e incomoda a sus amigos “progres” que regentean el capitalismo realmente existente al poner en escena ese símbolo odioso y vilipendiado por los poderes dominantes; a la vez plantea una metodología de construcción y una concepción preñada de contradicciones y rasgos similares a los que llevaron al colapso del campo socialista.

De acuerdo a lo que pretendemos extraer de este ejemplo no vamos a entrar en detalles, pero lo apuntado no es algo menor porque desde la construcción misma se pone en riesgo el objetivo propuesto. Es fácil apreciar “las razones de Estado” en las relaciones que tiene que establecer el gobierno Bolivariano inmerso en una realidad mundial que le es adversa aunque en el subcontinente y en virtud de las luchas populares, se hayan producido “sorpresas” políticas como la de Bolivia por citar la experiencia gubernamental que parece contar con mayor potencialidad.

Entonces, si juzgamos a aquel gobierno bajo la excluyente lógica estatal lo podríamos negar de plano. En cambio, si lo ponemos sólo en el contexto de las luchas actuales, tenderíamos a sobreestimarlo y resucitar las ilusiones en torno al Estado. Esto exige deslindar los campos y ponderar la situación que plantean las fuerzas en juego para evaluar la existencia de gérmenes de lo nuevo que pueden llegar a vigorizarse en función de una construcción propia. Asimismo, me parece una mirada miope considerar un obstáculo al gobierno de Chávez para la creación de otras opciones emancipatorias pues éstas dependen de lo que ellas mismas sean capaces de gestar ya que lo determinante radica en su propia vitalidad. Y entiendo que las apreciaciones deben situarse en el escenario que ofrecen las actuales relaciones capitalistas y la presencia del Estado. Por eso es importante distinguir las diferencias existentes entre los gobiernos no para sumarse a sus políticas estatales sino para favorecer el contenido popular que puedan albergar pero desde una política propia. Claro, hay quienes rechazan a los gobiernos más radicalizados calificándolos de “populistas” aunque, casualmente, en eso coinciden con la prédica del gran capital y sus voceros.

Mas, si ponemos en foco las proyecciones de las políticas gubernamentales, pasa a primer plano la cuestión del Estado, desde dónde y cómo se construye. Y no vemos perspectivas en reproducir lo que nos condujo a la situación actual por más que valoremos las fisuras que afectan al sistema para desarrollar construcciones de nuevo tipo. Por eso hablamos de fisuras y no de rupturas, que no es lo mismo.

Ahora bien, Chávez ejerce una política estatal que pivota sobre su liderazgo y que genera el cerril antagonismo de la reacción. Aunque también llegan noticias que parecen aludir a la diversificación del poder como las propuestas de creación de pequeñas ciudades autónomas y de mecanismos de participación popular con el empleo de formas de democracia directa. Sin embargo, esto contradice lo anterior y tampoco se condice con las confusas enunciaciones respecto del Socialismo del siglo XXI cuyas bases teóricas, al menos los que conocemos, resultan tan débiles como reproductoras de lo “viejo”. De allí que al comienzo habláramos de bisagra conflictiva.

De todas formas lo que nos interesaba ejemplificar era nuestro punto de vista sobre lo coyuntural. O sea, actuar con independencia de las políticas tradicionales pero discriminando sus diferencias así como las emergentes de los distintos gobiernos para ir materializando la orientación propuesta a través de las diversas situaciones. Transitamos una larga etapa de transición donde lo nuevo recién despunta en medio de la férrea presencia estatal firmemente arraigada en la vida diaria y en el imaginario colectivo.

Otra mirada en torno a la organización.

Retomemos ahora los problemas enunciados más arriba y que gravitan sobre la orientación política que pretendemos impulsar.

Insistimos en que la problemática no debe reducirse a la sola negación del Estado sino que demanda actitudes positivas relacionadas con proyectos y apuestas. Y si afirmamos que un principio básico es la construcción de abajo hacia arriba aceptemos que “el abajo” está atravesado por relaciones de dominio entretejidas con el discurso hegemónico. Mas, esto no impide valorizar a las partes como lugares donde las luchas que se libran, junto a la creación de los vínculos que eviten su esterilización, son mucho más permeables para la actuación de los de abajo. Asimismo, atribuimos significación a los logros particulares pues vemos en ellos el terreno apto para que se vaya gestando lo nuevo, por su escala al alcance de la acción de todos y de cada uno y por constituir células del tejido social que pueden ir transformándolo desde adentro. Ahora bien, si consideramos al poder como el núcleo duro del asunto que atañe tanto a “las partes” como al “todo”, traigámoslo a escena bajo las luces de la organización. Tornemos entonces la mirada hacia una construcción política en red que no sólo motiva nuestros desvelos sino que se ha instalado como un tema de interés común. Intentemos ahora una aproximación valiéndonos de una metáfora.

La red no sólo se liga a través del hilo sino que éste conforma los nudos que se vinculan entre sí. O sea, el vínculo es de la misma naturaleza de lo que relaciona. Luego, se podría decir que los principios y la orientación política constituyen las múltiples hebras del hilo y de su cualidades dependerá la fortaleza de la red. Pero ésta es obra del tejido que transforma el hilo en red. Esto exige ir construyendo los nudos al tiempo que se los va ligando (metodología de construcción). Traducido en términos políticos, es producto de las acciones constitutivas de los nudos (las partes) pero que si no se vinculan pierden su razón de ser (potenciación de los cambios colectivos). Y al hacer centro en la organización necesariamente debemos precisar a qué tipo de hilo nos referimos. Pues se pueden construir redes afines al orden establecido (conexiones interempresarias), como redes de autoayuda, de políticos tradicionales, de mafias, etc. etc. Pero en este caso hablamos de una red emancipatoria.

Entonces, el problema revierte sobre la condición constitutiva de la red. Y para que la misma no se convierta en la que emplea el pescador que es quien la maneja, el poder debe circular entre los distintos nodos que componen la red y al interior de los mismos. Queda establecida así la condición fundante a que debe responder semejante construcción para que no se constituya, bajo una apariencia distinta, en otra variante de una estructura piramidal a imagen del Estado.

Este esbozo metafórico, plantea simultáneamente la necesidad de crear organizaciones políticas junto a la modalidad asumida para establecer sus relaciones internas. De lo dicho se desprende tanto la autonomía de las partes en aptitud de decidir las situaciones que la involucran así como sus vínculos que deben corresponder a la orientación política que define tal metodología de construcción.

Cuando rechazamos la toma del poder del Estado no es por negar oportunidades favorables al campo popular y mucho menos para alentar su impotencia. Es porque pensamos que la oposición a su carácter de dispositivo de dominación no puede provenir de construcciones previas que, a través de su práctica, lo refuercen como tal dispositivo. Y si bien su control es un terreno de acerbas disputas en las que el poder dominante no quiere ni acepta perder su hegemonía, el destronarla no admite replicar los mismos métodos que sirvieron para imponerla. De allí la necesidad de una construcción independiente que se desarrolle en tanto sea capaz de instrumentar las contradicciones emanadas de las políticas gubernamentales.

Conocida es la añeja idea marxista del Estado como administrador en la etapa de transición. Pero si realmente se transformara en un administrador de justicia, libertad y equidad social no habría ningún problema en asumir su existencia porque sencillamente estaríamos hablando de otra cosa, cualquiera fuese su nombre. Mas, a esta altura es inverosímil la construcción de un organismo de poder que pretenda transformar su naturaleza sin cambiar las relaciones de dominio que genéticamente lo constituyen.

Y cuando las coyunturas, como algunas que se presentan actualmente, muestra el ascenso de gobiernos de corte popular, se tensa al máximo semejante contradicción. Por un lado, se generan medidas que responden a las necesidades de las mayorías (dejemos de lado su relatividad). Por el otro, se reproduce el ordenamiento jerárquico estatal que subsume la potencialidad de los de abajo que fueron quienes realmente propiciaron las condiciones de acceso al gobierno. Es el caso de Bolivia donde los movimientos sociales (de alto contenido político) apoyan y también se oponen a las directivas del gobierno de Evo Morales que, piloteando al Estado, busca el equilibrio entre aquéllos y la madeja de intereses interno-externos que lo condicionan.

Fabricar respuestas fuera de contexto y del protagonismo que demanda toda acción política ligada a las situaciones concretas, es un viejo vicio en el que no queremos incurrir. Creemos sí que las posibilidades de que surja algo nuevo está del lado de “los de abajo” y de lo que sean capaces de ir construyendo en esta etapa donde el capitalismo sigue siendo muy fuerte y la presencia del Estado es una realidad tangible. Las experiencias que aportan en ese sentido, como la más profunda y rica del zapatismo, dependen principalmente de cómo se vaya resolviendo la cuestión del poder para que el edificio que se construya no resulte un palacio del privilegio sino un albergue para todos. El futuro está por verse y en la actualidad nada está cerrado, pero las señales son promisorias y representan un desafío para la imaginación.— (26/01/07)

(1) En “Gualeguaychú y la `Estrategia´ del Socialismo del SigloXXI” (Boletín de La Fogata del 11/01/07)