Alberto Spagnolo: “El autoritarismo conduce al desencanto”.
9 años de prácticas autónomas del MTD Solano
Tutti Alvarado
La Fogata
En junio de 1994 comenzó el movimiento de los desempleados y la adopción por su parte del corte de ruta (el piquete) como principal arma de lucha para conseguir sus reclamos (trabajo, subsidios económicos y materiales). En agosto se cumplieron nueve años del nacimiento del Movimiento de Trabajadores Desempleados (MTD) de Solano. Quizás no sea ni ha sido nunca el más fuerte de los movimientos sociales argentinos, pero sí uno de los más novedosos a la hora de concebir prácticas liberadoras y rupturistas para con el capitalismo y los conceptos clásicos de revolución. Alberto Spagnolo, miembro del MTD Solano recorre este lapso de tiempo y también la apuesta de la Autonomía, viva, vigente y sana. En Euskal Herria podemos aprender de estas experiencias de nuestros pares argentinos.
Los cortes de carretera de Cutral-có y Plaza Huincul (localidades patagónicas asediadas por el desempleo tras la privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales -YPF- en beneficio de Repsol) fueron los primeros, hace 12 años ya. La contundencia del piquete reside en estrangular el tráfico de mercancías, vital para el desarrollo de la actividad económica; no es una sentada folklórica: muchos piquetes sobrepasaron la semana de duración. Esta práctica, eminentemente reivindicativa, fue, en un primer momento, despreciada por la izquierda clásica argentina (trostkistas, maoístas) que siempre desconfió del lumpen proletariado como sujeto revolucionario. A posteriori, vista la masividad del movimiento, crearían sus propios movimientos piqueteros y, como suele ser habitual en estos casos, al toque vieron la revolución, la acumulación de fuerzas y demás. La pueblada del 19 y 20 de diciembre de 2001 fue considerada por el rancio leninismo como una situación prerrevolucionaria. Agotados los tiempos, las herramientas de lucha, persisten en su empeño.
Podríamos decir que en el 2002, los movimientos piqueteros (incluído el MTD de Solano) están en su punto álgido, refiriéndonos a la cantidad de personas que agrupan, o acumulación de fuerzas, que dirían otras gentes. A partir de ahí, el proyecto parece no tan atrayente y hay gente que se va, por diferentes cuestiones (a casa por cansancio, a otros movimientos, cooptados por la oficialidad, etc.). ¿Podríamos decir que algo falla en el proyecto? De ser así, ¿qué sería ese algo? Vendría a ser un relato breve de estos últimos cuatro años.
De haber comenzado en el 96 con una serie de discusiones con diferentes colectivos, se logró un acuerdo principal que era darle la batalla a un programa establecido por el Gobierno y el Banco Mundial (BM), un programa para los desocupados. Muchos movimientos no van a aceptar alegando que era “caer en las redes del Estado”, “ser funcional”. Más allá de que se sabía que iba a tener la consecuencia de relación permanente con el Estado y toda su lógica, no veíamos otra forma de desbaratar este programa, el plan que tenía el Gobierno de que no hubiera lucha. Para eso se pensaba. Los movimientos vamos desarrollando esa opción de dar una batalla por los subsidios para desocupados. Para nosotros fue recuperar la iniciativa en un momento de mucha fragilidad de los movimientos; no contábamos con una fuerza, una preparación como para tomar otro camino o prescindir de lo que era, en ese momento político, la relación con el Estado.
Lo que nos da en ese momento la fuerza y la unidad es, me parece, la posibilidad de constituir una espacio de coordinación sin una línea única, sin un predominio de un grupo sobre otro. La fragmentación; se está discutiendo el tema de la fragmentación, la razón de la fragmentación. Por un lado tiene que ver con la recuperación institucional, de la iniciativa del Gobierno, que siempre ha trabajado para sostener esa hegemonía; esa gobernabilidad, dicen ellos. Y ocupar el lugar del Estado con todas sus fuerzas disciplinadoras, instituciones, las ONGs. Pero también tiene que ver con las falencias de los movimientos de querer hacer un único movimiento de algo tan heterogéneo, tan distinto. Eso sí es una responsabilidad de los movimientos, más allá de todo lo que el Gobierno hace para desbaratar, quitarle presencia a los movimientos: es un error de muchos movimientos esto de ver que en un momento de alza, de protagonismo fuerte es el momento de la alta política y de ahí la idea de movimiento único. Eso generó un daño muy grande a lo que es la coordinación: es muy loco pensar que se podía generar un movimiento único de algo tan heterogéneo, siendo, precisamente, esa la riqueza. Heterogéneo en cuanto a la dinámica de construcción, pero con muchos acuerdos también: la decisión de no presentarse a elecciones; de la lucha como dignidad, decir que no vamos a convertirnos en organizaciones de asistencialismo… Que ahí es cuando se produce la ruptura: bueno, no vamos a reproducir el Estado ni el capitalismo en el seno de los movimientos (que, desgraciadamente, muchos movimientos terminan en eso). Pero ese proceso de aceleración se da en un momento que, por desgracia, carecía de auge. Muchos movimientos pensaban que ahí iba a quedar el organismo, para la convocatoria nacional, para pasar a ser un movimiento nacional. Esa unidad como uniformidad era el paso previo a poder convertirse en ese movimiento de vanguardia que convocara a todos los movimientos. En Solano lo vimos siempre como un error, sobre todo los procesos de los movimientos, era demasiado prematuro. Uno dice, bueno, en un determinado momento puede haber una convergencia, por seguridad, porque te están reprimiendo, uno puede adoptar formas organizativas que supongan un mayor grado de cohesión, de elaboración política, pero ya son momentos muy particulares, y esas condiciones no se daban en la Argentina. Esto es, por lo menos, lo que sacamos como conclusión de la fragmentación, de la pretensión de convertirse en vanguardia y ya disciplinar, digamos, a los movimientos a través de la reivindicación, de las luchas. Eso es un tremendo error.
Frente a la uniformidad, la formación del partido, la toma del poder, el molde clásico, ¿qué propone Solano? ¿Coordinación y unidad de acción en base a temas o hechos puntuales?
Irónicamente, es también otra variable que tiene que ver con los movimientos político-sociales. Para nosotros no existe esa separación entre lo político y lo social, pero en la concepción tradicional, hacen la separación, y el movimiento social debe estar resguardado y apadrinado por el movimiento político, el órgano por excelencia, que diseña las estrategias, que lleva adelante las luchas. Esa es también una de las causas de las diferencias: para nosotros lo político y lo social están unidos, no existe una separación; es una unidad en permanente creación, no es algo definido, sino que se construye. Pensamos, por lo tanto, respecto a la fragmentación que hay responsabilidad de los movimientos, por los errores, por los malos análisis hechos por los movimientos. Por otra parte, es cierto que estos momentos de consenso que se generan por parte de la población, la sociedad, son muy difíciles para los movimientos, sobre todo cuando se vuelcan presupuestos, se atienden necesidades. De alguna manera, nosotros igual lo vemos como un avance de las luchas. No es porque sí: hay una concepción por parte de la burguesía, del Capital, que puede haber una gobernabilidad, una estabilidad institucional, pero que consideramos que es precaria, que no está para siempre. Creo que, en un tiempo, podremos sacar conclusiones que nos permitan no volver sobre los mismos errores. Es un deseo, y creo que la práctica nos educa, si uno es honesto en cuanto a sacar conclusiones, creo que esto nos va a servir de experiencia.
¿Qué es lo que falla en Solano? Todos sabemos que los movimientos básicamente reivindicativos llevan aparejados este tipo de dificultades: una vez satisfecha la necesidad, viene la desmovilización. También está la represión, la cooptación (el dinero invertido por el Banco Interamericano de Desarrollo –BID-, el BM), circunstancias que realmente se dan. Esto sería a nivel general. Pero, como te decía, en el caso concreto del MTD Solano, después de haber “jugado en Primera”, ser la “vedette”, coordinar a un millar de personas, etc. ¿Qué hay ahora?
Sin duda hay deficiencias, aun estamos aprendiendo de la práctica. Son un montón de cosas. Pero también es cierto que, en algunos momentos, nosotros decíamos que de todo este movimiento iban a quedar núcleos pequeños. Nunca nos creímos que esto iba a ser para siempre. Lógicamente era una alegría grande ver que el desarrollo se daba en todo el país. Y la lucha, la organización, etc. es un saldo que queda a favor, la experiencia creo que es a favor. Por otro lado, es difícil sostener semejante número de familias, de personas, cuando uno hace una opción por principios que son de ruptura. Si nuestra pretensión hubiese sido sostener mucha gente, hubiésemos requerido de mayor control; cuando no está dada la experimentación, no está dada esta forma de libertad: experimentación de la libertad sin una organización de tipo autoritario, sin una organización que te condicione de acuerdo a tus necesidades. Esto es el ejercicio de libertad, libertad que deja saldos positivos y negativos; lógicamente, en un ámbito que no hay autoritarismo, que no hay control, no hay comisarios políticos, también te queda un flanco para el oportunismo: muchas personas, sin duda, no digamos que se enriquecieron, pero sí sacaron provecho de algo que era común. Ese oportunismo se ha dado, pero con una necesaria firmeza para no quedar entrampado en esa lógica, y es una forma difícil porque es de ruptura, ruptura que, si se quiere, para un organización popular no es de fácil resolución.
¿Cómo se superan esos golpes? Al fin y al cabo es duro ver que la confianza depositada -no porque seamos buenos, sino por pensar que es el modo correcto de hacer las cosas para cambiar las relaciones sociales, y eso es precisamente hacer la revolución- es traicionada. Pienso que todo más allá de cero es positivo y hace diez años no existía nada. Sin embargo es difícil ver cómo los compañeros se caen.
Ayer tuvimos un plenario, y hay cosas de difícil solución. Analizábamos por qué cosas que aparentemente son de fácil solución se convierten en un conflicto y en un desgarro permanente entre los colectivos, los grupos. Se veían cosas, como que hay toda una predisposición por parte de las personas, los grupos, de reproducir una forma de pensamiento que está dada desde hace mucho tiempo: obtener beneficio con el mínimo esfuerzo. No es por una cuestión de seres malignos, sino que hay toda una preparación, una educación para esa forma de pensar. Entonces, revertir esa forma de vida, ese razonamiento implica un desarrollo y una transformación de la conciencia que no es sencilla. Muchos movimientos adoptan, ante este fenómeno, la cuestión de una fuerte, digámoslo así, presión, premio o castigo. Entonces, las personas quedan disciplinadas de alguna manera, y eso también es natural en el capitalismo. A las personas no les pesa el disciplinamiento, es decir si no venís a las siete de la mañana, si no te presentás, a fin de mes no cobrás; ahí estás ejerciendo una presión, una coacción en la conciencia de las personas, pero no necesariamente una transformación, porque también la necesidad es el látigo con que el capitalismo disciplina al trabajador, al profesional; la necesidad actúa como un fuerte elemento de coerción para que la persona acepte cierto tipo de reglas.
Para nosotros el dilema siempre ha sido ese, la resolución de este conflicto: no convertirnos en una organización donde la coerción sea el premio y el castigo en base a la necesidad, sino un ámbito de libertad, pero también de ruptura. Porque un ámbito de libertad entendida por una conciencia viciada por el capitalismo, entendida al tipo liberal, nos conduciría a un gran relajo. Entonces hay momentos en que los colectivos se tienen que afirmar en esta cuestión de proyectos que se elaboran en común, se aceptan en común; ahí es el momento de decir “no, no vamos para ese lado; si querés caminar con nosotros, caminarás con nosotros, pero nosotros no vamos a ir para ese lado”. Es una tensión permanente. Nosotros, ayer, más o menos, intentábamos decir que no hay que caer en el autoritarismo, que es lo que te puede llevar al desencanto, al desengaño de ver que las personas no actúan ya en base a principios, nuevos, superadores, de ruptura. Por otro lado, la firmeza, la reafirmación, es el momento en el que los colectivos se reafirman. En un momento charlábamos con los compañeros: son momentos difíciles, momentos que generan crisis y ahí momentos en los que hay que reafirmarse para no perder lo más lindo y lo más grande que tenemos, que es esa radicalidad, y no convertirnos en una organización más de distribución de bienes, que en ese caso el Estado no tiene ningún problema, terminás haciendo una tarea gratis, algo de lo que ellos se tendrían que ocupar.
Al hilo de lo que hablamos, me gustaría tocar el tema de la radicalidad. Por un lado está claro que decisiones políticas son aquellas fruto de voluntades individuales que se unen para construir un proyecto transformador. Individuales son también las actitudes que has señalado (buscar el provecho personal), actitudes a confrontar con firmeza. Hay gente que se cae, pero no es menos cierto que otros muchos continúan. Me pregunto si esta radicalidad no nos acerca a cierto purismo, si esta radicalidad se puede sobrellevar personalmente y, en definitiva, me pregunto qué hacer para que dicha radicalidad (y las prácticas inherentes a la misma) trascienda de nuestros círculos.
Son más los motivos de alegría al ver el crecimiento y el desarrollo (aunque no queden orgánicamente en el movimiento), al ver que hay muchas personas que tuvieron la oportunidad de ver y experimentar algo distinto, que eso queda para toda la vida. Hemos encontrado un montón de gente que han pasado por, no sólo por nuestro movimiento, sino también por otros, siendo esto motivo de cambio, de transformación en sus vidas, sus relaciones. A veces, tenemos el ansia, la prisa de ver ya las cosas; los procesos históricos caminan a un ritmo que excede nuestra voluntad, que no es como nosotros queremos, sino lo que podemos hacer, lo que no implica acomodarse a la situación. Yo creo que siempre está esa tensión permanente entre lo viejo que se vive y lo nuevo que se desea o sueña, que es la mecha encendida para que haya cambios.
Hoy, si uno observa la realidad, estamos en mejores condiciones en la Argentina de demostrarle al poder, al Gobierno que no vale todo. En un momento se pensó que valía todo y no iba a haber capacidad de respuesta. Si uno mira la historia de Argentina es jodida la situación porque ha habido un corte muy profundo; pasaron treinta años, pero ese corte sigue afectándonos. La represión, el terrorismo de Estado han dejado una marca profunda. En otros países se pueden encontrar movimientos que tienen 30 ó 35 años de continuidad histórica. En Argentina, a pesar de que tenemos experiencias de lucha, de que tenemos un caudal histórico riquísimo en cuanto a experiencias de lucha, estamos en un proceso de recuperación que no ha terminado de saldarse. Muchas generaciones han quedado cortadas. El avance que nos alegra, por ejemplo, es esa ruptura con el miedo, el primer miedo que se daba entre la población era a reunirse, encontrarse. Creo que hoy ese miedo, ese terror ya no nos condiciona; miedo dado por una situación bien real: un Estado represor, una dictadura, que si te juntabas ya eras un subversivo. Son pasos que se van dando. En Argentina los movimientos son frágiles, no hay movimientos que tengan su experimentación, y no es una cuestión que pueda resolverse con tiempo, pero también afecta. Entonces eso da elementos como para pensar que se va a hacer lo que se pueda hacer. Nos queda una enorme lección de un montón de fenómenos y, en definitiva, uno podría caer en esa cuestión, pensar que el ser humano es una mierda, y muchas veces las grandes lecciones te dejan en esa crisis, pero por otro lado también ves actitudes y gestos que compensan todo eso de negativo que hay en nuestra naturaleza. Es una recreación permanente que da lugar a la esperanza. Caeríamos en una situación terrible si pensáramos que el ser humano no tiene futuro sino a través de la coerción y la represión. Hace poquito charlábamos si podría existir una sociedad sin represión. Es todo un tema. Nosotros vemos Cuba, lo heroico de ese pueblo en su lucha contra una dictadura y, de repente, han quedado entrampados en un régimen que es otra dictadura. Muchos lo resuelven por el lado de que “bueno, no puede ser de otra manera”; nosotros damos otro paso diciendo “sí puede ser de otra manera”, hay que experimentarlo y la necesidad de experimentar la libertad genera crisis, necesariamente te rompe la cabeza. No es fácil decir nos reunimos, charlamos, tenemos conceptos, el desarrollo de una teoría que nace de la práctica, ya está; es una tensión permanente, porque el ejercicio de la libertad no está dado por decir “ya somos libres”; estamos condicionados y es un condicionamiento tan grande que, a veces, lleva a crisis profundas, que pone en crisis a las organizaciones que se plantean este tipo de experimentación. Pero, sin duda que vamos a poder ser más plenos y más libres cuando lo podamos experimentar, con todo lo que eso trae de negativo, porque lógicamente esto trae situaciones, si se quiere, de caos, pero en ese caos nace una nueva subjetividad que esa experimentación no va a tener mejores modos de encarar y tenemos la confianza de que esto es un permanente jugársela.
Hablando del tema de la coyuntura política argentina, sudamericana, donde hay gobiernos que unos llaman progresistas, otros populares, todos han llegado tras importantes crisis, empujados directa o indirectamente por movimientos populares, como opina Raúl Zibechi. También tenemos lo que dice Hebe de Bonafini que el “momento político es diferente”, en Argentina y en Sudamérica. Esto nos plantea la cuestión de la postura a tomar respecto a estos gobiernos, el tipo de relaciones. En Europa occidental es muy claro que la izquierda no aspira más que a ejercer de regulador o conciencia. No sé si aquí algunos grupos (quizás Madres, aunque sea muy aventurado decirlo) pudieran estar jugando ese papel de agrupar fuerzas, de canalizar expectativas, apoyo popular al Gobierno para obtener de éste el máximo posible, no sé, para lograr una nueva clase de pacto social. Con la plata que está volcando el Gobierno de Kirchner o Lula con el asistencialismo en zonas muy pobres (como el nordeste brasileiro), ¿qué postura hay que adoptar? Quiero decir que, más allá de la habitual proclama de que este gobierno es malo (como todos) porque es otro gestor más del capital, no podemos basar las críticas en dogmas. Recuerdo lo que me señalaba Hebe, de que “hay que apoyar lo que está bien y criticar lo que está mal” y cómo yo le dije que esa dinámica puede ser un freno a la experimentación, quedarnos con lo que hay y no buscar algo superador.
Sí, bueno, esa no es nuestra opción. Es cierto que hay mejores condiciones para acceder a un montón de recursos; de hecho, muchas organizaciones lo están haciendo con idea de acumulación; piensan, “bueno, está bien, este gobierno va a pasar y debemos quedarnos con condiciones materiales que nos permitan continuar la lucha”. Es un análisis de acumulación, de fortalecimiento, institucional en alguna manera; este Gobierno lo permite, brinda a las organizaciones que se alinean un montón de beneficios que se traducen en planes de vivienda, programas de alimentación, fondos para distintos tipos de iniciativas. Lo más jodido de eso es que la experimentación de ruptura y una nueva subjetividad se ve condicionada: podremos avanzar en lo material, pero no en la construcción de subjetividad, es muy difícil volver después de eso. Los movimientos que no nos alineamos quedamos en situación de fragilidad; logramos algunas cuestiones reivindicativas que, por nuestra historia, nuestras movilizaciones, se han logrado, no han sido regalo, pero han sido mínimas en comparación con lo de los movimientos oficialistas. Pero en los núcleos que puedan preservarse de esta lógica va a ser mucho más grande el desarrollo de una potencia transformadora. Es muy difícil volverse después de esa jugada, jugar a la acumulación, a tener mejores condiciones para hacer política, como dicen ellos. En este caso, nosotros seríamos marginales, en este momento. Marginales en el sentido de que quedamos mucho más frágiles, con menos capacidad de reivindicaciones -si se quiere- a nivel económico, que la gente ya puede conseguir y obtener por los canales tradicionales del Estado, pero con la posibilidad de experimentar algo distinto, y ahí creemos que se va a practicar la ruptura, el ejercicio de la ruptura, que es permanente, que, bueno, es abnegado y es de ver cosas que muchos no ven, es un riesgo, pero a la vez es de una gran esperanza, de tener una gran confianza de que esto no es el futuro, que esto es una cortina de humo, que no es el Gobierno popular.
Creemos que el zapatismo está haciendo algo parecido, muchos movimientos están haciendo algo parecido, diciendo que esto no es la izquierda, con todo lo que eso implica de soledad y pérdida de adhesión de muchas personas. Muchas personas nos han dicho que fortalecemos a la derecha manteniendo esta práctica. A corto plazo creo que tienen esta iniciativa, tienen esta fantasía; muchos necesitan esta fantasía, que la vivan, pero a largo plazo no es el futuro. Estamos trabajando para algo que todavía no se ve, que no está muy claro, pero creemos que va a ser, necesariamente, lo que va a traer una transformación radical, de raíz, y lo más alejada de las armas melladas que tiene el capitalismo. No se puede generar una sociedad nueva con las herramientas del sistema. Entonces eso nos deja en una situación de exposición y nos dicen “son sectarios, son dogmáticos, son un nuevo dogma”, que es de revisarse: nosotros siempre hemos tenido esa intención de revisar nuestra práctica para no caer en eso, en ser la secta iluminada, pero, por otro lado, es lo que lo ha hecho bien para constituirnos como pequeños núcleos que en un momento tuvieron la potencia, la coherencia para poder activar una política de otro tipo que no significara quedar preso en las redes del capitalismo.