Lo que “socialismo” quiere decir

02.Mar.07    Análisis y Noticias

LO QUE “SOCIALISMO” QUIERE DECIR

Rigoberto Lanz
Caracas, Enero 2007

A raíz del nuevo mapa político que se dibuja con los resultados electorales de diciembre se perfilan condiciones favorables para que los contenidos de una agenda de transformación puedan densificarse, es decir, ganar terreno en su definición sustantiva y traducirse progresivamente en experiencias tangibles. El voluntarismo de los decretos sirve tal vez como palanca de visibilidad de los asuntos álgidos de la revolución pero resulta enteramente supérfluo como cristalización verdadera de cambios de fondo. Ello quiere decir que la voluntad política para impulsar transformaciones efectivas tiene que estar acompañada de concepciones estratégicas bien definidas, de visiones emancipatorias que ajusten cuentas con los anacronismos ideológicos del marxismo soviético y del socialismo burocrático.
El clima creado con la asunción del nuevo período gubernamental apunta en la dirección de provocar cambios verdaderos en los núcleos duros del Estado. No sólo por el implícito reconocimiento de que en lo fundamental el Estado heredado permanece intacto, sino por la brutal realidad del agravamiento de fenómenos perversos como el burocratismo y la corrupción. ¿Cómo plantearse en serio la demolición del viejo Estado si no se ha podido definir una política efectiva contra la corrupción y el burocratismo? Ningún anuncio grandilocuente sobre los grandes asuntos de la revolución serán creíbles mientras permanezcan en la impunidad las lacras de la corrupción y el burocratismo. Sabemos de antemano que no se está luchando sólo con pequeñas desviaciones o malas prácticas administrativas sino contra una aceitada cultura que viene de muy lejos. La inutilidad de lo dicho y hecho hasta ahora en esta materia habla a las claras de la complejidad y envergadura de estas enfermedades.
El desmontaje del entramado institucional del viejo Estado es una tarea que en sí misma puede consumir buena parte de la energía disponible en este período que se inicia. Allí no hay que escatimar ningún esfuerzo ni empeñarse en una sola vía: la creación de consensos, el aprovechamiento de todo tipo de oportunidades, la puesta en escena de experimentos puntuales, el diseño de estrategias de distintos alcance. Tratándose de una lucha en contra de toda una cultura organizacional que lleva siglos reproduciéndose, existiendo poderosos intereses objetivos que nuclean a grandes contingentes de funcionarios y habiendo tan poca claridad en los sectores dirigentes de cómo encarar estas batallas, es comprensible que la incertidumbre y la poca credibilidad estén a la mano en los distintos ambientes donde está desarrollándose este debate.
De cualquier manera, el eje estructurador de las nuevas correlaciones de fuerza que este mapa está dibujando se define en el doble movimiento de la lucha contra las formas estatales tradicionales y la emergencia del poder popular en una dinámica de posicionamiento creciente. Esta “dualidad de poderes” ha de marcar los rumbos de las políticas públicas más emblemáticas hechas desde el gobierno y también el carácter de las luchas de los nuevos actores sociales disputando palmo a palmo su autonomía, su capacidad de decisión, sus reglas de auto-gestión política respecto a los pequeños y grandes espacios de la sociedad.
En este trayecto se pondrá a prueba un rasgo definitorio de una cultura democrática de nuevo tipo: la expansión de la crítica y la profundización de los espacios de discusión. No se trata de elementos de estilo ni de notas adjetivas a la vida democrática de la sociedad. Al contrario, se juega en estos rasgos una condición de fondo que roza muy de cerca la experiencia más íntima de la libertad, del despliegue del pluralismo y el cultivo de la diferencia que son consustanciales a la complejidad de la vida, a la fecundidad de toda experiencia libertaria. No se trata de formalismos jurídicos ni de exhortaciones morales. Cuando insistimos en precisar el talante de la crítica en la praxis de los actores políticos y de la cualificación creciente de los espacios de debate, es porque estamos en presencia de vectores definitorios de la calidad de los procesos revolucionarios. La lucha en este terreno abre distintos frentes donde se conjugan las tendencias burocráticas de los aparatos del Estado, las tendencias pragmáticas de grupos de intereses que no creen en el debate ni mucho menos en la función creadora de la crítica, la propensión hegemónica de grupos amparados en cuotas de poder. Este cuadro evidencia de suyo las dificultades para que las discusiones prosperen espontáneamente y para que la crítica se constituya en una palanca constructiva de una nueva conciencia revolucionaria.
Las palabras no son neutras. Pero las palabras tampoco significan una sola cosa, ni expresan unívocamente un solo sentido. “Socialismo” no es la excepción. Este término puede significar casi lo que nos de la gana (desde una remembranza nazi, pasando por distintas formas de “socialismo utópico”, hasta cualquier alusión a los toques posmodernos o las variantes nórdicas de organización de la sociedad) Ello obliga a ponerle apellidos a la palabra “socialismo” y a tener que explicar en cada caso cuáles son los contenidos que usted está defendiendo con el uso de esta terminología.
En Venezuela el debate no puede evitar hacerse cargo del recorrido de este concepto. Tampoco puede evitar el ajuste de cuentas con la experiencia histórica donde el “socialismo” burocrático puso la torta completamente. Ese es el punto de partida para cualquier debate serio sobre este asunto.
Nosotros intentamos marcar un cierto rumbo en esta discusión: –apuntalando el lugar teórico desde donde hablamos, es decir, sabiendo que las teorías políticas tradicionales no sirven para pensar esta revolución; –poniendo el énfasis en el desmantelamiento del Estado burgués (sin lo cual no hay ninguna revolución que valga la pena); –fijando la mirada en el carácter cultural de las transformaciones verdaderas; –acentuando con fuerza el papel de la crítica, de la discusión abierta, de la formación intelectual; — recuperando con fuerza el protagonismo del poder popular frente a las intermediaciones institucionales; en fin, apostando duro por el impulso de prácticas subversivas que propaguen el efecto emancipatorio de las rupturas, de los conflictos, de las contradicciones. Póngale usted el nombre, nosotros nos quedamos con esos contenidos.
Todo lo anterior avizora una perspectiva cargada de posibilidades, un cuadro político muy favorable para profundizar las luchas en un sentido progresivo. Pero no hay que confundir las posibilidades con fatalidades. Nada de ello está garantizado automáticamente. Este clima favorable puede revertirse en calamidad si la conducción no atina y si las tendencias regresivas –que existen, es bueno recordarlo—terminan saliéndose con la suya. Por ello es bueno asumir las coyunturas como apuesta: voluntad volcada sobre procesos nacientes, conciencia lúcida sobre las asechanzas y desafíos. Por allí van los tiros.

Nota de Clajadep.
Rigoberto Lanz dirige el Post Doctorado de la Universidad Central de Venezuela y forma parte del equipo de trabajo de Misión Ciencia, además de otros elementos curriculares que hacen de él una respetada voz en el debate interno venezolano.

Nota posterior:
El Profesor J ha querido responder una nota a Rigoberto Lanz y se la ha enviado a su mail en Caracas. Reproducimos esa respuesta:

Estimado compa.

Gracias por los permanentes envíos.
Estamos retomando la página de Clajadep en http://clajadep.lahaine.org y hemos publicado su texto con una somerísima información sobre su persona.

Nos ha gustado su texto de socialismos para gustos diversos, manifestando nuestra preocupación con el siguiente párrafo final:

“Este clima favorable puede revertirse en calamidad si la conducción no atina y si las tendencias regresivas –que existen, es bueno recordarlo—terminan saliéndose con la suya”.

Independientemente del contenido trabajado en el texto, esta frase pareciera resumir y precisar el mensaje, lo que nos parece que no puede ser tan así, ya que en ese caso usted no le otorgaría allí ningún papel a la organización social (por más que lo haya aludido en el texto), que estaría como expectante de que la conducción atine o que las tendencias regresivas no se salgan con la suya.

Yo creo que atine o no atine la conducción, el aseguramiento del encaminamiento estratégico debería entonces hacerse echando mano a otras cosas, ya que la calamidad no podría esgrimirse como fantasma asustador para encender velas a los santos solicitando que la conducción “atine”. Un poco de eso nos sucedió en Chile, salvando las distancias, obviamente.

Creo que hay que trabajar más ese tipo de conclusiones o síntesis de lo dicho, ya que de alguna manera hace perderse el mensaje o la alusión al poder popular.

En la medida que se consolide el poder popular, no habrá vuelta atrás.

Gracias por atenderme.

Abrazos
Profesor J