LA LUCHA DE CLASES Y SUS ASPECTOS MÁS CARACTERÍSTICOS EN LOS ÚLTIMOS AÑOS: Resurgimiento de la perspectiva comunista

03.Abr.07    Análisis y Noticias

François Martin

(Cuarta parte del libro Declive y Resurgimiento de la perspectiva comunista, de Gilles Dauvé y François Martin, editado en español en Julio de 2003 por Ediciones Espartaco Internacional).

Este ensayo fue comenzado poco después de Mayo del 68 y acabado en 1972 por un amigo que había trabajado unos años antes en una fábrica argelina de zapatos “autogestionada” (bajo control del Estado), donde experimentó de qué modo el deseo de conseguir el dominio sobre el propio destino podía acabar en una autogestión institucionalizada del trabajo asalariado.

Si este texto fuese escrito hoy, los datos históricos serían diferentes. Aunque todavía conserva plazas fuertes, el P.C. francés ha decaído, en parte por la desindustrialización de áreas tradicionales de la clase obrera. Por lo demás, como en otros países, no se puede seguir hablando de “estalinismo”.Los P. C. eran estalinistas no por amor a Rusia, sino porque el capitalismo de Estado era una solución posible para el capital… generalmente con las tropas del Ejército Rojo en las cercanías y ayuda de los países “socialistas” hermanos. Con la caída de la URSS, no tiene utilidad esta forma atrasada de capitalismo, y los P. C. están evolucionando hacia partidos social-demócratas. El adaptable partido italiano ya recorrió este camino hace tiempo. Tras larga resistencia, el empedernido P. C. francés le está siguiendo. La siniestra farsa estalinista de 60 años ha sido tirada al cubo de la basura de la historia, no por el proletariado, sino por la irresistible marcha de las mercancías. La tarjeta de crédito es más potente que la bota.

(nota de Gilles Dauve en 1997)

El objetivo original de este texto fue intentar mostrar las razones fundamentales por las que el movimiento revolucionario de la primera mitad del siglo tomó varias formas (partidos, sindicatos y uniones industriales, consejos obreros) que ahora no sólo pertenecen al pasado sino que también dificultan la nueva formación del movimiento revolucionario. Pero sólo se llevó a cabo una parte del proyecto. Esta tarea aún tiene que realizarse. Pero sería un error seguir esperando a una construcción teórica completa antes de ponerse en marcha. El texto que sigue da ciertos elementos útiles para la comprensión de nuevas formas del “partido” comunista. Acontecimientos recientes (principalmente, huelgas en los EE.UU., en Gran Bretaña, en Francia, en Italia) muestran claramente que estamos entrando en un nuevo período histórico. Por ejemplo, el Partido Comunista Francés (P.C.F.) aún domina a la clase obrera, pero bajo fuerte ataque. Mientras que durante un largo período de tiempo la oposición del movimiento revolucionario al capital fue desviada por el P.C.F., esta mediación tiende a desaparecer hoy: la oposición entre trabajadores y capitalismo se está afirmando cada vez más directamente, y al nivel de hechos reales y acciones, como opuesta a la situación en que la ideología del P.C.F. era prominente entre los trabajadores y el movimiento revolucionario tenía que luchar contra el P.C.F. principalmente en un nivel teórico.

Hoy, los revolucionarios se verán obligados a oponerse al capital prácticamente. Esta es la razón por la que son necesarias nuevas tareas teóricas. No basta con estar de acuerdo al nivel de las ideas; hay que actuar positivamente y, antes que nada, intervenir en las luchas actuales para defender los propios puntos de vista. Los comunistas no tienen que construir un partido separado del que se afirma a sí mismo en la práctica en nuestra sociedad; sin embargo, tendrán que defender cada vez más sus posiciones para que el movimiento real no malgaste el tiempo en luchas inútiles y falsas. Habrá que establecer vínculos orgánicos (trabajo teórico para actividad práctica) entre los que piensan que estamos yendo hacia un conflicto entre el proletariado y el capital. El presente texto intenta determinar cómo está reapareciendo el movimiento comunista, y definir las tareas de los comunistas.

A) Mayo de 1968 en Francia

La huelga general de Mayo de 1968 fue una de las huelgas más grandes de la historia capitalista. Sin embargo, probablemente sea la primera vez que, en la sociedad moderna, semejante poderoso movimiento de la clase trabajadora no creó por sí mismo órganos capaces de expresarlo. Más de cuatro años de luchas de los trabajadores lo prueban. En ninguna parte podemos ver organizaciones que vayan más allá de un contacto local y temporal. Sindicatos y partidos han sido capaces de intervenir en este vacío y negociar con los patronos y el Estado. En 1968, algunos Comités de Acción de corta duración fueron la única forma de organización de los trabajadores que actuaron fuera de los sindicatos y de los partidos; el Comité de Acción se opuso a lo que ellos sintieron como una traición por parte de los sindicatos.

Ya sea al comienzo de la huelga, o en el proceso de asentamiento, como más tarde, en la lucha contra la reanudación del trabajo muchos miles de trabajadores se organizaron por sí mismos de un modo u otro fuera y contra la voluntad de los sindicatos. Pero en todos los casos las organizaciones de los trabajadores se extinguieron al final del movimiento y no se encaminaron a un nuevo tipo de organización.

La única excepción fue el “Comité inter-empresas”, que había existido desde el comienzo de la huelga en el edificio Censier de la “Facultad de Letras” de París. Reunió a trabajadores, individuos y grupos, de varias docenas de fábricas del área de París. Su función fue coordinar acciones contra el trabajo de zapa de la huelga por parte del sindicato controlado por el P.C.F., la C.G.T. De hecho fue el único órgano de los trabajadores que fue prácticamente más allá de los estrechos límites de la fábrica, poniendo en práctica la solidaridad entre trabajadores de diferentes empresas. Como ocurre con todas las actividades revolucionarias del proletariado, este Comité no dio publicidad a su acción.1

El Comité continuó organizando encuentros tras la huelga y desapareció después de que sus miembros constataran su inutilidad. Por supuesto, los cientos de trabajadores que habían tomado parte en su actividad pronto dejaron de acudir a sus reuniones. Muchos de ellos continuaron viéndose entre sí. Pero mientras que el objetivo del Comité durante la huelga había sido fortalecer la lucha contra las maniobras de sindicato y partido, más tarde se convirtió en un grupo de discusión que estudiaba los resultados de la huelga y que intentaba sacar de ello lecciones para el futuro. Las discusiones giraban con frecuencia en torno al comunismo y su importancia.

El Comité reunió a una minoría. Sin embargo, sus “asambleas generales” diarias en el Censier, así como sus reuniones más restringidas, permitieron a varios miles de trabajadores encontrarse. Quedó limitado al área de París. No hemos tenido noticias de otros experimentos semejantes en otras regiones, organizados fuera de los sindicatos (incluyendo a los sindicatos “de izquierda”: la ciudad de Nantes, en el oeste de Francia, estuvo más o menos en manos de los sindicatos durante la huelga).

Debemos añadir que un puñado de personas con ideas comunistas (una docena, como máximo) estuvieron profundamente involucradas en su acción y funcionamiento. El resultado de ello fue limitar la influencia de la C.G.T., los trotskistas y los maoístas a un mínimo. El hecho de que el Comité estuviese fuera de todas las organizaciones tradicionales de sindicato y partido, incluyendo las extremistas, y de que intentase ir más allá del límite de la fábrica, prefiguró lo que ha estado sucediendo desde 1968. Su desaparición después de cumplir sus tareas también prefiguró la lenta desaparición de organizaciones que han aparecido desde entonces, en las luchas más características de los últimos años.

Esto muestra la gran diferencia entre la situación presente y lo que ocurrió en la década de los 30. En 1936, en Francia, la clase obrera luchó tras las organizaciones de trabajadores y por las reformas que declararon. Así, la semana de cuarenta horas y las dos semanas de vacaciones pagadas eran vistas como una victoria real de los trabajadores, cuya demanda esencial era conseguir las mismas condiciones y posición como grupos asalariados. Estas demandas fueron impuestas a la clase dirigente. Hoy, la clase obrera no pide la mejora de sus condiciones de vida. Los programas de reformas presentados por sindicatos y partidos se parecen mucho a los presentados por el Estado. Fue De Gaulle quien propuso la “participación” como remedio a lo que él llamaba la sociedad “mecánica”.

Parece que sólo una fracción de la clase dirigente se dio cuenta de la magnitud de la crisis, a la que llamó “crisis de civilización” (A. Malraux). Desde entonces, todas las organizaciones, todos los sindicatos y partidos, sin ninguna excepción, se unieron al gran programa de reformas de una manera u otra. El mismo P.C.F. incluye “participación real” en su programa de gobierno. El otro gran sindicato, la C.F.D.T., aboga por la autogestión, que también es apoyada por los grupos izquierdistas que están a favor de los “consejos obreros”. Los trotskistas proponen el “control obrero” como programa mínimo para un “gobierno obrero”.

Lo que hay en lo más profundo de este asunto es un intento de acabar con la separación entre el trabajador y el producto de su trabajo. Esto es la expresión del punto de vista “utópico” del capital, y no tiene nada que ver con el comunismo. La “utopía” capitalista intenta desembarazarse del lado malo de la explotación. El movimiento comunista no puede expresarse a sí mismo como una crítica formal del capital. No tiene como fin cambiar las condiciones del trabajo, sino la función del trabajo: quiere sustituir la producción de valores de cambio por la producción de valores de uso. Mientras que los sindicatos y partidos desarrollan sus debates en el contexto de uno y mismo programa, el programa del capital, el proletariado tiene una actitud no constructiva. Aparte de sus actividades políticas prácticas, no “participa” en el debate organizado sobre su caso. No intenta llevar a cabo investigaciones teóricas sobre sus propias tareas. Esta es la hora del gran silencio del proletariado. La paradoja es que la clase dirigente intenta expresar las aspiraciones de los trabajadores, a su manera. Una fracción de la clase dirigente comprende que las actuales condiciones de apropiación de plusvalía son un obstáculo para el funcionamiento total de la economía. Su perspectiva es compartir el pastel, con la esperanza de que una clase trabajadora que “se aprovecha” del capital y “participa” en él, producirá más plusvalía. Estamos alcanzando el estadio en que el capital sueña con su propia supervivencia.2 Para realizar esta supervivencia, se tendría que desembarazar de sus propios sectores parasitarios, es decir, las fracciones del capital que ya no producen suficiente plusvalía.

Mientras que en 1936 los trabajadores intentaban alcanzar el mismo nivel que otros sectores de la sociedad, hoy en día el capital mismo impone a los sectores asalariados privilegiados las mismas condiciones generales de vida que las de los trabajadores. El concepto de participación implica igualdad ante la explotación impuesta por las necesidades de formación de valor. De esta manera, la participación es un “socialismo” de la miseria. El capitalismo debe reducir los enormes costes de los sectores que son necesarios para su supervivencia pero que no producen directamente valor.

En el transcurso de sus luchas, los trabajadores comprueban que la posibilidad de mejorar sus condiciones materiales es limitada, y en su conjunto, ya planificada por el capital. La clase obrera ya no puede intervenir sobre la base de un programa que realmente alterase sus condiciones de vida
dentro del capitalismo. Las grandes luchas de los trabajadores en la primera mitad del siglo, luchas por la jornada de ocho horas, la semana de cuarenta, vacaciones pagadas, sindicalismo industrial, seguridad laboral, mostraron que las relaciones entre la clase obrera y el capital permitían a los trabajadores un cierto espacio de acción “capitalista”. Hoy en día el capital mismo impone las reformas y generaliza la igualdad de todos ante el trabajo asalariado. Por lo tanto, ningún sector importante de la clase obrera quiere luchar por objetivos intermedios como fue el caso a comienzos del siglo o en la década de los 30. Pero también debería ser obvio que mientras la perspectiva comunista no esté clara, no se pueden formar organizaciones de trabajadores sobre una base comunista. Esto no quiere decir que los objetivos comunistas se harán claros de repente para todos. El hecho de que la clase trabajadora sea la única clase que produce plusvalía es lo que la coloca en el centro de la crisis del valor, es decir, en el verdadero corazón de la crisis del capitalismo, y la obliga a destruir a las otras clases como tales, y formar los órganos de su propia destrucción como parte del capital, como una clase dentro del capitalismo. La organización comunista sólo aparecerá en el proceso práctico de destrucción de la economía burguesa y en la creación de la comunidad humana sin intercambio.

El movimiento comunista se ha afirmado a sí mismo continuamente desde el mismo comienzo del capitalismo. Por esta razón el capital se ve forzado a mantener una vigilancia constante y una violencia continua sobre cualquier cosa que sea peligrosa para su funcionamiento normal. Desde la conspiración secreta de Babeuf en 1795, el movimiento de los trabajadores ha experimentado luchas cada vez más violentas y prolongadas que han mostrado que el capitalismo no es la culminación de la humanidad, sino su negación.

Aunque la huelga de Mayo del 68 apenas tuvo resultados positivos inmediatos, su fuerza real fue que no dio origen a ilusiones duraderas. El “fracaso” de Mayo es el fracaso del reformismo, y el final del reformismo engendra una lucha a un nivel completamente diferente, una lucha contra el capital mismo, no contra sus efectos. En 1968 todo el mundo pensaba en alguna “otra” sociedad. Lo que la gente decía raramente iba más allá de la noción de una autogestión general. Aparte de la lucha comunista, que sólo se puede desarrollar si la lidera el centro, la clase que produce la plusvalía, las demás clases sólo pueden actuar y pensar dentro de la esfera capitalista, y su expresión sólo puede ser la del capital – incluso del capital que se reforma a sí mismo. Sin embargo, detrás de estas críticas parciales y expresiones alienadas, podemos ver el principio de la crisis del valor característica del período histórico en el que estamos entrando ahora.

Estas ideas no vienen de ninguna parte; aparecen siempre porque los síntomas de una comunidad humana real existen emocionalmente en cada uno de nosotros. En cualquier ocasión en que es cuestionada la falsa comunidad del trabajo asalariado, aparece una tendencia hacia una forma de vida social en la que las relaciones ya no están mediatizadas por las necesidades del capital.

Desde Mayo del 68, la actividad del movimiento comunista ha tenido tendencia a ser cada vez más concreta.

B) Huelgas y luchas de los trabajadores desde 1968

Mientras que en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial las huelgas, incluso las importantes, eran mantenidas bajo control y no iban seguidas por constantes crisis políticas y monetarias, los últimos años han visto un rebrote de los disturbios industriales e incluso insurrecciones en Francia, Italia, Gran Bretaña, Bélgica, Alemania Occidental, Suecia, Dinamarca, España, Portugal, Suiza. En Polonia, los trabajadores atacaron la sede central del P.C. mientras cantaban la Internacional. El proceso fue el mismo en casi todos los casos. Una minoría pone en marcha un movimiento con sus propios objetivos; pronto, el movimiento se extiende a otras categorías de trabajadores en la misma empresa; la gente se organiza (piquetes de huelga, comités de trabajadores en los establecimientos, en las cadenas de montaje); los sindicatos se las arreglan para ser los únicos capaces de negociar con la dirección; finalmente consiguen que los trabajadores reanuden el trabajo, después de proponer consignas unitarias que no gustan a nadie pero que aceptan todos a causa de la incapacidad para formular otra cosa. El único movimiento que fue más allá del estadio de la huelga tal como existe hoy fue el movimiento de disturbios y huelgas en Polonia en diciembre de 1970-enero de 1971.

Lo que sucedió de modo brutal en Polonia, existe sólo como tendencia en el resto del mundo industrial. En Polonia no hay un mecanismo de poder “de contrapeso” para contener las crisis sociales. La clase dirigente tenía que atacar directamente a la clase trabajadora con el fin de mantener el proceso de formación de valor en condiciones normales. Lo acontecido en Polonia prueba que la crisis del valor tiende a extenderse a todas las áreas industriales, y demuestra el comportamiento de la clase obrera como el centro de tal crisis.

El origen del movimiento fue la necesidad de defender el precio medio de venta de la fuerza de trabajo. Pero el movimiento se encontró inmediatamente en otro terreno: tuvo que enfrentarse a la sociedad capitalista misma. Enseguida los trabajadores se vieron obligados a atacar los órganos de opresión. El partido y el sindicato oficiales fueron atacados y el edificio del partido fue asaltado. En algunas ciudades, las estaciones de ferrocarril fueron puestas bajo guardia para el caso de que pudiesen ser utilizadas para llevar tropas. El movimiento fue lo suficientemente fuerte como para darse un órgano de negociación: un comité de trabajadores para la ciudad. El hecho real de que Gierek tuviese que ir a los astilleros navales en persona debe ser considerado como una victoria de la clase obrera en su conjunto. Un año más tarde, Fidel Castro tuvo que ir a Chile en persona para pedir a los mineros que cooperasen con el gobierno (“socialista”). En Polonia, los trabajadores no enviaron delegados al poder central para plantear sus peticiones: el gobierno tuvo que venir a los trabajadores para negociar… la inevitable rendición de los trabajadores. Para hacer frente a la violencia del Estado, la clase obrera formó sus propios órganos de violencia. Ningún líder había anticipado la organización de la revuelta: fue el producto de la naturaleza de la sociedad que la revuelta intentó destruir. Sin embargo, los líderes (el comité de trabajadores de la ciudad) sólo aparecieron después de que el movimiento hubiese alcanzado el punto más alto que la situación permitía. El órgano de negociación no es nada más que la expresión de la constatación por ambas partes de que sólo hay una solución. La característica de semejante órgano de negociación es que no implica delegación de poder. Más bien representa el límite externo de un movimiento que no puede ir más allá de la negociación en la situación presente. Una vez más, el capital propone reformas mientras que la clase obrera se manifiesta a sí misma a través del rechazo práctico; debe aceptar las propuestas del poder central hasta que su actividad práctica sea lo suficientemente fuerte para destruir la base de ese poder.

Las luchas de los trabajadores tienden a oponer directamente su propia dictadura a la del capital, a organizarse sobre una base diferente de la del capital y de este modo plantear la cuestión de la transformación de la sociedad por los hechos. Cuando las condiciones existentes son desfavorables para un ataque general, o cuando este ataque falla, las formas de la dictadura se desintegran, el capital triunfa de nuevo, reorganiza a la clase obrera de acuerdo a su lógica, desvía la violencia de su meta original, y separa el aspecto formal de la lucha de su contenido real. Debemos desembarazarnos de la vieja oposición entre “dictadura” y “democracia”. Para el proletariado, “democracia” no significa organizarse a sí mismo como un parlamento a la manera burguesa; para él, “democracia” es un acto de violencia por medio del cual destruye todas las fuerzas sociales que le impiden expresarse a sí mismo y lo mantienen como una clase dentro del capitalismo. “Democracia” no puede ser más que una dictadura. Esto se puede ver en cada huelga: la forma de su destrucción es precisamente “democracia”. Tan pronto como hay separación entre un órgano de decisión y un órgano de acción, el movimiento ya no está en su fase ofensiva. Está siendo desviado al terreno del capital. Oponer la “democracia” de los trabajadores a la “burocracia” de los sindicatos significa atacar un aspecto superficial y ocultar el contenido real de las luchas de los trabajadores, que tienen una base totalmente diferente. La democracia es hoy el eslogan del capital: éste propone la autogestión de la propia negación de uno. Todos aquellos que aceptan este programa propagan la ilusión de que la sociedad puede ser cambiada por una discusión general seguida de un voto (formal o informal) que decidiría lo que hay que hacer. Manteniendo la separación entre decisión y acción, el capital intenta mantener la existencia de las clases. Si uno critica semejante separación sólo desde un punto de vista formal, sin ir a sus raíces, uno simplemente perpetúa la división. Es difícil imaginar una revolución que empieza cuando los votantes levantan la mano. La revolución es un acto de violencia, un proceso a través del cual se transforman las relaciones sociales.3

No intentaremos dar una descripción de las huelgas que han tenido lugar desde 1968. Nos falta demasiada información, y se han escrito un gran número de libros y panfletos sobre ellas. Sólo quisiéramos ver lo que tienen en común, y de qué manera son la señal de un período en el que la perspectiva comunista aparecerá cada vez más concretamente.

No dividimos a la sociedad industrial en sectores diferentes: sectores “que se desarrollan” y “que se estancan”.Es cierto que se pueden observar algunas diferencias, pero estas ya no pueden seguir ocultándonos la naturaleza de las huelgas, en las que no podemos ver diferencias reales entre luchas “de vanguardia” y “de retaguardia”. El proceso de las huelgas está cada vez menos determinado por factores locales, y cada vez más por las condiciones internacionales del capitalismo. De esta manera, las huelgas y los disturbios en Polonia eran el producto del contexto internacional; las relaciones entre Este y Oeste estaban en la raíz de esos acontecimientos, cuando el pueblo cantaba la Internacional y no el himno nacional. El capital occidental y oriental tienen común interés en asegurar la explotación de sus respectivos trabajadores. Y los capitalismos “socialistas” relativamente subdesarrollados deben mantener una estricta eficiencia capitalista para ser capaces de competir con sus vecinos occidentales más modernos.

La lucha comunista empieza en un lugar dado, pero su existencia no depende de factores puramente locales. No actúa de acuerdo con los límites de su lugar original de nacimiento. Los factores locales se convierten en secundarios para los objetivos del movimiento. Tan pronto como una lucha se limita a las condiciones locales, inmediatamente es tragada por el capitalismo. El nivel alcanzado por las luchas de los trabajadores no está determinado por factores locales, sino por la situación global del capitalismo. Tan pronto como la clase que concentra en sí misma los intereses revolucionarios de la sociedad se levanta, inmediatamente encuentra, en su situación y sin mediación alguna, el contenido y el objeto de su actividad revolucionaria: aplastar a sus enemigos y tomar las decisiones impuestas por las necesidades de la lucha; las consecuencias de sus propias acciones la fuerzan a avanzar.

No trataremos aquí de todas las huelgas. Todavía hay una sociedad capitalista en la que la clase trabajadora es precisamente una clase del capitalismo, una parte del capital, cuando no es revolucionaria. La maquinaria de los partidos y sindicatos se las arreglan todavía para controlar y dirigir secciones importantes de la clase obrera por objetivos capitalistas (tales como el derecho a jubilarse a los 60 años en Francia). Elecciones generales y muchas huelgas son organizadas por los sindicatos por demandas limitadas. Sin embargo, cada vez es más obvio que en la mayoría de las grandes huelgas la iniciativa no viene de los sindicatos, y estas son las huelgas de las que estamos hablando aquí. La sociedad industrial no se ha dividido en sectores, como tampoco la clase obrera se ha dividido en jóvenes, en viejos, en nativos, en inmigrantes, en extranjeros, en cualificados y en no especializados. Nosotros no nos oponemos a todas las descripciones sociológicas; estas pueden ser útiles, pero no son nuestro objetivo aquí.

Vamos a intentar estudiar cómo el proletariado se aparta de la sociedad capitalista. Tal proceso tiene un centro definido. Nosotros no aceptamos el punto de vista sociológico de la clase obrera, porque no analizamos a la clase obrera desde un punto de vista estático, sino en términos de su oposición al
valor. La ruptura con el capital destruye el valor de cambio, esto es, la existencia del trabajo como mercancía. El centro de este movimiento y, por consiguiente, su liderazgo, debe ser la parte de la sociedad que produce valor. De otro modo, significaría que el valor de cambio ya no existe y que nos encontramos más allá del estadio capitalista. Realmente, el significado profundo del movimiento esencial es ocultado parcialmente por las luchas en la periferia, en las afueras de la producción de valor. Este fue el caso en Mayo de 1968, cuando los estudiantes enmascararon la lucha real, que tuvo lugar en otra parte.

En realidad, las luchas en las afueras (las nuevas clases medias) son sólo una señal de una crisis mucho más profunda que las apariencias todavía nos ocultan. La vuelta de la crisis del valor implica, para el capital, la necesidad de racionalizar y, por tanto, atacar a los sectores atrasados que son los menos capaces de protegerse a sí mismos; esto incrementa el desempleo y el número de los que no tienen reservas. Pero su intervención no debe hacernos olvidar el papel esencial jugado por los trabajadores productivos para destruir el valor de cambio.

C) Los dos aspectos más característicos de las huelgas

Por un lado, la iniciativa de la huelga viene de los trabajadores auto-organizados; por otro, la iniciativa para acabar la huelga viene de la fracción de los trabajadores organizados en sindicatos. Estas iniciativas son contradictorias desde el momento en que expresan dos movimientos que son opuestos el uno al otro. Nada es más ajeno a una huelga que su final. El final de una huelga es un momento de conversaciones interminables cuando la noción de la realidad es superada por las ilusiones; se organizan muchas reuniones en las que los funcionarios de los sindicatos tienen el monopolio de la palabra; las asambleas generales atraen cada vez a menos gente y, finalmente, votan la reanudación del trabajo. El final de una huelga es un momento en que la clase trabajadora cae de nuevo bajo el control del capital, es reducida de nuevo a átomos, a componentes individuales, destruida como clase capaz de oponerse al capital. El final de una huelga significa negociación, el control del movimiento, o lo que ha quedado de él, por organizaciones“responsables”, los sindicatos. El comienzo de una huelga significa justamente lo contrario: cuando la acción de la clase obrera no tiene nada que ver con el formalismo. Todos los que no apoyan el movimiento son echados a un lado, sean ejecutivos, encargados, trabajadores, enlaces sindicales o funcionarios del sindicato. Los directores son encerrados, los edificios de los sindicatos atacados por miles de trabajadores, dependiendo de las condiciones locales. Durante la huelga de Limburgo (Bélgica, invierno de 1970), la sede central del sindicato fue asaltada por los trabajadores. Cualquier cosa que actúe como un obstáculo para el movimiento tiende a ser destruida. No hay lugar para la “democracia”: por el contrario, todo es obvio, y todos los enemigos deben ser derrotados sin pérdida de tiempo en discusiones. Durante la fase ofensiva aparece una considerable cantidad de energía y parece que nada es capaz de detenerla.

En este punto no podemos dejar de manifestar un hecho obvio: la energía del comienzo de la huelga parece desaparecer totalmente en el momento de la negociación. Lo que es más importante, esta energía parece no tener relación alguna con las razones oficiales dadas para la huelga. Si varias docenas de hombres provocan una huelga de miles de trabajadores sobre la base de sus propias demandas, no tienen éxito a causa de una especie de solidaridad, sino por una comunidad inmediata en práctica. Debemos añadir el punto más importante: que el movimiento no presenta una demanda
particular. La cuestión que el proletariado planteará en la práctica está ya presente en su silencio. En sus propios movimientos, el proletariado no presenta una demanda particular: por esta razón estos movimientos son las primeras actividades comunistas de nuestro tiempo.

Lo que es importante en el proceso de alejamiento del capitalismo es que la clase trabajadora ya no pide reformas parciales y particulares. De este modo la clase trabajadora deja de ser una clase, desde el momento en que no defiende sus intereses particulares de clase. Este proceso es diferente según las condiciones. El movimiento que fue más lejos, el de Polonia, mostró que el primer paso del proceso es la desintegración de los órganos capitalistas de represión dentro de la clase trabajadora (principalmente los sindicatos); la clase trabajadora debe organizarse enseguida para protegerse a sí misma contra los órganos de represión fuera de la clase obrera (fuerzas armadas, policía, milicia), y empezar a destruirlos.

Las condiciones específicas de Polonia, donde los sindicatos son parte del aparato del Estado, forzaron a la clase obrera a no hacer ninguna distinción entre los sindicatos y el Estado, puesto que no la había. La fusión entre sindicatos y Estado sólo hizo obvia una evolución que no aparece tan claramente en otros países, tales como Francia e Italia. En muchos casos los sindicatos todavía juegan el papel de amortiguador entre los trabajadores y el Estado. Pero una lucha radical atacará cada vez más a los sindicatos y a las secciones de la clase obrera dominadas por los sindicatos. Han pasado los tiempos en que los trabajadores formaban sindicatos para defender sus calificaciones y su derecho a trabajar.

Las condiciones de la sociedad moderna compelen a la clase trabajadora a no plantear una demanda particular. La única comunidad organizada y tolerada por el capital es la comunidad del trabajo asalariado: el capital tiende a negar cualquier otra cosa. El capital domina ahora la totalidad de las relaciones que los hombres tienen entre sí. Cada vez se hace más obvio que toda lucha parcial que esté limitada a una relación particular se ve forzada a insertarse en una lucha general contra todo el sistema de relaciones entre la gente: el capital. De otro modo, es integrado o destruido.

En una huelga de los trabajadores de autobuses y metro de París (R.A.T.P.) a finales de 1971, la actitud resuelta de los conductores del metro llevó la huelga a un movimiento completamente diferente de la huelga de una categoría de trabajadores. El contenido del movimiento no depende de lo que la gente piense. La actitud de los conductores transformó su relación con la dirección de la R.A.T.P. y los sindicatos, y reveló claramente la verdadera naturaleza del conflicto. El Estado mismo tuvo que intervenir para obligar a los trabajadores a someterse a la presión de los sindicatos. Lo creyesen los conductores o no, la huelga ya no era suya; se había transformado en un proceso público en el que los sindicatos eran reconocidos oficialmente como órganos de coerción necesarios contra los trabajadores, órganos encargados de la tarea de restablecer el normal funcionamiento de las cosas. Es imposible comprender la importancia del “silencio” de la clase obrera a menos que primero se entienda el poderoso desarrollo del capitalismo hasta hoy. Hoy en día se considera normal que el final de las huelgas debe ser controlado por los sindicatos. Esto no significa debilidad por parte del movimiento revolucionario. Por el contrario, en una situación que no permite que se alcancen demandas parciales, es normal que no se cree ningún órgano para acabar la huelga. De este modo, nosotros no contemplamos la creación de organizaciones de trabajadores que reúnan a fracciones de la clase obrera fuera de los sindicatos en un programa de demandas específicas. A veces se forman grupos de trabajadores durante la lucha, y oponen sus demandas a las de los sindicatos, pero sus posibilidades son destruidas por la situación misma, que no les permite tener una existencia prolongada.

Si estos grupos quieren seguir subsistiendo, deben actuar fuera de los límites de la fábrica, o serán destruidos por el capital de una manera u otra. La desaparición de estos grupos es una de las señales de la naturaleza radical del movimiento. Si continuasen existiendo como organizaciones, perderían su carácter radical. Por eso siempre desaparecerán para reaparecer más tarde de una manera más radical. La idea de que los grupos de trabajadores lograrán finalmente, después de muchas experiencias y fracasos, formar una poderosa organización capaz de vencer al capitalismo, es similar a la idea burguesa de que una crítica parcial se volverá gradualmente radical. La actividad de la clase trabajadora no dimana de experiencias y no tiene más “memoria” que las condiciones generales del capital que le compelen a actuar según su naturaleza. No estudia sus experiencias; el fracaso de un movimiento es en sí mismo una demostración adecuada de sus limitaciones.

La organización comunista nacerá de la necesidad práctica de transformar el capitalismo en comunismo. La organización comunista es la organización de la transición hacia el comunismo. En esto estriba la diferencia fundamental entre nuestro tiempo y el período anterior. En las luchas que tuvieron lugar entre 1917 y 1920 en Rusia y Alemania, el objetivo era organizar una sociedad pre-comunista. En Rusia, las secciones radicales de la clase trabajadora intentaron imponerse a otras secciones de trabajadores, y aun a los campesinos pobres. El aislamiento de los elementos radicales y las condiciones generales del capitalismo hicieron imposible para ellos el encarar la transformación práctica de toda la sociedad sin un programa que uniese a todas las clases explotadas. Estos elementos radicales fueron finalmente aplastados.

La diferencia entre nuestro tiempo y el pasado proviene del amplio desarrollo de las fuerzas productivas en casi todos los continentes, y del desarrollo cuantitativo y cualitativo del proletariado. La clase trabajadora es ahora mucho más numerosa4 y emplea medios de producción altamente desarrollados. Hoy, las condiciones del comunismo han sido desarrolladas por el capital mismo. La tarea del proletariado ya no consiste en apoyar a los sectores progresistas de los capitalistas contra los reaccionarios. La necesidad de un período de transición entre la destrucción del poder capitalista y el triunfo del comunismo, durante el cual el poder revolucionario crea las condiciones del comunismo, también ha desaparecido. Por consiguiente, ya no hay sitio para una organización comunista como mediación entre los sectores radicales y no radicales de la clase trabajadora. El hecho de que deje de aparecer una organización que apoye el programa comunista durante el período entre las luchas más importantes, es el producto de unas relaciones de clase nuevas en el capitalismo.

Por ejemplo, en Francia en 1936 la resistencia del capital fue tan fuerte que se necesitó un cambio de gobierno antes de que los trabajadores pudiesen conseguir lo que querían. Hoy son los gobiernos mismos los que inician las reformas. Los gobiernos capitalistas intentan crear situaciones en que los trabajadores se organicen ellos mismos para lograr lo que de hecho son necesidades de la producción (participación, autogestión). La economía contemporánea impone más y más planificación. Cualquier cosa fuera del plan es una amenaza para la armonía social. Toda actividad fuera de esta planificación es considerada como no social y debe ser destruida. Deberíamos tener esto presente al analizar ciertas actividades de los trabajadores en períodos en que no hay luchas de masas como huelgas o intentos de insurrecciones. Los sindicatos deben (a) adelantarse a las luchas de los trabajadores y controlarlas, y (b) oponerse a ciertas acciones como sabotajes y “downtime” (parar la cadena), si quieren estar dentro de los límites del plan (negociaciones de la productividad, convenios salariales, etc.).

D) Formas de acción que no pueden ser recuperadas: el sabotaje y “parar la cadena”

El sabotaje ha sido practicado en los EE.UU. durante muchos años y ahora se está desarrollando en Italia y Francia. En 1971, durante una huelga de los ferrocarriles en Francia, la C.G.T. denunció oficialmente el sabotaje y a los elementos “irresponsables”. Varias máquinas habían sido puestas fuera de funcionamiento y unas pocas dañadas. Más tarde, en la huelga de Renault durante la primavera de 1971, varios actos de sabotaje habían dañado vehículos que estaban siendo montados. El sabotaje se está extendiendo en extremo. Parar la línea de montaje (“down-timing”), que siempre ha existido como un fenómeno latente, se está convirtiendo ahora en una práctica común. Se ha incrementado considerablemente con la llegada de trabajadores jóvenes al mercado de trabajo y a causa de la automatización. Va acompañada de una tasa de absentismo que causa serios problemas a algunas empresas.

Estos acontecimientos no son nuevos en la historia del capitalismo. Lo que es nuevo es el contexto en el que tienen lugar. Realmente son los síntomas superficiales de un movimiento social profundo, las señales de un proceso de alejamiento de la sociedad existente. A comienzos de siglo, el sabotaje era usado como un medio de ejercer presión sobre los patronos para forzarlos a aceptar la existencia de sindicatos. El sindicalista revolucionario francés Pouget estudió esto en un panfleto titulado Sabotage. Cita la declaración de un trabajador en un congreso de trabajadores en 1895: “Los patronos no tienen derecho a confiar en nuestra caridad. Si rehúsan incluso discutir nuestras peticiones, podemos poner justamente en práctica la táctica del “Go Canny” hasta que decidan escucharnos.”

Pouget añade: “He aquí una clara definición de la táctica del ‘Go Canny’, del ‘sabotaje’: MALA PAGA, MAL TRABAJO.” “Esta línea de acción, empleada por nuestros amigos ingleses, puede ser aplicada en Francia, puesto que nuestra posición social es similar a la de nuestros hermanos ingleses.”

El sabotaje fue empleado por los trabajadores contra el patrón hasta que admitiese su existencia. Fue una manera de conseguir libertad de expresión. El sabotaje tuvo lugar en un movimiento que intentaba hacer de la clase obrera una clase que tenía su lugar en la sociedad capitalista. El “down-timing” fue un intento de mejorar las condiciones de trabajo. El sabotaje no apareció como un rechazo rudo y directo de la sociedad en su conjunto. El “down-timing” es una lucha contra los efectos del capitalismo. Se necesitaría otro estudio para examinar los límites de tales luchas y las condiciones en que el capital pudo absorberlos. La importancia social de estas luchas hace posible considerarlas como la base del “moderno reformismo”. La palabra “reformismo” puede ser utilizada en el sentido de que estas acciones pudieron ser, en teoría, completamente absorbidas por el sistema capitalista. Mientras que hoy son un estorbo para la actividad normal de la producción, mañana podrían muy bien ser acopladas a la producción. Un capitalismo “ideal” podría tolerar la autogestión de las condiciones de producción: mientras la empresa obtenga una ganancia normal, la organización del trabajo puede ser dejada al cuidado de los trabajadores.

El capitalismo ha realizado ya algunos experimentos concretos en esta dirección, especialmente en Italia, EE.UU., Suecia (Volvo).5 En Francia, podemos considerar a las organizaciones “liberales” de izquierda tales como P.S.U., la C.F.D.T. y la izquierda del partido socialista como la expresión de esta tendencia capitalista. En el momento presente, este movimiento no puede ser definido ni como exclusivamente reformista ni como anticapitalista. Convendría señalar que este “reformismo moderno” ha sido dirigido frecuentemente contra los sindicatos. Es difícil todavía describir sus consecuencias en el sistema capitalista. Todo lo que podemos ver hasta ahora es que estas luchas atraen a grupos de trabajadores que sienten la necesidad de actuar fuera de los límites tradicionales impuestos por los sindicatos.

Aunque el “movimiento del ‘down-timing’” puede ser definido como acabamos de hacerlo, el sabotaje es diferente. Hay dos clases de sabotajes: (a) sabotaje que destruye el producto del trabajo o la máquina, (b) sabotaje que daña parcialmente el producto de manera que ya no pueda ser consumido. El sabotaje tal como existe hoy no puede ser reprimido de ningún modo por los sindicatos, ni tampoco puede ser absorbido por la producción. Sin embargo, el capital puede prevenirlo mejorando y transformando su sistema de supervisión. Por esta razón el sabotaje no puede convertirse en la forma de lucha contra el capital. Por otro lado, el sabotaje es el reflejo del individuo: éste se somete a él como a una pasión. Aunque el individuo debe vender su fuerza de trabajo, marcha como “loco”, esto es, irracional comparado con lo que es “racional” (vender su fuerza de trabajo y trabajar de acuerdo a ello). Esta “locura” consiste en el rechazo a rendir la fuerza de trabajo, a ser una mercancía. El individuo se odia a sí mismo como una criatura alienada dividida en dos: intenta, a través de la destrucción, a través de la violencia, reunificar su ser, que sólo existe a través del capital.

Desde el momento en que estos actos están fuera de los límites de toda planificación económica, también lo están fuera de los límites de la “razón”. Los periódicos los han definido repetidamente como “antisociales” y “dementes”: el peligro aparece lo suficientemente importante para que la sociedad intente suprimirlo6. La ideología cristiana admitía el sufrimiento y la desigualdad social de los trabajadores; hoy, la ideología capitalista impone la igualdad ante el trabajo asalariado, pero no tolera nada opuesto al trabajo asalariado. La necesidad sentida por el individuo aislado de oponerse
físicamente a su transformación práctica en un ser totalmente sometido al capital, muestra que esta sumisión es cada vez más intolerable. Los actos destructivos son parte de un intento de destruir la mediación del trabajo asalariado como la única forma de comunidad social. En el silencio del proletariado, el sabotaje aparece como el primer balbuceo del lenguaje humano.

Ambas actividades: “down-timing” (o ralentizar el trabajo) y sabotaje, requieren cierto grado de consentimiento entre la gente que trabaja mientras estas actividades tienen lugar. Esto demuestra que, aunque no aparezca ninguna organización formal u oficial, existe una red subterránea de relaciones con una base anticapitalista. Semejante red es más o menos densa según la importancia de la actividad, y desaparece con el final de la acción anticapitalista. Es normal que, aparte de la acción “subversiva” práctica (y, por tanto, teórica), los grupos reunidos alrededor de estas tareas subversivas se disuelvan. Con frecuencia, la necesidad de mantener una ilusión de “comunidad social” desemboca en una actividad que es secundariamente anticapitalista pero primordialmente ilusoria. En muchos casos estos grupos acaban reuniéndose alrededor de algún eje político. En Francia, núcleos de trabajadores se reúnen alrededor de organizaciones tales como “Lutte Ouvrière”, un número de ramas sindicales de la C.F.D.T., o grupos maoístas. Esto no significa que algunas minorías con ideas trotskistas, maoístas o de la C.F.D.T. estén ganando terreno entre los trabajadores, sino simplemente que algunas minorías de trabajadores están intentando romper su aislamiento, lo que es completamente normal. En todos los casos, la disolución de la red y la actividad anticapitalista significa la reorganización de la clase obrera por el capital, como una parte del capital.

En pocas palabras, aparte de sus actividades prácticas, el movimiento comunista no existe. La disolución de un desorden social con un contenido comunista va acompañado de la disolución de todo el sistema de relaciones que organizaba. Democracia, división de las luchas en “económicas” y “políticas”, formación de una vanguardia con una “conciencia” socialista, son ilusiones de días que ya pasaron. Estas ilusiones ya no son posibles por cuanto un nuevo período está empezando. La disolución de las formas de organización que son creadas por el movimiento, y que desaparecen cuando el movimiento acaba, no reflejan la debilidad del movimiento, sino más bien su fortaleza. El tiempo de las falsas batallas ya pasó. El único conflicto que aparece real es el que conduce a la destrucción del capitalismo.

E) Actividad de partidos y sindicatos ante la perspectiva comunista

1) En el mercado del trabajo, los sindicatos se convierten cada vez más en monopolios que compran y venden la fuerza de trabajo. Cuando el capital se unificó a sí mismo, unificó las condiciones de la venta de la fuerza de trabajo. En las modernas condiciones de producción, el propietario individual de fuerza de trabajo no sólo se ve obligado a venderla para poder vivir, sino que también debe asociarse con otros propietarios con el fin de ser capaz de venderla. Como contrapartida por la paz social, los sindicatos obtienen el derecho a controlar el alquiler del trabajo. En la sociedad moderna los trabajadores se ven cada vez más compelidos a unirse a un sindicato si quieren vender su fuerza de trabajo.

A comienzos de siglo, los sindicatos eran producto de reuniones de trabajadores que formaban coaliciones para defender el precio medio de venta de su mercancía. Los sindicatos no eran de ninguna manera revolucionarios, como quedó demostrado por su actitud en la Primera Guerra Mundial, cuando apoyaron la guerra tanto directa como indirectamente.

Por cuanto los trabajadores estaban luchando por su existencia como una clase dentro de la sociedad capitalista, los sindicatos no tenían una función revolucionaria. En Alemania, durante el cataclismo revolucionario de 1919-1920 los miembros de los sindicatos se fueron a organizaciones que defendían sus derechos económicos en el contexto general de la lucha contra el capitalismo.7 Fuera de un período revolucionario, la clase obrera no es nada más que una fracción del capital representada por los sindicatos. Mientras otras fracciones del capital (capital industrial y financiero) estaban formando monopolios, la clase trabajadora como capital variable también formaba un monopolio, del que los sindicatos son los administradores.

2) Los sindicatos se desarrollaron a finales del siglo XIX y comienzos del XX como organizaciones que defendían la fuerza de trabajo cualificada. Esto fue especialmente evidente con el nacimiento de la A.F. of L. en los EE.UU. Hasta la Segunda Guerra Mundial (o hasta el nacimiento de la C.I.O. en
la década de los 30 en los EE.UU.) los sindicatos crecieron apoyando a los sectores relativamente privilegiados de la clase obrera. Esto no quiere decir que no tuviesen ninguna influencia en las capas más explotadas, pero esta influencia sólo era posible si estaba conforme con los intereses de las capas cualificadas. Con el desarrollo de la industria moderna y automatizada, los trabajadores altamente cualificados tienden a ser substituidos por técnicos. Estos técnicos tienen también la función de controlar y supervisar a las masas de obreros sin calificación. Por consiguiente, al perder importantes sectores de trabajadores cuya calificación va desapareciendo, los sindicatos intentan reclutar a esta nueva capa de técnicos.

3) Los sindicatos representan la fuerza de trabajo que se ha convertido en capital. Esto los obliga a aparecer como instituciones capaces de valorizar el capital. Los sindicatos tienen que asociar su propio programa de desarrollo al del capital industrial y financiero si quieren mantener “su” fuerza de trabajo bajo control. Los representantes del capital variable, del capital en forma de fuerza de trabajo, más pronto o más tarde se tienen que asociar con los representantes de las fracciones del capital que ahora están en el poder. Los gobiernos de coalición formados por la burguesía liberal, los tecnócratas, los grupos políticos de izquierda y los sindicatos aparecen como una necesidad en la evolución del capitalismo. El capital mismo requiere sindicatos fuertes capaces de proponer medidas económicas que puedan valorizar el capital variable. Los sindicatos no son “traidores” en el sentido de que traicionan el programa de la clase obrera: son completamente consecuentes consigo mismos y con la clase obrera cuando esta acepta su naturaleza capitalista.

4) Es de este modo como podemos entender la relación entre la clase obrera y los sindicatos. Cuando empieza el proceso de ruptura con la sociedad capitalista, los sindicatos son inmediatamente vistos y tratados en los términos de lo que son; pero tan pronto como acaba el proceso, la clase obrera no puede impedir ser reorganizada por el capital, es decir, por los sindicatos. Se puede decir que no hay ilusiones “sindicalistas” en la clase obrera. Sólo hay una organización capitalista, es decir, “sindicalista”, de la clase obrera.

5) El desarrollo de las relaciones actuales entre los sindicatos y los patronos en Italia ilustran lo que hemos dicho. Habría que mirar de cerca la evolución de los sindicatos en Italia. Es normal que en las áreas relativamente atrasadas (desde el punto de vista económico) tales como Francia e Italia (comparadas con los EE.UU.), los efectos de la modernización de la economía vayan acompañados por las tendencias más modernas del capital. Lo que sucede en Italia es, en muchos aspectos, un signo de lo que está madurando en otros países.

La situación italiana nos ayuda a comprender la francesa. En Francia, la C.G.T. y el P.C.F. presentan una resistencia reaccionaria frente a las luchas de los trabajadores, mientras que en Italia la C.G.I.L. y el P.C.I. han sido capaces de reestructurarse en términos de la nueva situación. Esta es una de las razones de la diferencia entre el “Mayo” francés y el “Mayo” italiano. En Francia, Mayo de 1968 sucedió de repente y pudo ser malinterpretado fácilmente. La situación italiana prosigue más lentamente y últimamente revela sus tendencias.

La primera fase duró desde 1968 hasta el invierno de 1971. El elemento principal fue el surgimiento de las luchas de los trabajadores independientes de la influencia de los sindicatos y organizaciones políticas. Se formaron comités de acción de los trabajadores como en Francia, con una diferencia esencial: los franceses eran sacados rápidamente de las fábricas por el poder de los sindicatos, que en la práctica los obligaban a no hacerse ilusiones sobre los límites de la fábrica. En la medida en que la situación general no les permitió ir más lejos, desaparecieron. Por otro lado, en Italia los comités de trabajadores fueron capaces al principio de organizarse dentro de las fábricas. Ni los patronos ni los sindicatos pudieron hacerles frente realmente. Se formaron muchos comités en las fábricas, aislados los unos de los otros, y todos empezaron a cuestionar la rapidez de la cadena y a organizar el sabotaje.

De hecho, esta fue una forma alienada de crítica del trabajo asalariado. A través de todo el movimiento, la actividad de los grupos de extrema izquierda (izquierdistas) fue especialmente notable. Toda su actividad consistió en limitar el movimiento a sus aspectos formales sin mostrar jamás su contenido real. Propagaron la ilusión de que la “autonomía” de las organizaciones de los trabajadores era en sí misma lo suficientemente revolucionaria como para apoyarla y mantenerla. Glorificaron todos los aspectos formales. Pero desde el momento en que no son comunistas, son incapaces de expresar la idea de que detrás de la lucha contra el ritmo de la cadena y las condiciones de trabajo está la lucha contra el trabajo asalariado.

La lucha misma de los trabajadores no encontró resistencia. De hecho, esto fue lo que la desarmó. No podía hacer nada más que adaptarse a las condiciones de la sociedad capitalista. Por su parte, los sindicatos cambiaron sus estructuras con el fin de controlar el movimiento de los trabajadores. Como dijo Trentin, uno de los líderes de la C.G.I.L., decidieron organizar “una transformación total del sindicato y un nuevo tipo de democracia por abajo”.

Reformaron sus organizaciones de fábrica de acuerdo con el modelo de los comités “autónomos” que aparecieron en las luchas recientes. La habilidad de los sindicatos para controlar los conflictos industriales los hizo aparecer como la única fuerza capaz de hacer que los trabajadores reanudaran el trabajo. Había negociaciones en algunas grandes empresas como Fiat. El resultado de estas negociaciones fue dar al sindicato el derecho a intervenir en la organización del trabajo (tiempo y funcionamiento, medida del trabajo, etc.). La dirección de la Fiat ahora descuenta las cotizaciones del sindicato de la paga de los trabajadores, lo que ya sucedía en Bélgica. Al mismo tiempo, se están realizando serios esfuerzos para alcanzar un acuerdo sobre una fusión entre los sindicatos más grandes: U.I.L. (Socialista), C.I.S.L. (Cristiano.- demócrata), C.G.I.L. (P.C.I.).

NOTA: El ejemplo italiano muestra claramente la tendencia de los sindicatos a convertirse en monopolios que discuten las condiciones de producción de plusvalía con las otras fracciones del capital. He aquí algunas citas de Petrilli, presidente de la I. R. estatal (State Holding Company), y
Trentin:

Trentin: “…Ya es posible una mejora del trabajo y un grado más alto de autonomía en la toma de decisiones por los grupos de trabajadores concernidos (en cada fábrica)… Aun cuando, a causa del fracaso del sindicato, las protestas de los trabajadores conducen a demandas irracionales e ilusorias, los trabajadores expresan su rechazo a producir sin pensar, trabajar sin decidir; expresan una necesidad de poder.”

Petrilli: “En mi opinión, es obvio que el sistema de la cadena de montaje implica un desgaste real de las capacidades humanas y produce un sentimiento muy comprensible de frustración en el trabajador. Las tensiones sociales resultantes deben ser comprendidas de un modo realista como hechos estructurales más que como coyunturales… Una mayor participación de los trabajadores en la elaboración de los objetivos de producción plantea una serie de problemas que tienen menos que ver con la organización del trabajo que con la definición del equilibrio de poder dentro de la empresa.”

Los programas son idénticos y los objetivos son los mismos: productividad acrecentada. El único problema sin resolver es el reparto de poder, que está en la raíz de la crisis política de muchos países industriales. Es probablemente como si el final de la crisis política deba ir acompañado del nacimiento del “poder de los trabajadores” como el poder del trabajo asalariado, bajo distintas formas: autogestión, coaliciones “populares”, Partidos Socialista-Comunista, gobiernos de izquierda con programas de derecha, gobiernos de derecha con programas de izquierda.8

1 Si lo hubiese hecho, la gente habría sabido de él como supo del Consejo para el Mantenimiento de las Ocupaciones (CMDO) (de influencia situacionista), activo desde el 10 de mayo y ubicado en otro edificio universitario a diez minutos a pie tanto de la Sorbona como del Censier. En su historia del 68, la Internacional Situacionista desecha el comité Censier como demasiado poca cosa para ser de interés. Sin duda, el CMDO tuvo carteles y octavillas que circularon ampliamente, tanto en Francia como en el extranjero, mientras que el
Censier estuvo más conectado a los lugares de trabajo, pero lo cierto es que ambos estuvieron entre los aspectos más radicales del 68. Descrito por la I. S. como “un vínculo, no un poder”, el CMDO decidió disolverse el 15 de junio. (nota de G. D. en 1997)

2 De aquí el informe del M.I.T. (Massachussets Institute of Technology) y el debate acerca del “crecimiento cero”.

3 He aquí el ejemplo de la huelga de maquinistas de la estación París- Norte en 1986. Se acababa de votar en una reunión contra el bloqueo de las vías para impedir la circulación de trenes. Pero cuando los huelguistas vieron que salía el primer tren de la estación, conducido por mandos medios bajo protección policial, se precipitaron a las vías para detenerlo, dando al traste, mediante una acción espontánea, con horas de debate democrático.
Por supuesto que el comunismo es el movimiento de una gran mayoría que finalmente es capaz de pasar a la acción por sí misma. En este sentido, el comunismo es “democrático”, pero no defiende la democracia como un principio. Políticos, patronos y burócratas utilizan la minoría o la mayoría según les convenga: así ocurre con el proletariado. La lucha obrera a menudo se origina en un reducido grupo. El comunismo no es la ley de la mayoría ni de la minoría. Es evidente que tanto para el debate como para la acción es necesario confluir en algún punto, y a ese terreno común se le ha denominado soviet, comité, consejo, etc. No obstante, se convierte en una institución cuando el momento y los mecanismos decisorios adquieren más importancia que la acción. Esta separación es la esencia del parlamentarismo. Indudablemente el pueblo debe decidir por sí mismo. Pero cualquier decisión, sea o no de carácter revolucionario, depende de lo que haya ocurrido antes y esté ocurriendo todavía fuera de la estructura decisoria formal. Quien organiza la reunión establece el orden del día; quien formula la pregunta determina la respuesta; quien convoca a votación aprueba la decisión. La revolución no propone una forma diferente de organización, sino una solución distinta a la del capital y el reformismo. Tomadas como principios, tanto la democracia como la dictadura son igualmente erróneas, porque aíslan un momento especial y aparentemente privilegiado.
La exigencia de democracia alcanzó su punto álgido en Francia en 1968. Desde dependientes hasta bomberos, pasando por escolares, cada grupo aspiraba a unirse y gestionar libremente su propio mundo, con la esperanza de que esto acabaría en un cambio general. Incluso los situacionistas permanecieron en el ámbito democrático, a la manera consejista, por supuesto, es decir, antiestatal y superando los conceptos de mercancía y ganancia, pero disociando, a pesar de todo, medios de fines. La Internacional Situacionista constituyó la expresión más idónea de Mayo del 68. (nota de G. D. en 1997)

4 Esta afirmación de 1972 puede sonar extraña 25 años después; sin embargo la mantenemos como cierta. El creciente desempleo va acompañado de un aumento del número de los que ganan un salario, no sólo en los EE.UU., sino en Francia y aún más todavía a escala mundial, donde millones de personas han sido forzadas al sufrimiento del trabajo moderno en las últimas décadas, como en China.
No se necesita decir que “trabajo” tiene significados muy diferentes. Un trabajador asalariado de África proporciona dinero hasta para 20 personas, mientras que uno de Europa occidental mantiene a 2 ó 3. (nota de G. D. en 1997).

5 Este pasaje alude a la transformación del sistema Taylor. La cadena de montaje ha desaparecido ya parcialmente en algunas fábricas.

6 Declaración oficial de un líder del P.C. en 1970: “Hay trabajadores a los que jamás defenderemos: aquellos que destrozan máquinas o coches que fabrican.” (nota de G. D. en 1997)

7 Como el Movimiento de los Shop-Stewards, los Comités Sindicalistas revolucionarios franceses, y la Asociación General de Trabajadores de Alemania (AAUD).

8 Al igual que la Internacional Situacionista más o menos por la misma época, este texto consideraba a Italia como un laboratorio de acción proletaria y contraofensiva capitalista. En los años siguientes, Italia exhibiría un amplio muestrario de formas de autonomía obrera: indisciplina, absentismo, reuniones en el lugar de trabajo sin previo aviso, manifestaciones en los centros de trabajo para la convocatoria de huelga, piquetes salvajes, bloqueo de mercancías… Una característica permanente fue el rechazo de la jerarquía: aumentos salariales iguales, fin de categorías privilegiadas, libertad de expresión… Otro aspecto fue la tentativa de ir más allá de la distinción entre representación y acción (parlamento / gobierno: véase nota 3) en el funcionamiento de los comités de base. Esta autoorganización fue esencial como medio de acción colectiva, pero tras fracasar como órgano de un cambio social que no se produjo, desapareció con el resto de la marejada proletaria.
No fue casualidad el hecho de que los vínculos entre los comités de las grandes fábricas del norte de Italia fueran más bien escasos: hacer frente al jefe puede ser un asunto local, pero para reorganizar la producción y la sociedad hay que salir del lugar de trabajo – de los muros de la fábrica, y de la empresa, en tanto que valor acumulado, a la que pertenecemos. (Nota de G. D. en 1997).