Palestina: Hamas no ha sido derrocado

22.Feb.09    Análisis y Noticias

El Estado judío se enfrenta a la amenaza de que sus vecinos no lo aceptan

Israel: A peor

ELPLURAL.COM

El jueves pasado y en el New York Times, el gran diario liberal comprometido a fondo con la seguridad del Estado de Israel y fundado por la prestigiosa familia judía Surzberger, un columnista sensato, Roger Cohen, escribió esta aparente banalidad: “En Oriente Medio, donde la lucha entre árabes e israelíes en ciertos aspectos avanza hacia una lucha más inflexible entre islam y sionismo”.

La ministra de Exteriores, Tzipi Livni, presunta centrista pero que avaló la operación y la instrumentalizó también, no pudo destrozar al viejo Likud (la derecha nacionalista de la que procede por la escisión – “Kadima” – operada en su día por el general Sharon) y solo superó al acreditado ultra Netanyahu por un escaño (28 sobre 27).

Eso para los tres partidos clave del arco parlamentario. Pero hubo más, mucho más.

Las lecciones de la jornada
Gran parte del público, con la pulsión suicida que, según perspicaces analistas locales, atenaza a veces a los israelíes, consideró que lo de Gaza había sido poco, insuficiente. Hamas no había sido, a fin de cuentas, derrocado y sigue gobernando la franja y recibiendo dinero para seguir adelante.

Esa es la primera lección. La segunda, el extendido diagnóstico de que al-Fatah, y en concreto el presidente Abbas, han manejado pésimamente la situación, han parecido por unos días socios de los israelíes, sobre todo por la conducta entre bastidores de Mohamed Dahlan, un auténtico agente israelo-americano.

Abbas no puede, literalmente, poner un pie en Gaza hoy por hoy.

El contexto para la derecha israelí
Otra lección del diez de febrero, que ha pasado inadvertida, es que el voto a los partidos de la minoría árabe ha subido, de diez a once escaños (en un parlamento muy diversificado de 120 asientos).

Esto con consignas explícitas de líderes árabes a la abstención. Imaginen qué podría suceder en una elección donde no hay más que una circunscripción, el Estado, si todos los árabes, el veinte por ciento de la población, votaran en masa a un solo partido (los tres de ahora son Balad, Hadash y Lista Arabe Unida).

En este marco rápidamente descrito recibió el viernes la derecha israelí el encargo formal de formar gobierno en la persona de Benjamain Netanyahu.

¿Derecha-ultraderecha-religiosos?
Netnanyahu, jefe del Likud, puede reunir ya, sobre el papel, 65 escaños en una coalición con el ultranacionalista y racista anti-árabe A. Lieberman (“israel Beiteinu”) más los partidos religiosos y los ultranacionalistas vinculados a los colonos (Unión Nacional y Hogar Judío).

No es seguro, sin embargo, que tal coalición vea la luz. Porque sería un choque de trenes con la administración Obama, que se está mojando ya a fondo (nombramiento del mediador Mitchell, apertura explícita a Siria, diálogo con Irán) en una política que exige, literalmente, una solución que los palestinos puedan aceptar.

La preferencia americana (y del presidente Peres) es un gobierno basado en el eje Likud-Kadima, o sea en el dúo Netanyahu-Livni y asociados diversos. Queda un mes y nadie, ni los protagonistas, pueden asegurar el desenlace.
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Esta constatación es el mayor indicio de que Israel, en tanto que Estado judío-sionista, se enfrenta a una amenaza estratégica, intemporal y cultural: sesenta y dos años después de su creación, sus vecinos no lo aceptan.

¿Volver al 47?
En ausencia de una satisfacción nacional creíble para los palestinos no se podía hacer en menos palabras un resumen más claro e inteligible del desafió a que hace frente Israel.

La ocupación israelí y la represión de los palestinos durante décadas ha hecho el peor de los prodigios: la resistencia cuestiona abiertamente la partición de 1947, el proyecto sionista como tal y vuelve a hablar de una alternativa, la del Estado binacional… en el que los judíos serían minoría.

Victorias pírricas
Israel, que es una moderna Esparta, una sociedad-cuartel basada en la fuerza de su superioridad militar, va interiorizando lentamente ese fracaso histórico, reiterado por el hecho de que gana sus guerras militarmente y las pierde políticamente.

Tales victorias pírricas (con dos fuertes reveses militares: la invasión del canal de Suez en 1956 en compañía de franceses y británicos, pero sin aval americano, y la campaña contra Hezbollah de 2006) han dado ganancias territoriales o de disuasión, pero han alejado la posibilidad de una solución negociada.

Lo de Gaza
Con la invasión de Gaza el 27 de diciembre ha ocurrido lo mismo: el nivel de destrucción material e innecesaria, el empleo de bombas de fósforo y, sobre todo, la muerte de cientos de civiles, de los que más de trescientos fueron niños, han dañado aún más la credibilidad moral de Israel y, en un terreno más prosaico, ni siquiera han valido para que sus mentores y ejecutores, una mezcla incompetente de militares, nacionalistas y un primer ministro saliente en busca de una medalla final, obtengan beneficios electorales.

Los resultados de febrero
En efecto, se suponía que el ministro de Defensa, Ehud Barak, saldría ganancioso, pero los laboristas, cuyo presidente es él, un ex– primer ministro, han obtenido los peores resultados de su historia: 13 escaños.

La ministra de Exteriores, Tzipi Livni, presunta centrista pero que avaló la operación y la instrumentalizó también, no pudo destrozar al viejo Likud (la derecha nacionalista de la que procede por la escisión – “Kadima” – operada en su día por el general Sharon) y solo superó al acreditado ultra Netanyahu por un escaño (28 sobre 27).

Eso para los tres partidos clave del arco parlamentario. Pero hubo más, mucho más.

Las lecciones de la jornada
Gran parte del público, con la pulsión suicida que, según perspicaces analistas locales, atenaza a veces a los israelíes, consideró que lo de Gaza había sido poco, insuficiente. Hamas no había sido, a fin de cuentas, derrocado y sigue gobernando la franja y recibiendo dinero para seguir adelante.

Esa es la primera lección. La segunda, el extendido diagnóstico de que al-Fatah, y en concreto el presidente Abbas, han manejado pésimamente la situación, han parecido por unos días socios de los israelíes, sobre todo por la conducta entre bastidores de Mohamed Dahlan, un auténtico agente israelo-americano.

Abbas no puede, literalmente, poner un pie en Gaza hoy por hoy.

El contexto para la derecha israelí
Otra lección del diez de febrero, que ha pasado inadvertida, es que el voto a los partidos de la minoría árabe ha subido, de diez a once escaños (en un parlamento muy diversificado de 120 asientos).

Esto con consignas explícitas de líderes árabes a la abstención. Imaginen qué podría suceder en una elección donde no hay más que una circunscripción, el Estado, si todos los árabes, el veinte por ciento de la población, votaran en masa a un solo partido (los tres de ahora son Balad, Hadash y Lista Arabe Unida).

En este marco rápidamente descrito recibió el viernes la derecha israelí el encargo formal de formar gobierno en la persona de Benjamain Netanyahu.

¿Derecha-ultraderecha-religiosos?
Netnanyahu, jefe del Likud, puede reunir ya, sobre el papel, 65 escaños en una coalición con el ultranacionalista y racista anti-árabe A. Lieberman (“israel Beiteinu”) más los partidos religiosos y los ultranacionalistas vinculados a los colonos (Unión Nacional y Hogar Judío).

No es seguro, sin embargo, que tal coalición vea la luz. Porque sería un choque de trenes con la administración Obama, que se está mojando ya a fondo (nombramiento del mediador Mitchell, apertura explícita a Siria, diálogo con Irán) en una política que exige, literalmente, una solución que los palestinos puedan aceptar.

La preferencia americana (y del presidente Peres) es un gobierno basado en el eje Likud-Kadima, o sea en el dúo Netanyahu-Livni y asociados diversos. Queda un mes y nadie, ni los protagonistas, pueden asegurar el desenlace.