América Latina: El camino hacia la sostenibilidad
Guillermo Castro H.
Para Salomón Vergara
La extraordinaria complejidad ecosistémica, social y cultural de América
Latina tiene su origen más visible en el período 1500-1550, cuando la
región se ve incorporada al proceso de formación del moderno sistema
mundial como proveedora de alimentos y materias primas y como espacio
de reserva de recursos. Esa modalidad de inserción define, a su vez, una
estructura de larga duración que opera con tiempos y modalidades distintas
en al menos tres sub regiones diferentes, y en todos los planos de la
interacción entre los sistemas sociales y naturales presentes en cada una de
ellas.
En efecto, esa función global –y sus consecuencias– se despliegan en tres
modalidades principales entre los siglos XVI y XIX, de acuerdo a la forma
fundamental de organización de las interacciones entre los sistemas sociales
y naturales. Una se articula a partir del trabajo esclavo, asociado sobre todo
–pero no exclusivamente– a actividades de plantación. Otra se articula a
partir de distintas modalidades de trabajo servil –desde la encomienda al
peonaje–, destinado sobre todo a la producción de alimentos y a la
explotación minera. Y otra más se articula a partir de una amplia modalidad
de actividades de subsistencia en las áreas de la región que escapan a la articulación directa en el mercado mundial durante un período más o menos
prolongado.
El tránsito del siglo XIX al XX es testigo de la formación de mercados de
trabajo y de tierra constituidos mediante procesos masivos de expropiación
de territorios sometidos a formas no capitalistas de producción, para crear
las premisas indispensables a la apertura de la región a la inversión directa
extranjera y la creación de economías de enclave en el marco del llamado
Estado Liberal Oligárquico. Los ciclos posteriores –populista, desarrollista y
neoliberal– marcarán el camino hacia el siglo XXI entre las décadas de 1930
y 1990.
En el proceso, surgieron nuevos grupos sociales cada vez más vinculados a
la economía de mercado; se expandieron las fronteras de explotación de
recursos naturales; esa explotación ganó en intensidad y complejidad
tecnológica, incluyendo a menudo procesos de elaboración de importante
impacto ambiental; se produjo un notable proceso de des-ruralización y
urbanización; todas las sociedades de la región ingresaron en procesos de
transición demográfica, y la huella ecológica de ese conjunto de procesos se
hizo cada vez más vasta y compleja. Y todo esto, a su vez, inauguró un
período de nuestra historia en que los conflictos de origen ambiental –esto
es, aquellos que surgen del interés de grupos sociales distintos en hacer
usos excluyentes de los ecosistemas que comparten– tienen un papel cada
vez más importante.
En esta perspectiva, el principal rasgo distintivo de la actual fase del
desarrollo del proceso descrito consiste en la tendencia a la transformación
masiva de la naturaleza en capital natural, a partir de al menos tres
procesos, a menudo contradictorios entre sí:
• La ampliación de los espacios de explotación de lo que Nicolo Gligo llama
“ventajas competitivas espurias” –en particular, recursos naturales y
trabajo baratos, y amplias posibilidades de externalización de los costos
ambientales–, asociada a menudo a la inversión masiva en megaproyectos
de infraestructura;
• La organización de mercados de bienes y servicios ambientales con el
apoyo técnico, financiero y político de instituciones financieras
internacionales, y
• La formación de una fracción “verde” del capital, vinculado a iniciativas
globales como el Mecanismo de Desarrollo Limpio, que coexiste –a menudo
en contradicción, y a veces en conflicto– con las fracciones agraria,
industrial y financiera, más tradicionales.
Encarar este momento de la historia de las interacciones entre los sistemas
naturales y los sistemas humanos en la región, poniendo en evidencia sus
implicaciones para la sostenibilidad del desarrollo de la especie humana en
nuestra América es una tarea que plantea singulares dificultades de orden
teórico y metodológico. En particular, porque exige de nosotros el esfuerzo
necesario para pasar de un enfoque estructural, referido a modelos más o
menos bien definidos a priori, a un enfoque sistémico, referido a relaciones
de interdependencia entre factores múltiples en cambio constante, en el
análisis de los problemas ambientales. Y dado que toda nuestra educación
ha tendido a formarnos en torno a una concepción estructural y
funcionalista de la realidad, el solo hecho de reconocer y enfrentar este reto
representa ya un logro muy importante para nuestra región, sobre todo si
consideramos la larga duración que usualmente tienen los procesos de
cambio cultural en la historia de nuestra especie.
No hay otra manera, sin embargo, de establecer el camino hacia la
sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie en nuestra América. Hoy,
por ejemplo, empezamos a entender que el desarrollo sostenible no es el
crecimiento económico con preocupaciones ambientales, sino el camino
hacia la creación de sociedades nuevas, capaces de ejercer en sus
relaciones con la naturaleza la armonía que caracterice a las relaciones de
sus integrantes entre sí, y con el resto de sus semejantes. Habremos
llegado a ese estadio de nuestro desarrollo como especie cuando la equidad
haya dejado de ser una meta, para convertirse en la norma de nuestra
convivencia. Porque esa es la tarea verdadera: no simplemente enfrentar la
crisis en lo peor de sus consecuencias, sino en la oportunidad que nos
ofrece para ir a la construcción de un mundo nuevo, comprobando una vez más, por esa vía, la razón que asiste a José Martí al afirmar que toda gran
verdad política es una gran verdad natural.