Crisis y política de los vínculos. II Parte

27.Mar.09    Análisis y Noticias

Respuestas coyunturales
No es verdad que la población esté asistiendo cruzada de brazos y desierta de voces a lo que está
ocurriendo. El descontento es hoy un hervidero de conversaciones en mercados, plazas, bares. Los
gestos van aún por detrás. Sin embargo, se han observado manifestaciones y concentraciones frente
a la crisis, en la línea de “que la paguen los ricos”. Lideradas en su mayor parte por sectores
sindicales y partidos políticos, junto con entornos vinculados al ciclo de protestas antiglobalización,
las plataformas frente a la crisis se establecen por una cantidad notable de pueblos y ciudades del
Estado. Se está lejos aún de las cifras de seguimiento que tuvo la huelga general del 29 de enero en
Francia, superior al millón de trabajadores, y que algunos sitúan en 2 millones y medio. Se trata aún
de formas clásicas, de gestos de protesta dirigidos a mover audiencias y a copar agendas mediáticas.
Pero aún no están en una fase de ofrecer la crisis como una oportunidad para sentar otras bases
sociovitales: políticas, culturales, emocionales, de relación con la naturaleza. Es más, hasta el
Partido Popular se ha apuntado a la presencia en las calles, sacando el 15 de febrero a 15.000
militantes en Málaga para pedir otra política de empleo. El descontento aumenta, sí; pero aún no
toma cuerpo social; y lo que se organiza, parece estar lejos de los sectores más afectados o
preocupados por las consecuencias de la crisis y las medidas que impongan grandes bancos y
empresas.
No hemos de perder de vista, sin embargo, la posible conexión de protestas en clave de rebeldía.
Las fuertes manifestaciones tras los expedientes de regulación de empleo, la enseñanza pública en
Cataluña, funcionarios del ministerio de Justicia o el movimiento estudiantil frente a Bolonia, por
citar algunos fenómenos, pueden ser ejemplos de descontentos que actúen como difusores de
propuestas concretas y sectoriales de cambio social hacia la dignidad y no hacia el orden. En algún
momento, una posible articulación con sectores movilizados antaño (vivienda) o habitantes en
general de esa crisis ecosistémica (inmigrantes, precarios laborales) puede dar lugar a plataformas
que aglutinen parte, sólo parte, del descontento reinante. Pero aún el sistema social goza de
legitimidad, por más que las encuestas (que hay que valorar sólo en su justa medida, pues en sí
mismos son instrumentos destinados también a crear opinión) demuestren una notable desafección:
no se vislumbra la necesidad de “cambios totales”, excepto para un 11% de la población; y el 60%
hablaba de pequeños o de ningún cambio. Cifras tomadas antes de la crisis. Porque la propia
desconfianza general hacia la clase política y el abstencionismo de los jóvenes son también acicates
para un vuelco súbito de la legitimidad, a poco que se propongan (o impongna) pactos sociales que
cuenten con la credibilidad o el consentimiento de la población.
En este panorama, en el que despegan tímidamente respuestas coyunturales, no podemos perder de
vista tampoco los ríos subterráneos de la movilización en este país. La naturaleza de la cultura
política de contestación social presente en el ruedo ibérico, aparece marcada (históricamente) por un
hacer desde lo local, bajo el paraguas de movimientos libertarios, nacionalistas o regionalistas
(incluso localistas y barriales) y nuevos movimientos sociales que comenzaron a tener notoriedad
en los 80 como referente de acción: movimiento por la objeción de conciencia, ecologismo y
centros sociales ocuapdos. Cultura que se retroalimenta con la lejanía manifestada históricamente
por las élites institucionales para establecer instancias de mediación y de comunicación con sectores
sociales “de abajo”, tradicionalmente alejados del poder, sometidos dictatorialmente o visualizados
como correas de transmisión para conseguir prebendas, cuotas de poder, propuestas de cambio
“desde arriba” en el mejor de los casos46. Las manifestaciones contra las guerras de Irak o Palestina
46 Transiciones en movimiento: La cultura de protesta en España y el ciclo de movilización global, de Ángel Calle
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son ejemplos visibles mediáticamente. Pero es de destacar esa conexión subterránea de redes y
críticas que van estableciendo vínculos y recreando protestas partiendo de los 80 (desobediencia
civil, antimilitarismo); atravesando el desierto social de los 90 frente al PSOE (50 años Bastan
frente al Banco Mundial, acampadas 0,7% en el 94, para luego continuar en las campañas anti-
Maastricht o las marchas europeas contra el paro); reconociéndose en los nuevos ciclos de
movilización globales tras el 2.000 (consulta sobre deuda externa, 20.000 voluntarios ejercitando la
desobediencia a la ley electoral; protestas en el 2002, frente a la Unión Europea) y acabar siendo
base para explicar nuevos ejercicios que retoman la desobediencia en el 2004 (13 de marzo,
manifestaciones frente a sedes del Partido Popular) o para servir de trampolín a las mencionadas
protestas frente a guerras internacionales47. Es decir, el cierre de los medios de comunicación no
facilitará la visibilidad del descontento más local y crítico que se esté construyendo frente a la
crisis. Pero es innegable que ese descontento organizado, mejor dicho coordinado (muchas veces
informalmente), podría ser acicate de protestas sociales por una transformación de paradigma.
¿Bastaría la existencia de protestas masivas para un cambio profundo del actual orden social?
La política de los vínculos
Si de respuestas globales y transformadoras hablamos, para la construcción de un metabolismo
sociovital que nos aporte dignidad y relaciones más sostenibles con el planeta, las protestas masivas
han de tener su correlato en la construcción de otras sociedades, al menos en la puesta en marcha de
satisfactores concretos y territorializados de necesidades básicas hoy en manos de la crisis, a través
de sus instrumentos (dinero, especialmente no bancario) y sus actores (sector financiero, élites
políticas y sindicales en connivencia). Dicho de manera resumida, es la cooperación social puesta a
funcionar la que, contraria y no visible a los circuitos dominantes del orden social, suscita
demandas y deseos no satisfechos que, al desarrollarse a través de iniciativas sociales primero, y al
entrelazarse después, cristalizan en espacios culturales y políticos que contestan abiertamente el
poder de abajo a arriba, comenzando por dirigirse al resto de la población (descontenta) para
generar un cambio social inclusivo.
El poder no está “arriba”, aunque desde arriba se impidan o se faciliten dinámicas de
empoderamiento. La historia del movimiento obrero arranca en sus incipientes formas societarias de
apoyo y contestación que dieron luego a la implantación de derechos sociales y laborales, y a la
articulación de sindicatos. No son estos medios y actores los que facilitaron el poder social. Más
bien al revés. Los nuevos vínculos sociales reclamaron sus espacios y normas políticos; y a su vez,
la caída de estos interlocutores como expresiones de esos nuevos vínculos, como ocurre
actualmente, dió y da pie a la experimentación de otras herramientas, puntos de apoyo de otros
satisfactores, de otras formas de encuentro. Lo mismo vale decir para espacios en la línea más
expresiva de los nuevos movimientos sociales. Si queremos localizar la base de los nuevos
movimientos globales en este país, es necesario aproximarse a las redes que más practicaron la
biopolítica en los 90: movimiento ecologista que nos plantea una conciencia social y de especie,
redes de ocupación orientadas hacia la institución de nuevos ámbitos de empoderamiento social,
movimiento cristiano de base de carácter social y comunitario. Frente al autoritarismo creciente y la
invasión mercantilista de parcelas de nuestra vida (ocio, contratación laboral, alimentación, salud,
flexibilización al servicio del mercado y de pautas de consumo, etc.) estos movimientos tejieron
redes, no desde la articulación política “desde arriba” sino desde el encuentro de prácticas y culturas
antagonistas por otra cotidianeidad. El poder, de emancipación y construcción en este caso, se
entiende desde la legitimidad que da una nueva subjetividad política (discursos, formas de
Collado y Manuel Jiménez Sánchez, informe de trabajo encargado en el marco del VI informe FOESSA, finalmente
no publicado, pero disponible en internet.
47 He intentado retratar estas interconexiones de espacios y discursos que acaban en una nueva cultura de protesta en
Los nuevos movimientos globales. ¿hacia la radicalidad democrática?, Editorial Popular, Madrid, 2005.
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coordinación, acciones), la cual a su vez se asienta en intereses específicos, no de clase sino de
satisfacción de necesidades básicas. No se trata de “multitudes”, de matrices urbanas y crecidas en
la contradicción capital/trabajo, orientadas de por sí, teleológicamente, contra un poder. Más bien
constituyen procesos de indagación, tanto de nuestras necesidades básicas (materiales, afectivas,
expresivas, de relaciones con la naturaleza) como de encuentros con otros y otras, en un plano nada
desmaterializado, sino, al mismo tiempo, enfocado a cuestiones de supervivencia física y demanda
afectiva. Todo ello, generando desencuentros con otras fuerzas políticas y sociales caracterizadas,
no sólo por un distanciamiento de intereses (burguesía, clase media acomodada, partidarios o
consumidores de un desarrollismo depredador, apuntadores de un orden patriarcal y violento), sino
por el mero hecho de leer el mundo desde códigos cerrados y autoritarios (izquierda más clásica).
Al mismo tiempo, sus prácticas de cooperación social, canalizadas a través de demandas concretas,
no son garantía de convergencia en luchas sociales, en tanto que la cuestión de ser trabajador o
autónomo no es tan relevante, en un principio, como la constelación de intereses a la que sirven, de
la que se sirven, y a la que legitiman. Fabricar más armas, colonizar económicamente más países,
canalizar el descontento laboral hacia los “extranjeros”, sembrar transgénicos y oligopolios
agroalimentarios o promover códigos autoritarios no son salidas a la crisis, más bien piedras para
tejados venideros.
Las élites, al igual que proyectos políticos sin base social ávidos de captar cuotas de poder,
aprovecharán la crisis, no para construir procesos de cooperación social, sino para desactivarlos o
reconducirlos bajo sus intereses, que, dudosamente, pueden ser los de una mayoría descontenta. Se
nos planteará que tanta complejidad por fuerza “demanda” una reducción del problema. Pero, más
allá de la creencia en la participación de las personas como un derecho social (y vital, si tenemos en
cuenta que nacemos y vivimos en red), las dimensiones de la crisis no admiten soluciones centrales
y autoritarias. La complejidad nos requiere, particularmente en Occidente, un repensar y un rehacer
la construcción de nuestros vínculos, desde los más inmediatos a los que, tengamos conciencia o no,
nos ligan a la suerte de este mundo. Sobre todo porque la llamada globalización se ha construído a
golpe de complejidad centralista revestida de “naturalidad” o de lógica: la humanidad por fín
“hecha una”; el desarrollo “consecuente” de mercados, instrumentos, empresas e instituciones
económicas e internacionales arremolinadas en torno a la OMC, Davos o el grupo de presión
Bilderberg; la homogeneización alimentaria heredera de una “revolución verde” y en vías de
entronizarse de la mano de los transgénicos y de las concentraciones de empresas bioquímicas que
manejan esta tecnología; las inversiones en infraestructuras global que permitieran al capital
desterritorializarse de los Estados, a la par que hacían más territoriales sus demandas energéticas y
materiales; etcétera.
Por tanto, esta globalización centralista otorga, en primer lugar, menos acceso de la ciudadanía a
decisiones claves, menos margen para la diversidad biológica y cultural, menos autonomía política
y tecnológica para la humanidad en su conjunto. E insistirá en redoblar dicha complejidad
reclamando nuevos autoritarismos. La (nano)tecnología y sus patentes, los megaproyectos de
comunicación y transporte, el dinero no bancario o las estructuras políticas supra-estatales se
caracterizan por una (aparente) dispersión y una intangibilidad del poder: son avances justificados
en el marco del “progreso” que, a la vez que crean lazos por arriba, destruyen vínculos por abajo.
En segundo lugar, esta complejidad afecta, de manera insostenible para nosotros, a la complejidad
biofísica del planeta Tierra: mercados y tecnologías globales pro cambio climático, pérdida de
biodiversidad a través del modelo agroalimentario y transgénicos, mantenimiento del riesgo
potencial de la energía nuclear, apuesta depredadora por los agrocombustibles, etc. Mayor
complejidad requiere mayor descentralización, más participación y más consenso en la puesta en
marcha de decisiones previamente de conocimiento, para llegar, no ya a alcanzar “verdades”, sino a
propuestas “útiles”48. Re-localizar, De-crecer: cerrar circuitos políticos, materiales y energéticos
48 El fin del paradigma universalista y legislador de ciencia, y su reemplazamiento por un saber que se sabe, valga la
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desde abajo49. Des-artificializar el mundo, re-introducir criterios medioambientales y de necesidades
básicas en la construcción de alternativas a la crisis.
Y, sin embargo, la cultura y la educación emocional que recibimos nos educa en la legitimación del
autoritarismo o del control: apuntalamiento de estructuras de permanente delegación, promoción de
fundamentalismos no abiertos al otro o al mundo, participación activa en los mecanismos de
dominación como fuente de ganar un salario. Se clausura la vida y la cultura a través de tecnologías
y patentes, cuerpos de seguridad y educativos, gestión social desde agendas copadas por el poder
hegemónico, desarrollos territoriales (en especial los urbanos) destinados a impedir la
sedimentación social al margen del consumo.
Es por ello, por lo que las alternativas habrán de partir de que atravesamos una crisis global: Crisis
socioemocional, crisis medioambiental, crisis energética, crisis laboral, crisis alimentaria… Y que el
cuestionamiento de los pilares de esta crisis, sin el cual no habrá posibilidad de ofrecer alternativas
desde fuera de este sistema, requiere una nueva o incentivada política de los vínculos. Es decir,
romper la política de las interrupciones vitales. Sustituir la disyunción por la conjunción a la hora de
pensar la sociedad y la naturaleza, el ser humano y sus vínculos sociales, las razones y las
emociones, los sueños y las realidades. Confluencia desde espacios diversos, sectoriales, sean
locales o globales, para poner en práctica herramientas que sean ya una ilustración de
desconexiones vitales que pueden ser colectivizables.
Lo que podríamos llamar una rebelión de las h.a.ma.c.a.s.: Herramientas de Acción Masiva para
Cuidados desde la Auto-gestión Social50. Espacios destinados al encuentro y al cultivo social de
útiles dirigidos a la satisfacción de nuestras necesidades básicas. Sean estos espacios del tipo que
sean: centros, organizaciones, plataformas, convocatorias; formales o informales; etc. Es decir, sin
una (nueva o renovada) cultura política que permee cualquier fenómeno de recomposición de
nuestros vínculos sociales y se destine a una rebeldía material, afectiva, expresiva y de relaciones
con la naturaleza, no podremos pensar en trascender el actual sistema que, repito, gozaba de un
capital de legitimidad considerable antes de la crisis. Dicha recomposición como abono de cambios
sociales de mayor calado están presentes en las raíces de la cultura obrera, en sus rebeldes
primitivos, que hacían del socialismo utópico algo cotidiano51; en las rebeldías ante normas y
configuraciones espaciales recreadas desde los 70, que dan lugar a nuevos interconectores de lo
social (cambia el lenguaje, la manera de vivir el cuerpo, se experimentan nuevas formas de
convivencia, se abren lugares para nuevas relaciones); pero también la puesta en práctica de
iniciativas de cooperación social tras la crisis de 2001 en Argentina (comedores, huertos urbanos,
asambleas populares, mercados de trueque, economía social, etc.)52; o el hábito del apaño y la
solidaridad hospitalaria en muchos países africanos, La otra África53; y latinoamericanos e indios,
empeñados en los caminos de la producción no capitalista54.
¿Necesitamos que las crisis nos golpeen más fuerte, aborten más lazos, interrumpan vínculos
existenciales para que, del marasmo ciego de la desesperación puedan surgir esas nuevas
situaciones, semillas para las futuras h.a.ma.c.a.s.? ¿No hemos dicho que el énfasis en las
experiencias y en las nuevas relaciones nos puede hacernos perder de vista de que tales esfuerzos
redundancia, en un marco de coevolución social y medioambiental; ver Funtowicz y Ravetz, La ciencia posnormal,
Barcelona, Icaria, 2000.
49 Varios Autores (2006): Objetivo Decrecimiento, Leqtor, Barcelona.
50 Ver mi artículo sobre La producción social de la democracia (radical), disponible en internet.
51 Eric J. Hobsvawm, Rebeldes primitivos: estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos
XIX y XX, Barcelona, Crítica, 2003.
52 Ilustrativos aún la agricultura urbana de Rosario o las iniciativas cooperativas de los movimientos de trabajadores
desocupados; ver Toty Flores (compilador), De la culpa a la autogestión, Ediciones Continente, Buenos Aires, 2005.
53 Serge Latouche, Ediciones Ooezebap, Barcelona, 2007
54 Boaventura de Sousa Santos (org.), Produzir para viver, os caminhos ca produção não capitalista, Civilização
Brasileira, Río de Janeiro, 2002.
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pueden ser “inútiles” ante la implantación en el corto plazo de un proyecto totalitario, sea en forma
de fascismo social o de mercantilización oligopólica de una sociedad que agiganta su
insostenibilidad?
Medirle las aristas, los dobleces y las caras ocultas al “cuanto peor, peor” no es propósito de este
trabajo. No por ejercicio vano, sino por concentrar energías en crear condiciones que eviten la
profundización de la actual crisis sistémica.
Para ello, la política de los vínculos suena bien, pero ¿qué trato de sugerir desde ella? A mi juicio,
cualquier iniciativa de transformación social que quiera tener tanto eco como calado ante la
explosión del desorden ha de contemplar tres necesidades para repensar la política hoy, sobre todo
en los países del centro:
➢ Una política de necesidades básicas : construcción de satisfactores, de cultivos sociales, que
expliquen y experimenten los nuevos paradigmas que quieren proponerse; una
problematización desde cuestiones básicas, directas, como sustrato de la acción colectiva
crítica; una serie de ventanas cooperativas para el apoyo material, afectivo, que buscan la
participación siendo consciente de los límites ambientales.
➢ Un enfoque ecosocial : los cultivos sociales no pueden ser alimento de maquinarias
violentas, tanto generadoras de exclusión, como acrecentadoras de la insostenibilidad. Es
necesario una ética territorializable. Una vocación y una materialización de nuevos
vínculos, de otras sociedades. Por un lado, hablo de una actitud de rebeldía que busca otras
rebeldías, afrontando el reto de construir horizontes compartibles y proyectos plasmables. Es
decir, ni los intentos de acumular prácticas en torno a la gran práctica (partido, biblia,
trampolín “revolucionario”), ni el ensoñamiento y enseñoreamiento a través de situaciones
dispersas y exclusivistas son solución. El código vacío (no hay código o sólo posible para
mí) o el código saturado (todo ya está dicho o sólo hay que aplicar esta receta) no afianzan
vínculos sostenibles, los hipotecan o los venden. Mi necesidad (o mi conflicto) elevada
directamente a rango de horizonte colectivo lleva aparejado el riesgo de convertir los
cultivos sociales en estufitas (calor para salvarse de la quema expresiva y emocional), islitas
verdes (aisladas del cuerpo social, a salvo de modificaciones externas, enfrentadas a otros
proyectos) o en agujeros negros (reproducción de las discontinuidades a través de otros
satisfactores, mercantilización de las alternativas, consolidación de los actuales órdenes)55.
Por otro lado, la ética de la otredad ha de expresarse también en el territorio biofísico, tanto
por ser espacio donde generar nuevas confianzas y nuevos satisfactores, que puedan hacer
sombra a las propias respuestas defensivas del orden actual; como por entender que el
planeta demanda una relocalización en la producción y circulación de recursos y energías.
➢ Una política de articulaciones y traducciones : una praxis de la otredad que complemente,
lea y oriente a una ética de la otredad. En el campo de las redes sociales se trata de buscar
esos lenguajes y espacios que puedan construir desde la diversidad. Por ejemplo, frente al
sistema agroalimentario global, la agroecología se ha constituído en una filosofía del hacer
y el decir que sirve para trabajar conjuntamente (intercambiar, referirse, compartir)
realidades locales tan alejadas como las cooperativas de producción directa en el Estado
español y las redes de comercialización ecológica fruto de reformas agrarias o de la
contestación a los mercados verdes para ricos56. Junto al encuentro de redes, y desde dicho
55 Una breve ejemplificación la tenemos en las alternativas de consumo. Bien pueden representar un cambio social
agroecológico (sistemas agroalimentarios sostenibles, hacia un desarrollo endógeno e inclusivo). También pueden
abrir la puerta a un consumo exclusivo (estufitas o islitas). O también servir para identificar nuevos nichos de
mercado de producción orgánica (insumos), pero no ecológica (grandes distribuidoras, manejos no sostenibles). Ver
mi artículo sobre El nuevo cooperativismo agroecológico en www.facpe.org
56 Ver el artículo de Daniel López “Agricultura de responsabilidad compartida” en Economía Social, Economía
Ecológica, marzo de 2008, edita Libre Pensamiento, Eologista y Lletra A.
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encuentro, cultivos sociales que no sólo se dedican a producir sociedades paralelas, sino
también espacios de referencia para el actuar y el pensar de la ciudadanía.
Y esto, ¿a qué políticas más concretas puede conducirnos? En el actual desorden, existen iniciativas
concretas que, junto a problemáticas que vuelven bajo nuevos ropajes (la precariedad laboral), se
están convirtiendo en referentes de movilización o de concienciación social, a escala global incluso
(dónde vivimos y qué comemos). Territorio, trabajo y sistema agroalimentario son tres ejes que bien
pueden servir de base para el desarrollo de cultivos sociales que sean atractivos para la población y
para las dinámicas de organizaciones y redes críticas.
Territorio Trabajo Sistema Agroalimentario
¿Por qué son
importantes?
Cerrar hacia abajo los
circuitos de materia y
energía
Tejer redes que impidan la
domesticación masiva del
descontento
Crear sinergias desde lo
diverso a partir de lo más
concreto y tangible
Desarrollo comunitario
Lugar referente de la
crisis en sociedades
monetarizadas y que
funcionan a crédito
Espacio preferente de
gestión de formas de
dominación
Sustitución del empleo
por la praxis del
cuidado
Decrecer en riesgos, crecer en
calidad de vida; política
desde la cotidianeidad
La producción de alimentos y
su transporte generan un 40%
del CO2 planetario
Las hambrunas y las crisis
alimentarias son reflejo de las
crisis sistémicas
¿Cómo
enraizar
alternativas?
Espacios sociales que
permitan confluir luchas
territoriales, sobre vivienda
y alimentación, derechos de
ciudadanía
Identificación de manejos
de recursos adaptados al
entorno
Desarrollo como
coevolución social y
biofísica con el medio
Oficinas de derechos y
apoyo sociales
Sindicalismo social y
autogestionario
Autogestión de redes
de cuidados
Redes de relación directas
entre productores y
consumidores
Crítica de transgénicos y de
tecnologías de control
Internalización de costes
ambientales
Agroecología rural y urbana
Cooperativismo dirigido a mercados locales
Certificación social de necesidades y valores de uso
Economías ecológicas y solidarias dirigidas a los cuidados
¿Paraguas
públicos?
Muncipalismo radical
Politización de necesidades universales y de bienes comunes (recursos, riqueza)
desde la gestión participada
Materialización del dinero frente a la deriva especulativa
Tabla 1. La relocalización general de satisfactores sobre la base de una política de los vínculos
La anterior tabla no es un programa político, ni tampoco una colección de iniciativas. La
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problematización de (y desde) las esferas del trabajo, de nuestro territorio y del sistema alimentario
constituyen un tridente para repensar y ejercer nuestros vínculos. La precariedad laboral es hoy uno
de los pilares de la precariedad existencial, en consonancia con las nuevas disposiciones del
territorio y nuestras pautas de consumo. Pero, precisamente, necesita pensarse en términos vitales,
de supervivencia ecosistémica, para no reproducir lo irreproducible: la industrialización
depredadora y fuente de desigualdades, las escalas y tecnologías oligopólicas, la producción de la
destrucción como paradigma de desarrollo (desde la guerra hasta el despilfarro energético). Del
sincialismo de presión o de reclamación más sectorial, al encuentro en y desde la construcción de
economías solidarias y ecológicas, en el que puedan reconocerse, demandarse y ejercitarse
derechos sociales y de cuidados básicos: participación efectiva de la población, con atención a los
migrantes; asistencia, reproducción y apoyo social en el centro del hacer político; agricultura de
responsabilidad compartida; cooperativas de apoyo económico e incluso financiero, etc.57
Dicho encuentro precisa de una resocialización para encontrarnos en otras y otros. Demanda un
espacio (cuerpo), una vivencia (emoción), una relación (razón deliberativa). A la par que exige una
relocalización de nuestros satisfactores. Esto ocurre en un territorio, fuente de nuestra experiencia,
educadora de nuestro estar, nuestro sentir y nuestro pensar. Y se teje al calor de un entorno
comunitario que sustituye mediaciones lejanas (un supermercado, unas siglas políticas, un centro de
ocio) por una proximidad para el apoyo y la interpelación. Justamente, cuando, bajo la llamada
globalización, el capitalismo precisa de grandes infraestructuras físicas para reproducir a escala
mundial sus dinámicas de acumulación. Mayores requerimientos materiales y energéticos están
demandando corredores y conectores biofísicos: los megaproyectos como el IIRSA conciben a
América del Sur como futura suministradora global de energía (agrocombustibles) y bases para
nuestra alimentación (soja que será el pienso de dietas ricas en carne)58; en Europa, por el contrario,
las ciudades se vuelven “marcas” (imagen turística corporativa, centros de convención
empresariales) e infraestructuras (aeropuertos, puertos y carreteras) para liderar las migajas de estos
tránsitos y desplazamientos globales59. Frente al desorden está la posibilidad de construir vínculos
desde una democracia radical (y ambiental) desde nuestros territorios. En este sentido, sería
fundamental revitalizar movimientos barriales y rurales, a través de nuevos centros sociales, para
anclar luchas vitales de mayor calado, lugares de referencia para la construcción de otras
sociedades. Desde aquí puede resultar interesante confluir con redes o paraguas públicos en la
implantación políticas destinadas a la autogestión de derechos básicos (renta, alimentos, cuidados,
recursos energéticos, agua), apuntando entonces a un municipalismo radical60. Desde el márketing
político, o una pretensión de establecer legislaciones sin amparo reivindicativo de la ciudadanía, no
se producirán cambios sociales a gran escala. Desde nuevas sociedades que, desde abajo61, ejercen y
reclaman nuevos derechos y nuevas instituciones desde renovados ánimos, puede que sí.
Habitar y desmercantilizar territorios de forma extensa y profunda, significa recuperarlos para una
57 Ver número especial sobre Economía Social, Economía Ecológica, editado en marzo de 2008 por Libre
Pensamiento, Eologista, Lletra A. Hago énfasis en la distinción entre economía social y economía solidaria, para
enfatizar que esta última sí trata de contribuir a desarrollar órdenes solidarios, no es mero cooperativismo social. El
compromiso no es con un modelo económico, sino con la democratización del mismo, a través de compromisos
entre los de abajo dirigidos a la satisfacción sostenible de necesidades básicas (ver Jean-Louis Laville, compilador,
Economía Social y solidaria. Una visión europea, Altamira, Buenos Aires, 2004.
58 Ver el trabajo Agrocombustibles, ¿Otro negocio es posible? coordinado por Mónica Vargas, editorial Icaria,
Barcelona, 2009, página 94.
59 Proliferan los grandes eventos espectaculares como justificación de la construcción moral, simbólica y física de la
ciudad marca, como muestran los trabajos de varios autores en Barcelona, marca registrada. Un model per
desarmar, Virus, Barcelona, 2004; y La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del “modelo Barcelona”, Catarata,
Madrid, 2007, texto de Manuel Delgado.
60 Takis Fotopoulos, Hacia una democracia inclusiva. Un nuevo proyecto liberador, Montevideo, Norman-
Comunidad, 2002.
61 Julio Alguacil Gómez (ed.), Poder local y participación democrática, Barcelona, El Viejo Topo, 2006.
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nueva economía política, moral y ecológica en la que se sienten, reconocen, visibilizan y exploran
desafíos frente a lógicas patriarcales. La mayor horizontalidad y la práctica de la deliberación es un
manejo aconsejable frente al autoritarismo. La relocalización global (no autárquica o localista) es un
camino para reconocer o valorar los cuidados básicos y cotidianos para la vida, esto es, arrancar al
capitalismo su ceguera interesada destinada a la dominación y explotación de la naturaleza y,
tradicional y culturalmente, de la mujer y de los países del llamado Sur. La vinculación constructiva
es lo opuesto a la lógica individualista y abstracta62.
Territorio y trabajo son dos dimensiones vitales cuya deslocalización y desvertebración en los
planos políticos, económicos y culturales están íntimamente ligadas al despegue de un sistema
agroalimentario global. Por un lado, los patrones insostenibles de consumo se venden como
“calidad de vida”, a la par que se impiden formas alternativas y tradiciones ecosociales de
alimentarse a golpe de publicidad, legislación favorable a las grandes empresas, creación de
desconfianza sobre los mercados y producciones artesanales, apoyo público para el despegue de las
grandes superficies, financiación del mismo a través del control que ejercen sobre la distribución,
políticas como la PAC destinadas a la homegeneización y concentración del mercado, etc. Por otro
lado, éste es el sistema agroalimentario que se precisa para despoblar el campo y alimentar de
humanos las fábricas (sociales), tanto en el Norte como en el Sur. El territorio y el trabajo rural se
sacrifican (agricultura convencional no rentable) o se museifica (por ejemplo, turismo) para
mantener las dinámicas desgastantes y depredadoras de las grandes ciudades. Colocar la cuestión
alimentaria en el centro del trabajo social es poner en solfa las dinámicas sobre las que se asienta la
globalización y apuntarse al decrecimiento económico-tecnológico, que no decrecimiento de
calidad de vida. A la par que reintroduce una cotidianeidad en la polítca y en la motivación para
construir satisfactores desde abajo. En este sentido, la agroecología se nos introduce como una
herramienta de intervención política y medioambiental en los territorios para democratizar el acceso
a los recursos naturales y transformar nuestro sistema agroalimentario, que se muestra cada día más
oligopólico, artificioso, envenenado y excluyente63.
Quedaría por discutir temas candentes en todo proceso de transición social en las sociedades
contemporáneas, como la escala de los cambios y el papel del estado. Sobre lo primero, manifestaré
que, desde una política de los vínculos, los nuevos paradigmas de articulación habrán de saberse
efímeros si no provienen de una demanda de relocalización y de cooperación social desde abajo.
Quizás como siempre, pero más en estos momentos de bifurcación y gran complejidad derivada de
la gravedad de la situación y de la interrelación de problemas y territorios (como el manejo de
recursos naturales ilustra). Y sobre lo segundo, quizás también como tantas veces en las
“revoluciones” de todo signo, lo nuevo y lo viejo conviven, al igual que el ejercicio directo del
empoderamiento y la representación del mismo. De ahí, que opte por hablar de paraguas públicos:
instituciones y normas que facilitan esa relocalización de circuitos materiales, energéticos y
políticos. Y que a la vez permitan la emergencia de formas de cooperación social que se certifican
desde abajo. Ejemplos de estos paraguas pueden ser las propuestas para un manejo democrático de
recursos naturales (como el agua), el desarrollo de sistemas agroalimentarios directamente
certificados por consumidores y productores, o la concepción del estado como un agente social que
garantiza ese “movimiento social” desde abajo64. En todo caso, la cuestión relevante es reconocerse
62 Frente a la pugna por nuevas etiquetas, el ecofeminismo constructivista apunta a una visión coevolutiva de la
humanidad y la naturaleza, sustituyendo los esencialismos por vitalidad, y las diversidades biológicas por
potencialidades culturales; para una introducción, ver el trabajo de Alicia Puleo, “Feminismo y Ecología”, El
Ecologista, n. 31, verano 2002,disponible en internet
http://almojabana.files.wordpress.com/2008/04/ecofeminismo.pdf
63 Para una introducción al pensamiento y la práctica de la agroecología, ver Eduardo Sevilla Guzmán, De la
Sociología Rural a la Agroecología, Barcelona, Icaria, 2006 y consultar la página web bah.ourproject.org
64 Algunos trabajos en este sentido: Hilary Wainwrigth, Cómo ocupar el Estado. Experiencias de democracia
participativa, Barcelona, Icaria, 2005; Repensar la política, por diversos autores, editado por Icaria y disponible en
el TNI (www.tni.org); Calidad de la democracia y protección ambiental en Canarias, Fundación César Manrique,
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en la vitalidad social de lo de abajo, siendo las circulaciones más globales una necesidad a
posteriori, a veces, un mal menor en la creación de mejores condiciones para reafirmar dicha
vitalidad.
Implícitamente, pues, no hablo de un recetario, si no, antes bien, de un paradigma con tres grandes
cambios que alimentarían, a la vez que se derivarían, de esta proliferación de cultivos sociales:
➢ cambio de paradigma tecnológico en el manejo de recursos naturales: relocalización
➢ cambio de paradigma de la intervención (eco)social: política de los vínculos
➢ cambio de paradigma en la interpretación de lo público y lo común: democracia radical
El último cambio, la democracia radical, nos lleva a situarnos en una reinterpretación de horizontes
políticos que, desde Occidente, podrían leerse en clave de solidaridad, libertad y diversidad. No
parece difícil que, en este país, diferentes ríos subterráneos puedan aflorar buscando desarrollar
propuestas en este sentido. Al fin y al cabo, la democracia radical constituye un eje aglutinador y
galvanizador para las formas de hacer (desde abajo, desde la diversidad) y para el decir (desafección
hacia democracias formales) que vienen despertando desde los 9065.
La cuestión es saber si somos capaces de desplegar un potencial creativo (actitud, comunicación,
experiencia) y un uso constructivo de recursos y referencias (espacios, organizaciones, lenguajes,
símbolos) de manera que las personas más afectadas por la crisis puedan sentirse motivadas y
llamadas a la construcción de otras sociedades. Este desafío es verdaderamente la antesala del
desafío ecosistémico a un mundo desigual y saturado, no habitable en el futuro. La crisis abre la
posibilidad de incrementar la cooperación social como potenciadora de nuevos vínculos enfocados
hacia la vida. De abajo a arriba, sin desdeñar paraguas que alienten la transición. Del apoyo mutuo a
una democracia radical: agendas dirigidas a las necesidades básicas, relocalización de decisiones y
de satisfactores, deliberación y autogestión social en la definición y manejo de bienes comunes,
politización de los cuidados y de los límites naturales. Coevolución desde la libertad, la solidaridad
y la diversidad.
Suspender las guerras, (re)tomar la vida.
Teguise, Lanzarote, 2006, especialmente trabajos de Federico Aguilera Klink (en internet); y las aproximaciones de
Sousa Santos a esta cuestión.
65 En mi trabajo, Nuevos Movimientos Globales, obra citada.

Sigue en la III Parte y Final