Lo que el bosque (todavía) puede enseñar
31/03/09
Por Oscar Taffetani
(APe).- El 6 de septiembre de 1847, Henry David Thoreau abandonó la cabaña del bosque de Walden Pond en la que había vivido solitario dos intensos años de su vida y regresó a su casa y a su familia en el pueblo de Concord, Massachusetts.
Aquella experiencia de vida y trabajo en un ámbito salvaje, no regido por otras leyes que las de la naturaleza, le permitieron al filósofo ermitaño escribir un par de buenos libros, de ésos que aparecen una vez cada tanto, en los que la humanidad consigue destilar en sabiduría todos los rigores y dolores de la existencia.
A partir de allí, de su vida en los bosques, Thoreau se convirtió en el gran referente de un pensamiento distinto, utópico en el mejor sentido de la palabra, un pensamiento que llamó a respetar la dimensión agreste (o salvaje) de la vida y a entender que sin ese respeto la humanidad está irremisiblemente perdida.
“Fui a los bosques -escribió- para no descubrir recién al momento de morir que no había vivido. (…) Creo que deberíamos ser hombres primero, y ciudadanos después. (…) Las cosas no cambian; somos nosotros los que cambiamos. (…) El costo de una cosa es la cantidad de eso que yo llamo vida necesario para adquirirla…”
“¿Es la democracia tal como la conocemos -se preguntó en uno de esos libros- el último logro posible en materia de gobierno? ¿No podremos dar un paso más adelante, hacia el reconocimiento y organización de los derechos del hombre?”
“La mayoría de los lujos y muchas de las llamadas comodidades, no sólo no son indispensables para vivir, sino que resultan un obstáculo para la elevación espiritual de la humanidad.”
Nada para comentar, ni agregar.
Los guaraníes lo sabían
No nos cansaremos nunca de recordar y repetir, desde estas páginas, que el continente lingüístico tupí-guaraní, lo mismo que el antiguo (y poco estudiado) País del Guayrá, ocupa casi todo el territorio de América, y está presente en la mayoría de sus culturas.
Cuando Christum Ferens Colombus (Paloma portadora de Cristo), más conocido como Cristóbal Colón, tocó tierra en este lado del Atlántico, lo hizo en una isla que los nativos llamaban Guanahani. Sí, el europeo tocó tierra en una isla que se llamaba Gua-na-ha-miní (isla de tierra pequeña, en lengua guaraní).
Hasta no hace mucho, el crucero misilístico norteamericano USS Ticonderoga (“ésta es tu casa”, en guaraní) patrulló las aguas del Cará-í-be (Mar de los Cara, en guaraní) vigilando a los Caracas de Venezuela. La etimología es una inagotable fuente de sorpresas.
Y qué decir del bosque. El guaraní tiene como media docena de palabras distintas para decir bosque. Ca-á es bosque a secas; pero nadie se refiere al bosque a secas, en abstracto. Ca´-á-guazú es el bosque grande. Ca-á-ibaté es el bosque alto. Ca-á-añá es el bosque frondoso…
Los guaraníes son doctores en bosque, doctores en monte y en selva, desde tiempos inmemoriales. “Nosotros no tenemos historia escrita”, nos dijo una vez el cacique Laudencio Benavídes Cabara. “La selva habla por nosotros”.
León Cadogan (1899-1973), hijo de australianos nacido en Paraguay, estudioso vocacional y profundo de la cultura mbyá, quien del inglés y el guaraní de cuna pasó a estudiar el alemán y el francés, tan sólo para acercarse a los textos de los folkloristas y los antropólogos, solía decir que nunca había aprendido tanto de la vida y de la naturaleza humana como cuando fue invitado por un cacique a vivir un tiempo en la selva.
Releyendo a Thoreau
“La Corte ordenó suspender los desmontes y talas en Salta. Se pidió además un estudio de impacto ambiental acumulativo de la deforestación”, leemos en un matutino porteño.
Finalmente, tras una acelerada reglamentación de la Ley de Bosques (para la que debió pagar su tributo el arrasado pueblo de Tartagal, acotemos) y después de una tonelada de expedientes y reclamos abiertos por 18 comunidades originarias y grupos criollos de la provincia de Salta, la justicia imparte una orden que apunta a detener el desastre.
Si la reglamentación de la ley de bosques se hubiera aprobado antes, y si la justicia argentina hubiera sido un poco más rápida de lo que habitualmente es, se hubiera evitado un desmonte adicional de medio millón de hectáreas, producido desde 2007 a la fecha. Pero esto es apenas lo que ocurre en Salta. ¿Qué pasa con eso que eufemísticamente se llama “área cultivable” o “nueva frontera agrícola”, en el resto de las provincias del NOA?
El bosque originario, el bosque con bíodiversidad y maderas preciosas, ése que alimentó por siglos a las comunidades del Chaco salteño (y chaqueño y formoseño y santiagueño), es hoy comprado, talado y vendido para destinarlo después, en la mayoría de los casos, al cultivo de soja transgénica.
Es importante este fallo de la Corte, sin duda. Es tan importante como el fallo de 2007 que intimó al gobierno del Chaco a evitar el genocidio por hambre de los Wichí, los Toba y los guaraníes de El Impenetrable.
Pero ¿se ha cumplido con lo dispuesto por la Corte? En el Chaco ya sabemos que no. Y ahora, la máscara del dengue le servirá al gobierno de Capitanich para ocultar sus incumplimientos en materia alimentaria y sanitaria. Ahora, la culpa será… del mosquito.
No viene mal, entonces, recordar uno de esos breves pensamientos aquilatados por Thoreau tras su breve vida en los bosques, resumidos más tarde en obras capitales como Walden.
“La ley nunca hará a los hombres libres -escribió Thoreau. Son los hombres los que tienen que hacer la ley libre”.
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