Lila Downs y su canto a las comunidades originarias

12.Jul.09    Análisis y Noticias

Lila Downs ofrece erizante alegoría popular mexicana en Montreal

Montreal, Canadá.
Agencias
Domingo 12 de julio 2009

“Ya agarraste por tu cuenta las parrandas, Paloma negra, paloma negra, dónde andarás…” fue el grito, más no canto, de cientos de gargantas, muchas de ellas de mexicanos que viven en Montreal, cual si pidieran la copa del estribo en la más cutre de las cantinas.

Todo, para acompañar la portentosa voz de la oaxaqueña Lila Downs, quien ofreció la noche del viernes en el Club Soda de esta ciudad, un espectacular acto, cuasi sexual, disfrazado de concierto, que erizó la piel de más de uno de los presentes.

En el Festival Internacional de Jazz de Montreal, uno de los más reconocidos en el mundo y que este año cumple tres décadas, Lila y su extraordinario combo con el que toca en el norte del continente (en el que destaca Juancho Herrera en la guitarra, Paty Piñón en las percusiones, Paul Cohen en el sax y clarinete, Carlos Henderson en el bajo, Rob Curto en el acordeón), regalaron un desgarrador set que hizo bailar, cantar y añorar a los connacionales que viven allá, a una tierra tortuosa, pero cálida.

No sólo durante la interpretación de la simbólica pieza de Tomás Méndez, Paloma negra, sino en distintos momentos, la oaxaqueña fue la pitonisa que igual invocó a chamanes mexicanos que a orishas cubanos, sin pasar por alto a los brujos de las culturas ancestrales al norte del Río Bravo.

Tampoco dejó de mencionar “a las indígenas de Juchitán”, a esos “que tienen que migrar por un futuro mejor”, a las cantantes latinoamericanas que le marcaron, como Mercedes Sosa. A todos, a todos dejó con un extraordinario sabor de boca, como sólo ella puede hacerlo.

Las luces del lugar, uno de los que este nutrido encuentro utiliza para los conciertos (hay algunos más al aire libre y de entrada gratuita), se apagaron para dar paso a la encantadora alegoría de fusiones de Lila y su banda. Unas palabras en francés, inglés y español y la primera rola: Black magic woman, de Santana, versión híbrida. Con Agua de rosas evocó a sus paisanas; la lira de Juancho Herrera y las percusiones de Paty Piñón abrazaban el timbre de la cantante.

Una pantalla circular difuminaba las figuras de los músicos. Los introducía en dimensional espiral acorde con la sonoridad. En Yo envidio el viento, la banda dio su toque jazz para no salir de contexto en la urbe que por estos días respira este género, mientras que con La línea, la cantante realizó una especie de danza de concheros, pero con un ritmo dub.

“Un sueño de mezcal”

La alegoría popular mexicana se sintió con Los pollos, una evocación acústica-artesanal, con la que hizo bailar tanto a los asistentes de la comunidad mexicana (que se dice rebasan los 50 mil sólo en Montreal) como a la familia francófona del lugar. Con la rola Justicia apapachó y dio “un sueño de mezcal” intenso; sólo faltó decir salud con uno que tuviera alacrán adentro.

Lila supo mover a la gente, es mujer de escenario, tanto como excelsa cantante. Muestra su presencia especial, una mezcla ecléctica: la de su madre, indígena mixteca de San Miguel El Grande y, la de su padre, un estadunidense del estado de Colorado de ascendencia escocesa. Ella fue a la escuela en Tlaxiaco, Oaxaca, así como en St. Paul, Minnesota. Pero es más una mexicana universal, y la gente de acá lo entendió y sintió, como cuando cantó Tiempo de luz, dedicada a Mercedes Sosa, y Ojo de culebra, para los chamanes mexicanos, así como Silent Thunder, para los de las tribus originales de Dakota, en Estados Unidos.

El éxtasis fue, como se dijo, con Paloma negra, y el baile sabrosón con La cumbia del mole. No sacó de su lista a la tradicional La sandunga, Perro negro (con su versión polkabalcanera), Naila, Tacha y La llorona, éstas últimas luego de un encore doble provocado por los decibles de aplausos y gritos, que hicieron adoptar estas tierra canadiense como suya: “me quedó en Montreal”, afirmó Lila al final.
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Sacarse la espina

La misteriosa Lila Downs ha hecho una carrera silenciosa con el aplauso de la crítica. La sucesora de Chavela Vargas celebra 15 años de carrera con una recopilación de sus éxitos. SEMANA habló con ella desde México.

Domingo 12 Julio 2009

La cantante mexicana Lila Downs no siempre se sintió orgullosa de su origen indígena. Cuando niña se sentía discriminada dentro de su propio país por tener raíces norteamericanas (por el lado de su padre) y mixtecas (por el lado de su madre). La vergüenza por su origen se transformó después en un gran sentimiento de orgullo que ha impregnado su discografía a lo largo de una carrera musical que está cumpliendo 15 años. Este mes la cantante, recordada por su participación en la banda sonora de la película Frida, protagonizada por Salma Hayek, presenta el CD-DVD Lo mejor del alma de Lila Downs, un compilado que celebra su identidad mestiza a través de 18 canciones en las que la música tradicional mexicana se combina con el son cubano, el bolero, el bossa nova, el ska y el reggae.

Lila Downs, quien fue nombrada por Chavela Vargas su sucesora, ha incluido en esta compilación rancheras tradicionales como Paloma Negra y La llorona, que anteriormente había interpretado en su disco Border (2001). Estos temas le recuerdan el principio de su carrera, cuando cantaba en bares y en restaurantes y tenía que llamar la atención de los comensales para reunir una buena propina: “La ranchera me enseñó a sentir la música con mucha intensidad. A ponerles chispa a mis interpretaciones. La ranchera sana el alma. Fue lo que bebí primero”, le dijo Downs a SEMANA desde México.

Sin embargo, su música no sólo evoca las cantinas mexicanas. Lo mejor del alma de Lila Downs también tiene una versión en spanglish de la famosa canción de Osvaldo Farrés Quizás, quizás, quizás (cantada por ella el estribillo es “Perhaps, perhaps, quizás”) y La Martiniana, una canción tradicional zapoteca que alterna letras en español con dialecto mixteca. Para Downs, el poder narrativo de la música trasciende las barreras lingüísticas: “Si quieres contar una historia a través de la música, el lenguaje no importa. Creo que la música que de verdad sobrevive a través del tiempo es la música que no tiene lenguaje. La verdadera música no tiene que ver con las letras, tiene que ver con la profundidad del espíritu del ser humano”.

Y es que sus canciones van más allá del homenaje a sus ancestros. En ellas hay una preocupación por la situación política de su pueblo y, por extensión, de Latinoamérica. La mexicana entiende la música como un canal para manifestar estos problemas. En La cucaracha, una alegre versión de la canción tradicional que todos conocen, denuncia: “En la misa y en la feria todo el mundo ya lo sabe / los que llegan al gobierno porque se puede comprar / del partido comunista ya no queda casi nada / ahora todos van buscando cómo hacerse millonadas”. Algo que resalta de estos temas es que Downs siempre se acerca a la política por medio del humor: “Yo creo que como músico, es mi deber encontrar la forma de sacarse la espina. El gobierno siempre será un desastre y es más sano hablar de eso sin tanto odio, mejor con baile”.

Quince años de carrera musical le han enseñado a Lila Downs que la labor del músico, más allá del glamur y de la fama, tiene que ver con lo que se le transmite al público. Con los lazos que la música crea. Con el espíritu de quien la escucha: “A mí también me sucede. A veces estoy de mal humor y de pronto sale la música y me cambia la actitud. Me pongo humilde ante el mundo, ante la vida. De eso se trata la música. De sacar desde adentro nuestra belleza humana”.