Michael Hardt: ni público ni privado, sino común
El profesor de la Duke University de Estados Unidos y coautor, junto al italiano Antonio Negri, de la trilogía Imperio (2000), Multitud (2004) y Commonwealth (2009), habla de su visión filosófica y política: poner los bienes comunes en el centro de la construcción de autonomía, el autogobierno y la comunidad.
A continuación los conceptos vertidos por Michael Hardt durante la entrevista:
Ni público ni privado
Es necesario comenzar diciendo que tenemos la mala costumbre de ver al mundo dividido entre privado y público, ya que parecen ser las dos únicas posibilidades. La tierra, por ejemplo, o era propiedad pública o era propiedad privada. Lo mismo también si hablamos de otros bienes, por ejemplo bienes inmateriales como las ideas, la música, etcétera. Así que si queremos atacar la estrategia neoliberal de privatizar todo parece que la única arma que tenemos es la propiedad pública, el control estatal.
Está claro pero que hay mucho mundo, natural, y también muchas ideas y muchas prácticas, que no son ni públicas ni privadas, es decir, son parte de una autorganización de la comunidad o de diversas comunidades. Este enfoque se vuelve una crítica a la propiedad, tanto a la privada como a la pública. Una crítica de fondo al concepto mismo de propiedad. A esta crítica corresponde una práctica política de autonomía, es decir, una política contraria tanto al capital (las privatizaciones) como al control del estado (la gestión pública), que lleva a la construcción de la autonomía social, al autogobierno. Esta es la perspectiva que trato de desarrollar desde hace unos años, junto al filósofo italiano Antonio Negri.
En una primera aproximación podemos decir que hay dos ámbitos del común: el común ecológico, natural; y el común social, económico, artificial. Ambos retan y se deterioran frente al concepto de propiedad; al mismo tiempo, ambos rompen los esquemas y las medidas tradicionales de valor económico con los que el capital trata de medirlos, pues para el común hay sólo una escala de evaluación, es decir, la vida. Por otro lado, los dos comunes (el ecológico y el social) se descubren aparentemente antitéticos.
El común ecológico es gestionado bajo la intención de la conservación, mientras que el común artificial se rige por la expansión, la creación ilimitada. Además, el común ecológico tiene como horizonte a la biosfera en su totalidad cuando, por el otro lado, el común artificial tiene al centro principalmente a los intereses de la humanidad.
Poner al centro el común es según yo fundamental. La hipótesis es que estamos en el medio de un cambio de época de un capitalismo económico con base industrial a un capitalismo centrado en la producción inmaterial o biopolítica. Dicho de otra manera: la producción industrial ya no es central y no porque ya no haya fábricas, sino que la producción industrial ya no tiene correspondencia en tendencia en una sociedad industrializada, sino que es la producción inmaterial que está dando forma a la sociedad de hoy. No es una diferencia de cantidad sino de cualidad. Ahora, si así están las cosas, tenemos que pensar que mientras antes la propiedad se jugó sobre la cuestión de la movilidad – tierra inmóvil y mercancías móviles -, hoy la propiedad determina la exclusividad de un bien y la posibilidad de reproducirlo. Y aquí hay un problema: las ideas, la música, las relaciones, los saberes, funcionan sólo si son puestos en común, son compartidos. Es por eso que decimos que, si la producción inmaterial es la nueva fuente de riqueza para el capital, entonces el común se vuelve central. Y contradictorio, pues existe la necesidad de poner en común las ideas, los afectos, los saberes para que éstos crezcan y resultan productivos; al mismo tiempo, pero, esto choca con la necesidad de mantener privados estos bienes, misma que es estructural en el esquema de la acumulación capitalista.
Desde nuestro punto de vista, hay un primer ejercicio por realizar que es reconocer cuanto de nuestro mundo, cuanto de nuestra experiencia ya es común. Dicho de otra manera: no es cierto que nuestro mundo ya es todo propiedad. No digo eso para decir que no hay problema, lo afirmo para reconocer que hay una base de partida. Sobre esta base, el proyecto de autonomía busca expandir y conquistar o reconquistar, de reapropiarse del común.
La gestión del común sin la propiedad o fuera de la propiedad no es una cosa natural, espontánea. No es que eliminando la propiedad privada o el control estatal descubrimos nuestra facultad natural de gestionar al común. Al contrario, es algo que tenemos que construir.
De esta manera, la cosa más importante y también más bella de las comunidades zapatistas es el sentido de experimentación de su acción política. Es decir, tenemos que experimentar con la gestión del común, no hay una fórmula. La experimentación es la única manera de conquistar formas de autogobierno y por lo tanto formas de gestión del común.
Después de Copenhague, nueva etapa del movimiento
El gran éxito de Copenhague fue el primer encuentro serio entre dos vertientes de los movimientos sociales, es decir, los movimientos ecologistas enfocados al cambio climático y, por otro lado, los movimientos sociales no sólo antiglobalización neoliberal sino también en favor de la autonomía y su construcción comunitaria.
Ese fue un primer grande encuentro que ciertamente fue una gran comunidad de deseos y de prácticas y del pensamiento común; pero por otro lado mostró una cierta diferencia, si no divergencia, de la manera de confrontarse con el poder global. Así las cosas, un gran paso hacia adelante fue precisamente la confrontación entre estas dos posturas, aunque este suceso puso y pone algunas dificultades muy serias por el lado conceptual y por el lado del movimiento.
Existen las que podríamos definir “las antinomias del común”: por un lado nos confrontamos con un común que es limitado por el entorno ecológico; por otro lado tenemos un común que es ilimitado en el sentido de la producción de nuestros deseos, ideas, imágenes, de “cosas humanas”, es decir la producción de sociedad, de relaciones sociales. La diferencia entre una política orientada hacia los límites de la tierra, del común ecológico, y otra orientada hacia la falta de límites de nuestros deseos, es lo que hay que mirar. Esta es la diferencia que pone algunas dificultades conceptuales y políticas.
También con las consignas, por ejemplo: hay una consigna que me es muy querida en los últimos quince años, es decir que queremos “todo para todos”. Desde el punto de vista de los límites ecológicos esto no tiene algún sentido, pues hay un límite en la tierra, en el agua, en los recursos, que conceptualmente no permite cumplir con esa consigna; pero para nosotros ese horizonte está en el corazón de nuestra practica.
Por el otro lado, desde el punto de vista de nuestros deseos sin límites, esa consigna que se vio “no hay planeta B” es bonita pero suena mucho a la postura conservadora personificada, por ejemplo, por la gestión de Margaret Thatcher, de que no hay alternativa. El movimiento anticapitalista está siempre creando alternativas. Eso es parte de nuestra falta de límites: producir alternativas es parte de nuestro ADN.
Hay también otra diferencia muy importante entre estas dos posturas: la temporalidad. En la tradición autónoma – es decir el movimiento de Seattle, los zapatistas, las asambleas de barrio en Argentina, etc. – ciertamente hay una cierta urgencia, pues lo que exigimos lo pedimos para ahora; pero los tiempos son definidos por el ritmo de la construcción, es decir es un tiempo constituyente que a veces puede ser lento como lo es la construcción de comunidad. Por el otro lado, los tiempos del cambio climático son otros: el tiempo principal es el tiempo de la urgencia de ponerle remedio a la situación, un tiempo que quizás ya pasó. Es decir, en términos generales, para los ecologistas si no cambiamos ahora todo ya fracasó. Esta es otra diferencia importante, las dos temporalidades que dividen conceptualmente a los dos movimientos y tiene efectos también en la práctica.
Entonces, la diferencia se traslada a la práctica – y ésta es la última diferencia que veo: para el movimiento altermundista, autónomo, la idea principal no es pedir la acción de los estados-nación como marco principal de acción sino que la construcción de autonomía y de la comunidad son el actor principal; al contrario, en los movimientos ecologistas, se mantiene en el primer plano un pedido a los estados pues ellos serían los que pueden actuar y corregir el rumbo. Es evidente que esto tiene que ver con lo que se dice arriba, es decir con las diferentes temporalidades, con la urgencia, pues si esperamos que se construya la autonomía, que haya comunidades que decidan, ya podría ser demasiado tarde.
Para mi es muy interesante e importante confrontar estas diferencias, estas antinomias – quizás es demasiado académico decirlo así, pero así está en mi cabeza. Es importante confrontarlas no porque son obstáculos las unas para las otras, no son diferencias trágicas, se puede ir más allá; para eso, pero, hay que confrontar estas dos posiciones. Dicho en otras palabras: no es diferencia antitética, sino una diferencia que puede ser fructífera.
Yo creo que la solución pasa por la acción de los movimientos. Por ejemplo, hace diez años en Seattle, pero también en Génova, teníamos una antinomia entre la globalización y la antiglobalización, es decir nosotros estábamos en contra de la globalización neoliberal y por esto los medios nos llamaban “no global”. Esa era una dificultad conceptual: nuestro problema fue resolver esa dicotomía inexistente. Sin embargo se necesitaba mucho trabajo colectivo para crear no sólo un concepto sino también las prácticas de la alterglobalización, es decir la solución de esta antinomia que nos imponían. De la misma manera, hoy los movimientos pueden confrontar estas diferencias, pero tomando la experiencia de Copenhague no como un punto de llegada, sino como un punto de partida.
Poder estatal vs. Autonomía
Las luchas en contra de las privatizaciones y en contra del neoliberalismo de los movimientos sociales en América Latina han sido un éxito enorme en la última década. Éstos son constituyentes, pero hay caminos distintos y creo que un camino no excluye el otro. Es decir, la conquista electoral del poder estatal puede ser parte de este proyecto constituyente que, en mi manera de ver las cosas, es la producción de autonomía, de sujetos capaces de autogobierno, de autogestión. No excluyo que un poder estatal entre comillas progresista, puede ser parte de este proceso. Claro, la conquista de ese poder no es la finalidad, pero puede ser un medio.
Sin embargo, de ser así, todo se vuelve muy complejo, porque ese puede ser un medio para construir la autonomía pero también puede ser un obstáculo para este proceso. En Bolivia, uno de los casos más bellos de este pasar a través del Estado, es muy difícil decir cuanto la presidencia de Evo Morales ayuda y cuanto obstaculiza la conquista de la autonomía de las comunidades indígenas y de otras comunidades en el país. A mi manera de ver las cosas, son ambas cosas. Y a menudo la lucha de los movimientos sociales en contra del Estado se realiza en este terreno para ir más allá de estos obstáculos; claro, hay también la dimensión del posible entorno de facilitación que un Estado de este tipo puede aportar.
La grande dificultad en este sentido es como no tener una perspectiva de pureza en este proceso; me parece que hay la tendencia a dos posiciones antitéticas: o defendemos a la conquista del poder estatal; o criticamos estos poderes porque no serían el punto de llegada de los movimientos. Creo que es necesario tener una visión transversal, pues hay que aprovechar el entorno quizás favorable, pero siendo duros, críticos, con estos gobiernos.
En este sentido, los movimientos en América Latina son muchos más avanzados que en Estados Unidos, pues aquí también hay un gobierno que se ha conquistado gracias a los movimientos sociales. Hoy pero hay dos posiciones tanto en la izquierda como en los movimientos: por un lado quienes dicen que hay que apoyar a Obama, es uno de nosotros, nos representa; por el otro, hay quienes dicen que es otro Bush. Yo creo que no es ni una ni la otra. Creo que hay que aprovechar las posibilidades que se abren con este gobierno pero sin tenerle mucho respeto. Esto es lo que los movimientos no han logrado hacer en este año en Estados Unidos. Así las cosas, la victoria de Obama ha sido la de destruir a los movimientos, hacerlos desaparecer. Actualmente hay una especie de desorientación conceptual.
Durante la época de Bush conceptualmente era más sencillo: él era el enemigo y todos sabíamos porque. Hoy, pero, eso es más difícil. Tenemos que encontrar una manera de ser antagonistas con este gobierno (Obama), cosa que aún no hemos resuelto. En Latinoamérica los movimientos están más desarrollados en este sentido y en Estados Unidos,como suele suceder, estamos muchos más atrás.-