17 de Mayo de 2010 · Por Richard Heinberg
A fines de 2009 y principios de 2010, la economía mostró algunos signos de renovado vigor. Es natural que todos quieran “volver a la normalidad”. Pero he aquí un pensamiento perturbador: ¿Qué ocurriría si eso no fuera posible? ¿Qué, si se hubieran trasladado los palos del arco, si las reglas se hubieran vuelto a escribir y el juego hubiese cambiado?
¿Qué ocurriría si la era, que ha durado décadas, de crecimiento económico basado en el permanente aumento de las tasas de extracción de recursos, manufactura y consumo, se terminaran, se acabaran y se agotaran? ¿Qué, si las condiciones económicas que todos crecimos en la esperanza que continuarían prácticamente para siempre, fueran un mero y breve sonido en el transcurso de la historia?
Es una idea incómoda, pero que no puede ignorarse: La economía “normal” de fines del siglo XX, de crecimiento aparentemente interminable, surgió en efecto de un conjunto de condiciones aberrantes que no pueden perpetuarse.
Ese “normal” se fue. De una u otra manera, un “nuevo normal” surgirá para reemplazarlo. ¿Podemos construir una economía diferente y más sustentable, que reemplace a la que ahora está andrajosa?
Seamos claros: creo que de algún modo estamos pasando por tiempos muy difíciles. El período de transición en nuestro camino hacia un poscrecimiento, la economía de equilibrio probará ser el momento más desafiante por el que haya pasado cualquiera de nosotros. No obstante, estoy convencido que podremos sobrevivir a este viaje colectivo, y que si, como familias y comunidades, tomamos buenas opciones, en las décadas venideras, la vida puede ser efectivamente mejor para nosotros que lo que fue durante los embriagadores días de aparente e interminable expansión económica.
En este artículo, primero me gustaría compartir mis conclusiones y luego algunos antecedentes que permiten llegar a ellas.
Cuatro Proposiciones
Hemos alcanzado el fin del crecimiento económico tal como lo conocemos. El “crecimiento” del que estamos hablando consiste en la expansión del tamaño total de la economía (con más personas atendidas y más dinero que cambia de manos) y de las cantidades de energía y bienes materiales que por ella fluyen. La crisis económica que empezó en 2008 fue tanto previsible como inevitable, y aquélla que marca una ruptura fundamental y permanente con las décadas pasadas, período en el cual los economistas adoptaron el punto de vista no realista de que es necesario un crecimiento económico perpetuo y también que es posible lograrlo. Como veremos, existen restricciones fundamentales a la expansión económica en curso, y el mundo está empezando a tropezar con esas restricciones. Esto no significa que los Estados Unidos o el mundo nunca más verá otro trimestre o año de crecimiento en relación con el año anterior. Más bien, el punto es que cuando los choques se promedien, la tendencia general de la economía (medida en términos de producción y consumo de bienes reales) será, de ahora en adelante, pareja o descendente, en vez que ascendente.
Los factores básicos, que darán forma a lo que sea que reemplace a la economía de crecimiento, son conocibles. Para sobrevivir y prosperar por largo tiempo, las sociedades tienen que operar dentro del presupuesto de recursos extraíbles del planeta, en forma sustentable. Esto significa que aun si no sabemos con exactitud qué aspecto tendrán una economía y un estilo de vida deseables poscrecimiento, sabemos lo suficiente como para empezar a trabajar en pos de ellos.
Es posible que las economías persistan por siglos y milenios, con un crecimiento mínimo o nulo. Así operaron la mayor parte de las economías hasta tiempos recientes. Si billones de personas, a través de incontables generaciones, vivieron sin crecimiento económico, nosotros podemos hacer lo mismo, ahora y hasta muy avanzado el futuro. El fin del crecimiento no significa el fin del mundo.
La vida en una economía sin crecimiento puede ser satisfactoria, interesante y segura. La falta de crecimiento no implica falta de cambio o de mejoramiento. Dentro de una economía de no crecimiento o de equilibrio, todavía puede haber un continuo desarrollo de habilidades prácticas, de expresión artística y de tecnología. Dentro de una economía de no crecimiento es posible maximizar beneficios y reducir factores que llevan a la decadencia, pero hacer esto requerirá perseguir metas apropiadas: en vez de más, debemos procurar lo mejor; en vez de promover una actividad económica creciente en razón de sí misma, debemos poner el acento en cualquier cosa que aumente la calidad de vida sin avivar el consumo. Una forma de hacer esto es reinventar y redefinir el crecimiento en sí mismo.
La transición a una economía de no crecimiento (o una en la cual el crecimiento se define de una manera fundamentalmente diferente) es inevitable, pero resultará mucho mejor si la planificamos en vez de que simplemente contemplemos con desaliento cómo fracasan las instituciones de las cuales hemos llegado a depender, y entonces, a falta de ellas, improvisemos una estrategia de supervivencia.
En efecto, tenemos que crear un “nuevo normal” deseable, que ajuste las coacciones impuestas mediante agotar los recursos naturales. El mantener el “antiguo normal” no es una opción; si no encontramos nuevas metas por nosotros mismos y planeamos nuestra transición de una economía basada en el crecimiento a una sana economía de equilibrio, crearemos por omisión un mucho menos deseable “nuevo normal”, cuyo surgimiento ya estamos empezando a ver en las formas de un grande y persistente desempleo; una amplia brecha entre ricos y pobres, y cada vez más frecuentes y dañinas crisis financieras y medioambientales, todas las cuales se traducen en profunda aflicción para individuos, familias y comunidades.
Límites al Crecimiento
Tiene sentido que las economías deberían seguir reglas análogas a aquéllas que rigen los sistemas biológicos. Plantas y animales tienden a crecer rápidamente cuando son jóvenes, pero luego alcanzan un tamaño más o menos maduro y estable. En los organismos, las tasas de crecimiento las controlan mayormente los genes. En las economías, el crecimiento parece estar ligado a factores tales como la disponibilidad de recursos, principalmente recursos energéticos (”alimento” para el sistema industrial). Durante el siglo XX, combustibles fósiles, baratos y abundantes, hicieron posible una rápida expansión económica. Sin embargo, en algún punto, el agotamiento del combustible fósil podría poner freno al crecimiento. También es posible que los desechos industriales podrían acumularse hasta el punto en que los sistemas biológicos que apuntalan la actividad económica (tales como bosques, cultivos y cuerpos humanos) comenzaran a debilitarse.
Pero, en general, los economistas no ven las cosas de esta manera. Es probable que se deba a que la mayoría de las actuales teorías económicas fueron formuladas durante un período histórico anómalo de crecimiento sostenido. Los economistas están meramente generalizando a partir de su experiencia: pueden señalar décadas de crecimiento estable en el pasado reciente, y así, simplemente proyectan esa experiencia al futuro. Por otra parte, tienen formas de explicar por qué las modernas economías de mercado son inmunes a los tipos de límite que restringen a los sistemas naturales; las dos principales atañen a la sustitución y la eficiencia.
Si un recurso útil se vuelve escaso, subirá su precio, y esto incentiva a los usuarios del recurso para que encuentren un sustituto. Por ejemplo, si el petróleo se vuelve lo suficientemente caro, las compañías energéticas podrían empezar a fabricar combustibles líquidos del carbón. O podrían desarrollar otras fuentes de energía no soñadas hoy. Los economistas teorizan que este proceso de sustitución puede seguir para siempre. Es parte de la magia del libre mercado.
Una eficiencia creciente significa hacer más con menos. Encontrar sustitutos para los recursos agotados y elevar la eficiencia, son estrategias innegablemente efectivas y adaptativas de economías de mercado. No obstante, la pregunta queda abierta con respecto a por cuánto tiempo pueden seguir actuando en el mundo real, el cual se rige menos por teorías económicas que por los leyes de la física. En el mundo real, algunas cosas no tienen sustituto, o bien los sustitutos son demasiado caros, no funcionan igual de bien o no pueden producirse con la suficiente rapidez. Y la eficiencia sigue una ley de retornos en disminución: es habitual que los primeros aumentos de eficiencia sean baratos, pero cada nuevo aumento tiende a costar más, hasta que los sucesivos aumentos se vuelven prohibitivamente caros.
A diferencia de los economistas, los científicos reconocen que el crecimiento dentro de cualquier sistema funcional y circunscrito tiene que detenerse en algún momento.
Pero este debate tiene implicancias muy reales, porque la economía no es sólo un concepto abstracto; es aquello que determina si vivimos en el lujo o en la pobreza; si comemos o nos morimos de hambre. Si termina el crecimiento económico, todos estaremos afectados, y a la sociedad le tomará años adaptarse a esta nueva condición. Por lo tanto, es importante poder pronosticar si ese momento está cerca o lejos en el tiempo.
El Petróleo en su Punto Culminante (Peak Oil)
Ya en 1998, Campbell, Laherrère y otros, estaban debatiendo acerca de un escenario del impacto del Petróleo en su Punto Culminante, que decía así. En algún momento alrededor del año 2010, teorizaban, el suministro de petróleo, paralizado o decreciente, llevaría a precios desmesuradamente altos e inestables, lo que precipitaría un derrumbe económico global. Esta rápida contracción económica, a su vez, llevaría a una reducida demanda de energía, y así los precios del petróleo entonces caerían; pero tan pronto como la economía recobrara su fuerza, la demanda de petróleo se recuperaría, los precios se remontarían y la economía se hundiría. Este ciclo habría de continuar, siendo cada fase de recuperación más corta y más débil, y cada derrumbe más profundo y más difícil, hasta que la economía estuviera en ruinas. Mientras tanto, los inestables precios del petróleo impedirían las inversiones en alternativas energéticas: un año, el petróleo sería tan caro que casi cualquier otra fuente de energía sería comparativamente barata; al año siguiente, el precio del petróleo habría caído tanto, que los usuarios regresarían a él, y las inversiones hechas en otras fuentes de energía parecerían absurdas. En todo caso, el capital de inversión escasearía a breve plazo, porque los bancos serían insolventes debido al derrumbe, y los gobiernos estarían en la bancarrota por las declinantes recaudaciones de impuestos. Mientras tanto, la competencia internacional por las fuentes de petróleo que merman podría conducir a guerras entre las naciones importadoras de petróleo; entre importadores y exportadores, y entre bandos rivales dentro de las naciones exportadoras.
De la Teoría Alarmante a la Realidad Alarmante
Entonces en 2008, el escenario del Petróleo en su Punto Culminante se volvió demasiado real. La producción global de petróleo se había detenido desde 2005 y los precios del petróleo se habían ido encumbrando. En julio de 2008, el precio por barril se disparó a US$150, una vez más la mitad más alto (en términos ajustados por la inflación) que las máximas alzas de precios de los años 70, que habían gatillado la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. Hacia el verano de 2008, la industria automotriz, la industria de camiones, el transporte marítimo internacional, la agricultura y las líneas aéreas, estaban todos tambaleantes.
Pero lo que sucedió después cautivó la atención del mundo a tal grado que la máxima alza del precio del petróleo fue casi olvidada: en septiembre de 2008, el sistema financiero global estuvo cerca de derrumbarse. Las razones de esta repentina crisis, que absorbió la atención de todos, aparentemente tuvo que ver con el sueño de la vivienda; la falta de una adecuada reglamentación de la industria bancaria, y el uso excesivo de productos financieros extravagantes que casi nadie entendió. Sin embargo, existen razones para concluir que el alza máxima del precio del petróleo contribuyó en forma mucho más importante a esta disgregación que lo que en general se arguye.
En la secuela de esa experiencia financiera global cercana a la muerte, tanto el escenario del Petróleo en su Punto Culminante, propuesto hacía una década, como el escenario de manejo estándar de Límites al Crecimiento de 1972 parecieron confirmarse con misteriosa y aterradora precisión. Decaía el comercio global. Las mayores compañías automotrices globales estaban en riesgo vital. Las compañías de aviación estadounidenses habían experimentado una contracción cercana a un tercio. En las naciones pobres de todo el mundo surgían disturbios por alimentos. Las prolongadas guerras en Irak (la nación con las segundas reservas del mundo de petróleo crudo) y Afganistán (el lugar de los disputados proyectos de petróleo y gaseoducto) seguían desangrando las arcas de la principal nación importadora de petróleo del mundo.
Surgimiento de una Nueva Era
El mundo ha ingresado en una nueva era. El proyecto de despertar y prevenir a quienes hacen las políticas, y al público en general, merecía que invirtiéramos todo el esfuerzo que pudiéramos reunir. En efecto, habría sido negligente de parte de los autores de Límites al crecimiento, Colin Campbell, Jean Laherrère, y miles de científicos y activistas (incluido yo mismo) medioambientales y del clima, si no le dieramos nuestra mejor jugada. Pero ahora es demasiado tarde para prevenir el derrumbe del sistema existente. El derrumbe ha comenzado.
Es tiempo de una estrategia diferente.
Al decir esto, no estoy sugiriendo que debiéramos muy simplemente darnos por vencidos y aceptar un destino inevitable y espantoso. Aun cuando el derrumbe de los sistemas industriales y financieros mundiales haya comenzado, ahora es esencial un esfuerzo para minimizar mayores consecuencias abrumadoras. El derrumbe no significa la extinción. Seguramente surgirá una nueva forma de vida del naufragio de la era del crecimiento alimentado por fósiles. Depende de aquellos de nosotros que tenemos alguna comprensión de lo que está sucediendo, y por qué, ayudar a diseñar esa nueva era de vida de manera que sea sustentable, equitativa y satisfactoria para todos los interesados. Todos nosotros necesitamos estrategias prácticas y herramientas para resistir el derrumbe y construir los cimientos de cualquier cosa que venga después.
Las tendencias ya son evidentes: mientras empeora la crisis financiera, más personas están plantando huertos, y las compañías productoras de semillas están trabajando mucho para ir al paso de la demanda. La gente joven está ahora dedicándose a la agricultura más que en ninguna otra década reciente. En 2008, se vendieron en Estados Unidos más bicicletas que automóviles (malas noticias para las compañías automotrices en pugna, pero magníficas noticias para el clima). Y desde que se inició la crisis, los estadounidenses han estado gastando mucho menos en artículos no esenciales, reparando y volviendo a usar más bien que reemplazando y agregando.
Muchos economistas presumen que estas tendencias son de corto plazo y que los estadounidenses volverán al consumismo así como la crisis económica vire hacia la recuperación. Pero si no hubiera “recuperación” en el sentido habitual, entonces estas tendencias sólo han de aumentar.
Esto es lo que están presumiendo los que primero lo adoptaron. Ellos creen que el mundo h
a dado vuelta la esquina. Ellos entienden algo que los medios ignoran o niegan. Están apostando a un futuro de sistemas alimenticios locales, no la agroindustria global; de cooperativas comunitarias de crédito en vez de los megabancos de Wall Street demasiado grandes para fracasar; de proyectos energéticos renovables a pequeña escala, no a un sistema que abarca el mundo de extracción, comercio y consumo de combustibles fósiles. Un futuro en el cual hagamos las cosas por nosotros mismos, compartamos y cooperemos.
Ellos se han embarcado en una vida después del crecimiento.