Es posible la “economía comunitaria”?

25.May.10    Campo

¿Se puede ser ecológico en medio de la ciudad? Científicos, diseñadores, genetistas y jardineros se suman a la nueva ola: cómo crear el hogar perfecto sin contaminantes. El proyecto GAIA, la primera experiencia argentina de permacultura y las familias que, en nuestro país, enseñan a vivir en armonía con la naturaleza. ¿Por qué la Casa Blanca puede convertirse en un modelo de jardín ecológico?

GAIA. Así se llama el experimento que llevó la permacultura al máximo. Se trata de una comunidad autosustentable de familias que vive en un tambo de Navarro, a 110 kilómetros de la Capital.

A simple vista, los Lagomarsino parecen una familia normal. Tienen trabajo estable e hijo y llevan una vida corriente allá en Luján. Parece una familia cualquiera, pero no es cualquiera: es una familia 100% ecológica, pues incluso su propio baño es, metafóricamente hablando, verde. A diferencia del resto de los mortales, el inodoro está dividido en dos: la orina irá por delante, lo demás por atrás.

La familia entera adoptó la permacultura como forma de vida. Construyeron su casa con fardos de paja en lugar de ladrillos, una orientación especial para recibir sol todo el año, una estufa rusa que consume poca leña, un tratamiento de aguas grises y un baño ecológico –llamado también seco– donde todo lo que le llega es absorbido por la madre naturaleza y convertido en humus.

“Las personas reaccionan de tres maneras frente al desastre ambiental: lo pasan de largo, con la esperanza de que se solucionará; reconocen los problemas y se deprimen, o lo llevan a la acción práctica, que es donde se sitúa la permacultura”, se entusiasma Juan Lagomarsino, editor independiente y defensor de la vida sin contaminantes.

Junto a su mujer, Vanesa, viajan impartiendo talleres de permacultura –Ecopractica.org.ar–, el sistema creado por los australianos Bill Mollison y David Holmgren, un profesor y su estudiante estrella, que diseña ecosistemas productivos que no afecten el ambiente. “Todo es posible, en la ciudad, hasta se puede producir alimentos en el balcón”, dice Lagomarsino.

El hombre no es un Quijote verde pirado. Es parte de una ola de conciencia ecológica que deja en segundo plano la lucha política y la protesta, y pone manos a la obra para trabajar sobre ellos mismos.

En nuestro país, el experimento que llevó la permacultura en todo su esplendor se llama GAIA, una comunidad autosustentable de familias, que vive en un viejo tambo de 20 hectáreas en la localidad de Navarro, a 110 kilómetros de la capital, donde se dedican a tratar el planeta como si fuera un paciente en terapia intensiva. En la actualidad, viven diez personas en casas construidas con tierra, paja y arena, con techos de barro y semillas, y en tierna comunión con el paisaje.

GAIA es parte de una cadena de cientos de ecovillas que se desparraman por el mundo –hay otra flamante, en la Argentina, la comunidad Chobita, en Cañuelas–. Ellos defienden las bondades de la energía eólica –en Dinamarca, por ejemplo, el 50% de la energía viene del viento–, la comida naturista y la construcción natural. La visitan más de mil personas al año y 200 asisten a sus talleres –hay programas de ocho días para experimentar la vida sustentable–. “Lo que antes se consideró un idealismo utópico –advierten sus miembros– hoy es una emergencia ambiental”.

“Más allá de que uno cambie la bombita de luz por una de bajo consumo o separe la basura –dice Silvia Balado, miembro fundadora de GAIA–, lo importante es hacer un cambio radical de conciencia. Nosotros proponemos dejar de ser consumidores pasivos y ser personas responsables volviendo a la tierra”.

El cambio verde llega hasta las profundidades del barrio de Caballito donde, en Rojas y la vía, funciona una de las huertas comunitarias más convocantes de la ciudad, con baño ecológico propio y nombre erógeno: la llaman “Huerta Orgázmika”. Allí, una vez al mes, se invita al público a alimentarse con parte de la cosecha y celebran sesiones semanales de yoga e intercambio de semillas, con las verduras meciéndose al viento y el ferrocarril a sus espaldas jodiendo la vida. Además, desde hace un año, la Huerta Orgázmika resiste a un desalojo de la Justicia porque ocupan terrenos fiscales.

Hasta dónde llega el cambio. No importa por dónde se lo mire, con la crisis del petróleo, la crisis del modelo económico, la crisis, en definitiva, del planeta, los cabecitas verdes se multiplican por el mundo. Es un fenómeno contagioso. En Europa, una organización denominada WWF/Adena lanzó un llamado a combatir los campos de golf en la costa Mediterránea. Parece una cosa de locos. Pero se lo toman muy a pecho. “Es un riesgo ambiental creciente”, señala la gente de Adena. “Cada campo consume un volumen de agua equivalente a una ciudad con doce mil habitantes”. En Los Ángeles, ya se formó una ecovilla en medio del centro de la ciudad. Y en Inglaterra, la organización Pueblo de Transición, a favor de volver a la naturaleza, tiene una convocatoria que le pone los pelos de punta al gobierno.

“Soy una gran creyente en los jardines comunitarios, tanto por su belleza como por el acceso que proveen a frutas y verduras frescas a tantas comunidades del país como del mundo”. Esta frase no la pronunció Natalia Oreiro en un spot para Greenpeace. La dijo Michelle Obama, flamante primera dama de los Estados Unidos, en un discurso en febrero último. Para ser cabeza del movimiento, los Obama habrían dispuesto que la propia Casa Blanca se convirtiera en quinta de frutas y verduras. Los cabecitas verdes sostienen que ésta es, hasta la fecha, una de las grandes victorias del activismo en pos de la permacultura.

En los Estados Unidos, la gran novedad es un emprendimiento llamado Comete el Paisaje –Eat the View–, que propone transformar los jardines decorativos en jardines comestibles, empezando por la Casa Blanca. Adhieren al proyecto diez mil jardineros de más de cien países. La idea de convertir la vista en ensalada la tuvo Roger Doiron, un agricultor de Scarborough que creó un grupo en Bélgica llamado Amigos de la Tierra, donde reflexionaba sobre cómo lidiar con alimentos contaminados. Ahora, Doiron va por más: “Queremos reformar los jardines y volverlos sustentables, sin perder la diversión”, le dijo Doiron a The New York Times. “Nuestra idea es lograr que el jardín de la Casa Blanca produzca alimentos. Pero que no sea algo pequeño como para abastecer apenas al chef de la casa. Tenemos algo mucho más ambicioso en mente, un jardín tan grande que no sólo cubrirá las necesidades de la Casa Blanca, además podrá surtir a las despensas de la zona”.

Pero, ¿se puede ser ecológico aun viviendo en medio de la polución, el ruido y los pormenores tóxicos de toda ciudad? Crítica de la Argentina consultó a David Holmgren, uno de los australianos que fundó la permacultura, quien encabeza hoy un portal –Futurescenarios.org– donde da cuenta sobre qué sucederá en los próximos 50 años si la humanidad sigue su curso como hasta ahora, es decir, como la mona. “Es posible, naturalmente, ser ecológico en un medio urbano”, dice Holmgren. “Debemos, ante todo, de ocuparnos en cómo nuestras necesidades básicas puedan estar satisfechas con el menor impacto posible para el planeta. Cualquier vecino puede, por ejemplo, hacer una auditoría de toda la energía, materiales y entrada y salida de información, incluso del teléfono e internet, y evaluar el grado de dependencia de sistemas tecnológicos centralizados en manos de corporaciones. Es importante sustituirlas por alternativas locales y simples para evitar la centralización. Es también recomendable cultivar tu propia comida, aun en ciudades. Se puede hacerlo en pequeñas áreas de tierra o a través de proyectos de jardines comunitarios. Unos 500 m2 pueden producir comida hasta para diez personas. La cuestión de si se es o no vegetariano no es importante. Lo importante es que la comida sea producida localmente, con métodos orgánicos y cultivados en temporada. A veces, hasta ser vegetariano puede hacer las cosas más complicadas”.

Algunas de las mentes más lúcidas del mundo están atentas a cómo crear sin destruir. En Australia, el Sustainable Living Festival exhibe los últimos inventos verdes: nuevos baños portátiles que producen compost y no emplean agua. Experiencias de familias que reutilizan ladrillos. Novedades en la captación de agua de lluvia, estanques acuáticos solares, zanjas de infiltración, espirales de hierbas, técnicas de punta en lombricultura, depuración de aguas cloacales.

Hasta el rey del diseño hotelero, Philippe Starck, luego de contemplar el revuelo en que se ha convertido el mundo, anunció su retiro para 2010. “Todo lo que hice fue absolutamente innecesario”, declaró, sombrío. Para recuperar el tiempo perdido, creó una turbina de viento doméstica a un costo accesible. Según Starck, remplaza el 80% de la energía que se consume en el hogar y, en poco tiempo, podrá comercializarse masivamente.

No es el único cabecita verde recién converso. A la ola, se suma la cadena de supermercados Wal-Mart, que acaba de instalar en sus locales de Texas y Colorado turbinas de viento y paneles solares.

Mitchell Joachim, un prestigioso diseñador urbano norteamericano, concibió un futuro con autos blandos y apilables, y casas en los árboles. Tiene toda una ciudad en la mente. La bautizó como Terreform 1. Craig Venter, uno de los pioneros en el descubrimiento del genoma humano, experimenta con microorganismos que, aseguran, en poco tiempo podrán crear la nafta del futuro. Y Wes Jackson, desde el Land Institute, en Kansas, ensaya la forma de convertir semillas de trigo y girasol en plantas perennes que no necesiten replantarse y no requieran fertilizantes.

Así son las cosas. Al parecer, en términos planetarios, hay que barajar y dar de nuevo. De lo contrario, no habrá más manos por jugar. Es como dijo el gobernador de California, Arnold Swarzenegger: “Yo no miro al mundo como si fuera a terminarse”, declaró. “Yo miro al mundo como una gran oportunidad para limpiar nuestra propia basura”. Palabra de Terminator.

Los nombres del movimiento

Bill Molison y David Holmgren: Un profesor y su estudiante estrella se convirtieron en creadores de la permacultura en los 70. El sistema que permitió diseñar ecosistemas productivos y autosustentables todo el año.

Roger Doiron: Director de la red de jardineros Comete el Paisaje. Nuclea a 10 mil personas en más de 100 países que buscan transformar los paisajes decorativos en productivos. Quieren convertir el jardín de la Casa Blanca en una quinta de productos orgánicos para convertirla en modelo mundial.

Craig Venter: El científico pionero en la investigación del genoma humano ahora busca crear microorganismos capaces de producir combustibles naturales.

Wes Jackson: Genetista botánico. Dedicado a convertir las semillas de trigo y girasol en plantas perennes, que no necesiten ser replantadas ni emplear fertilizantes.

Van Jones: Asesor de Obama en materia de ecología. Quiere combatir el desempleo sumando trabajadores ecológicos al mercado.

David Holmgren: “La crisis es una buena oportunidad”

Nadie como David Holmgren para hablar del futuro del planeta. Es uno de los precursores de la permacultura –la única técnica real de alternativa al consumo industrial– y uno de los estudiosos más lúcidos sobre qué sucederá con la Tierra en los próximos 50 años. Desde su oficina en Australia, Holmgren cuenta por qué la debacle económica puede ser nuestra mejor oportunidad de cambio.

–¿Qué es lo más importante que puede hacer una persona para no contaminar?

–No contaminar es un objetivo demasiado pequeño. Implica que la provisión de necesidades básicas como la comida, un techo y la seguridad estén garantizadas. Pero no sólo no están garantizadas sino que la forma en que nos proveemos de estas cosas es el mayor causante del daño al planeta. Por eso, es necesario focalizarse en cómo proveernos de estas cosas de un modo más sano.

–Pero, ¿es posible entonces que una persona sea 100% no contaminante?

–Si usted se refiere a no contaminar en términos de no ser responsable de emisiones de gases, esto se logra fácilmente reduciendo el consumo, relocalizando el consumo, reduciendo el transporte de alta velocidad y contribuyendo con actividades que alienten la reforestación, la agricultura sustentable y alimenten la tierra. Para los que viven en la ciudad, es importante apoyar con sus compras a los agricultores que cuidan el medio ambiente.

–Hay gurúes de la ecología que sostienen que el desastre planetario es inevitable. ¿Usted coincide con ellos?

–Ésta es una situación de emergencia planetaria así que ya es inevitable. Ahora bien, el impacto total de este desastre aún no afecta totalmente a miles de millones de consumidores de clase media que son la máquina de la destrucción global. Pero eso está a punto de terminarse.

–¿Se puede aprender de la crisis?

–La crisis económica mundial es la esperanza más importante de reducir la emisión de gases. Una civilización industrial que soporta a miles de millones de personas es un estado de la humanidad que no durará mucho tiempo, con o sin catástrofes. La crisis puede brindar enormes oportunidades para construir economías comunitarias que nos provean de nuestras necesidades básicas con un escaso impacto en el medio ambiente.