Capitalismo y patriarcado.
El fin del capitalismo no supone necesariamente el fin del patriarcado -que lo diga el bigotudo Stalin, el pelado Lenin, el barbudo Fidel, el guatón Mao, el barbado Bakunin, los anteojudos Troski y Gramsci, todos los machos de la escuela crítica de Frankfurt y de los comités centrales de los partidos, iglesias, ejércitos, sindicatos y grupos de afinidad ideológica de izquierda, centro y derecha. La Luxemburgo fue anatemizada por Lenin. En fin, ejemplos abundan. A contrario sensu el fin del patriarcado supone la recuperación del carácter gregario comunitario del ser social, una modificación de fondo de la estructura social.
La sociedad de clases se erigió en los últimos miles de años de los millones de existencia de la mujer y sus hijos sobre la faz de la tierra mediante el aniquilamiento del matriarcado, estructura jerárquica femenina instalada sobre el rol biológico reproductor de la mujer, por más que un macho o varios se peleaban y destrozaban por la hembra, tal como sigue ocurriendo de manera bastante imbécil en los tiempos llamados de la pos modernidad. Los institucionalistas de ideología o de corazón, en especial los que ocupan algún puesto de mando en las estructuras -por mínimo y ridículo que sea- insisten en que la fuerza del macho es la característica y que éste se impone sobre otros demostrando su poderío al romperle el alma a dentelladas o zarpazos al rival de amores. Defienden a Darwin como si en ello se les fuera la vida. Sin embargo eso no demuestra más que el sometimiento del fortacho aquel a su propio instinto hormonal, ya que su falo luminoso le indica los caminos a seguir. El macho no puede perder ese instinto, por favor, ya que sería el principio del fin de la especie y habría que crear campos de concentración o fábricas de hijos para obligarlos a aparearse. Así, hacer pedazos al enemigo y poseer a la dama en cuestión, eran harina del mismo costal, por lo que la encantadora sirena era la que llevaba la batuta y hacía con ella lo que le entraba en gana. A veces daba unas carreritas como que escapando del asedio dejando a su víctima medio que sorprendido hasta que reaccionaba como mero macho y no dejaba resquicio ninguno para poder llegar a la culminación de tanto jaleo. Los pobres diablos que habían sufrido la lluvia de dentelladas del fortachón tenían que contentarse, humillarse y someterse, eso fue llamado posteriormente sublimación. Hoy día estamos llenos de acomplejados y traumatizados que van babando detrás de su objeto de amores y se quedan de una pieza viendo como la muy cretina se va con el más poderosos del barrio. Por eso los rusos siempre tuvieron un odio mortal a los cubanos, que llegaban y levantaban a cuanta rusa se les ponía por delante. Esos pobres tipos no sabían lo que era una morenaza y se peleaban a las rubias que ponían los ojitos blancos cuando veían llegar al latin lover meneando la cintura en una feroz salsa fálica con harto ritmo africano atávico. Con razón se cayeron los soviéticos mientras los cubanos aún siguen ahí con su salsa, los latin lovers y las morenazas.
Los chinos prohibieron tener más de un hijo, de modo que no es difícil imaginar que la producción nacional de preservativos les habría valido otra medalla olímpica. La que tiene un segundo crío o cría pensamos que la deben quemar en la hoguera, como en tiempos de la inquisición.
El caso es que, como ya habrá podido descubrir el paciente lector, el instinto es cosa seria. Engels hace algunas lecturas, entre otras de obras de Darwin y se traga la rueda de carreta entera. No así Kropotkim (¿se escribe así?) que discute eso del más fuerte destacando la cooperación por sobre la imposición. Frederick (seguimos con Engels) tomó el ejemplo de la familia punalua que introdujo Morgan -otro darwinista- sin verificar si era cierto, pero que le convenía para elaborar sus tesis de los matrimonios evolutivos, con bastante lógica aunque demasiado determinista, sin dejar espacio para la subjetividad, para la casualidad ni para la indeterminación.
Engels dice que en la fase del matriarcado, que nunca llamó de esa manera, sino de un determinado tipo de matrimonio, la mujer recibía el afecto de diferentes hombres que llegaban con algún suministro como alimentos y cosas por el estilo y éstos por su vez visitaban también a otras Julietas cantando emotivas serenatas al pie de su balcón. A veces se encontraban con otro Romeo y salían a relucir las hachas, lanzas y cuando invento había en esa época para cazar animales y reventar rivales. La musa no daba mucho asunto a esas escaramuzas, ya que le interesaba el escarceo del mancebo que debía traer algún agazajo para ganarse los favores de la escogida.
El tema está en que no se sabía quien era el padre, por lo que esa figura social del patriarcado era inexistente. A nadie se le ocurría que podía haber algún macho responsable de ese retoño o retoña, ya que las visitas eran diversas y contínuas, no olvidemos el instinto salvaje aquel de que hablamos más arriba. de modo que el infante o infanta era de todos en el clan o gen o como se le quiera llamar, que para eso están los investigadores del asunto, y no había duda de quien era la madre, pues los gritos se escuchaban hasta en las tribus vecinas y todos la habían visto gordita y rosadita, además que era toda una señora ceremonia el hacer llegar al chico o chica a esta realidad, no existiendo eso que hoy llaman impúdicamente de “privacidad”. Los espacios o momentos privados surgen posteriormente, con la ruptura de los elementos comunes, pero no nos adelantemos.
La madre era entonces la que designaba de inmediato la pertenencia grupal del recién nacido o recién nacida, el elemento identitario. ¿De dónde eres tú? Del clan de la Ana, de la María, etc. Y cuando el macho crecía tenía que ir a buscar favores corporales de aquellos en otro clan, pues no era permitido hacerlo en casa, y allí se encontraba y peleaba con los de otros clanes que venían a beber de la misma agua. Varios clanes formaban una fratría, en especial cuando una mujer tenía varios grados de descendencia que se abrían como ramas de árboles y se desprendía del clan inicial, se emancipaba de la madre, para mantener su propio clancito. Y varias fratrias constituían una tribu. La mujer, siendo la madre y el factor identitario de los clanes era sumamente respetada y su voz era un mandato para todos, los hombres dependían de la mater, pero pasaban más tiempo haciendo la corte a las señoras vecinas, las que por su vez, como ya hemos especificado, recibían alborozadamente a quien les trajera motivos de sonrisas y placeres, como comida para tanto niño y niña.
Así el macho contribuye con una parte de alimentos para su clan, llevando otra parte a la mater del otro clan o a la hija de la matriarca si era el caso, que no era su suegra, a menos que se anotara en la enorme lista de yernos. Quien llevara más cositas recibía más favores, no por oportunismo ni ausencia de ética, sino simplemente por que había que comer. Y tal vez, si no había macho, había que salir a cazarlo. No era raro ver animitas cerca de los clanes con niñas más favorecidas de las almas de aquellos que fueron derrotados por los galanes que se abrieron camino a punta de espada.
Los machos, portadores de los instrumentos de producción por su capacidad muscular eran en consecuencia los productores de alimentos y sus portadores, que como vimos eran de todos y su reparto se hacía por orientación y conveniencia sexual. De vuelta al campo se esmeraban en mejorar la comidita para saciar a la dueña de sus amores, que si estaba con otro no le quedaba más remedio que mirar a la más fea que se asomaba como que no quiere la cosa a ver si pescaba alguna sobra masculina y de paso alimentaba a la familia. Las niñas eran mostradas para que picaran las moscas y llegara el bitute. Es falsa la conclusión de Habermas y otros autores sistémicos de que las mujeres se dedicaron a la agricultura y los hombres a la ganadería. En un comienzo estaban todos juntos, todos pescaban, es decir, mujeres, viejos, ñiñas y niños golpeaban las aguas del río avanzando con ramas de árboles en las manos con las cuales creaban el caos para los peces que tranquilamente allí se bañaban, mientras más lejos los machos esperaban uno junto al otro y atrapaban con las manos a los que pasaban raudos junto a sus piernas escapando de la sonajera. Es claro que más adelante fueron construyendo redes y otros artículos para la pesca, hasta que se consiguió liberar la participación de las mujeres, viejos y menores y menoras, que quedaron cesantes. Lo mismo pasaba con la caza de animales en tierra, los machos mataban un animal y corrían a cercar al siguiente, sin poder detenerse. El resto de la horda humana se instalaba a sacarle el cuero al bicho, tajar la carne, limpiar los huesos, en fin, luego al siguiente y así todos ambulaban detrás de las manadas poco proclives a dejarse atrapar. Cuando la manada es transformada en ganado, la batalla ya había sido ganada. Se aprendió a construir cercados y demás para mantener a los animales allí y ahorrarse todo el ejercicio de correr lengua afuera detrás de los cuadrúpedos de todos los pelajes. En esa época era un tanto complicado ser vegetariano, no como ahora, que con el precio de la carne y las porquerías del McDonalds es mejor serlo. También aprendieron a transformar la tierra para cultivarla, cuidaban las semillas como hueso de santo, dependían del agua, había que hacer zanjas, las herramientas fueron perfecccionándose a través de la propia práctica y debían ser pesadas para romper la tierra, por eso era función de los machos fuertes.
Con el avance de la tecnología la mujer pudo permanecer en la retaguardia cumpliendo funciones de tal, ya que el embarazo y amamantamiento de la prole la caracterizaban como la menos capaz de correr detrás de los ágiles ciervos de los montes (esa me salió bonita). Hoy día con el avance de la tecnología el mismo hombre debe permanecer en la retaguardia también molestando a la mujer que lo empuja a salir a vender CDs piratas.
Así, mientras más avanzaba la tecnología más gente quedaba afuera de la producción directa. Antes para atrapar cien peces se necesitaba la tribu toda, luego basta una o dos personas. Antes para atrapar cuatro ciervos debían correr todos varios días, luego bastaba tener vacas y ovejas reunidas pastando a cargo de una persona. Antes … y así en todas las ramas y oficios. Una o pocas personas podían hacerse cargo de la tierra. Se fueron estructurando las llamadas unidades productivas: un pedazo de tierra, un ganado. En Abya Yala, “tierra fértil” o “tierra generosa”, nuestro continente, los hombres siguieron juntos y muchas veces las mujeres y ancianos participaban con ellos. No pudo ser así en las áridas tierras de Asia menor, cuna de la propiedad privada y de la organización patriarcal, donde nacen las diferentes ideologías patriarcales llamadas posteriormente religiones que tergiversaron la espiritualidad horizontal que siguió latente en las regiones más fértiles de nuestro continente, África, Asia del sur y Oceanía.
La llamada civilización occidental actual se desarrolla y se expande desde Asia menor. Veamos pues como allí se rompe en primer lugar la comunidad matriarcal para abrir paso al patriarcado. Las diferentes tribus comienzan a ser sometidas posteriormente por las civilizaciones mayores de Egipto y Babilonia, aunque ya antes los fenicios por su vinculación comercial, en los territorios del actual Líbano que les permitía conectar las producciones y culturas del Asia Menor con el Norte de África y sur europeo, tuvieron su apogeo y su crisis. Está claro que Egipto y Babilonia pudieron y supieron combinar la aridez del desierto con la fertilidad de los ríos, el Nilo por una parte y la cuenca del Tigris y Éufrates por la otra. En la parte norte de la confluencia de estos dos últimos ríos se encuentra la región de Edén, donde se asienta la historia de una de las principales corrientes ideológicas patriarcales que dura hasta la actualidad, la de los adoradores de Jehová. Los tres libros sagrados, Corán, Biblia y Thalmud, se basan en la prehistoria de estos lugares, al igual que la mitología griega recoge posteriormente elementos del desarrollo histórico social de las regiones helénicas, aunque esta última mantiene muchos elementos de la espiritualidad horizontal y de la diversidad de clanes con sus dioses y diosas que habían hecho historia y fueron al final dominados por Seuz, es decir, el poder centralizado impone el monoteismo, al igual que en Egipto con Amenofis IV.
Las unidades productivas eran el sustento de los machos que llevaban el alimento a las mujeres que cortejaban junto al resto del clan, que, como vimos, era distinto del clan del macho. Sólo que muchos chicos acompañaban al macho a sus tareas en el campo o en el corral. El estudio de los libros sagrados y del código de Hammurabi entrega muchas luces sobre la organización de la época
Fin, por ahora. No tengo idea de cuando voy a continuarlo. Si le interesó el tema, le propongo continuarlo juntos.
Abrazos
Jaime Yovanovic Prieto
Profesor J
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