No a la prisión del hogar

11.Ago.10    Análisis y Noticias

La mujer tiende a crecerse en la misma medida en que se debilita la vinculación laboral del macho proveedor. La cultura del trabajo como relación necesaria para “subsistir” fue delineada como ideología por el protestantismo en las postrimerías del modo de producción feudal, al tiempo que se constituía el partido de la masonería que la hacía suya desde fuera de la relación de producción, es decir, desde fuera del trabajo propiamente dicho. Médicos y juristas (abogados, jueces y demás operadores del derecho), fueron la base organizativa de este sector no laboral que pregonaba el trabajo para los demás. Hasta el día de hoy son los más interesados en la mantención del estado como aparato político -de poder- que asegura la continuidad de la ideología de que trabajen los otros para que reciban salario en dinero que luego lleven a sus gabinetes donde prestan el “servicio” de salud o jurídico, funciones retiradas de la comunidad histórica y transformadas en profesiones “liberales”. Con ello se arrebataba el alma comunitaria de sanarse entre ellos con auxilio de yerbas y vinculación directa con la naturaleza, así como de resolver internamente los conflictos. Los dioses católicos de externalidad dependiente fueron anatemizados por el protestantismo, que se arroja con especial virulencia sobre las figuras de madera, piedra y otros materiales representativas de la virgen María, para profundizar la ruptura comunitaria e introducir nuevos factores y actores de quiebre de la autonomía asociativa.

Los curas católicos, que preconizaban la relación de familia para los demás, pero no para ellos, fueron sustituidos por pastores protestantes que se casan y tienen hijos al tiempo que practican la vinculación laboral con la tierra sobre la base del salario con el cual asegurar un circulante que será capturado por esos profesionales y por los usureros. Así las nacientes relaciones de producción capitalista recibían el apoyo de la prédica religiosa adaptada a las nuevas circunstancias. De esa manera la ideología religiosa junto a la masónica refuerzan el rol de la familia que será sostenida con el acceso del macho no al circulante -que es coto de caza de estos “intelectuales”-, sino al salario, con el cual contribuirán al desarrollo de las profesiones llamadas liberales y a la usura, importante mecanismo de acumulación que se reinvertirá en mercaderías que a su vez requerirán más circulante aún, esto es, textiles, joyería y otros que dan inicio a la facción judía, un tercero en disputa que también se adapta -y en mejores condiciones- a las nuevas realidades.

Así las cosas, Engels, el “amigo” de Marx que le dio de palos tergiversando sus conclusiones en su funeral, toma aquella racionalidad instrumental que se extendía junto a las nuevas funciones estatales y transforma el partido de los trabajadores en un intelectual colectivo donde se instalan en los puestos de comando personas muy poco vinculadas al mundo laboral. De esa forma, en vez de sistematizarse la producción de subjetividad del sujeto laboral, se procede en sentido inverso, transfiriendo al mundo del trabajo la noción de la teleología religiosa sustituyendo el cielo de la divinidad por la Utopía del cura Tomás Moro que bajó el cielo a la tierra.

Los socialistas de la época entendían que era necesaria la vuelta a la comunidad, sin embargo Engels insistía que había que pasar por la fase de acumulación capitalista por medio del estado. Marx reconoce en la Comuna de París que dicha organización de los trabajadores asume las funciones del estado, sin embargo, en la introducción que hace Engels a “La Guerra Civil en Francia”, obra trascendental de Marx, lo tergiversa diciendo que la Comuna es la “forma del estado”, lo que es radicalmente diferente. Lenin, seguidor de Engels, no de Marx, lo lleva a la práctica sobre la base del jacobinismo, es decir, la transferencia del poder popular a los representantes en el aparato de dominación. Retira las funciones del estado desde los soviets para instalarlos en el soviet supremo. Marx veía en la Comuna los inicios de la sociedad sin clases, Engels veía el instrumento para desarrollar el capitalismo de estado. De ese modo el estado socialista es la vía para materializar los principios de cesión de la soberanía popular desarrollados por Thomas Hobbes y cuestionados por Rousseau. El estado socialista disminuye el circulante para asegurar la acumulación y define a las profesiones liberales como funciones estatales sin intentar en lo más mínimo devolverlas a las comunidades como cabía esperar teniendo en vista las proclamas de “avanzar” hacia la sociedad sin clases, esto es, hacia la vida en común, la comunidad. De esa manera, las funciones de la educación, la salud y la justicia, que deberían haber sido devueltas a las comunidades agrupadas en los soviets, quedaron como funciones paternalistas o de bienestar estatal, camuflando la centralidad de la función económica de acumulación capitalista, con el agravante de traer de vuelta el mercado y la relación de compraventa interempresas en el llamado cálculo económico derivado de la NEP. A diferencia de la burguesía, que había instalado las nuevas relaciones de producción capitalista aún antes de su acceso pleno al poder estatal.

La vida en familia, es decir, el hogar, espacio donde se reproduce la separación social de la cotidianeidad, es sustituido por la profundización de los espacios y prácticas del colectivismo, esto es, el estar juntos para cumplir funciones económicas de trabajo, salario y mercado, y funciones institucionales, o sea, la elección de representantes y demás sostenedoras del aparato estatal. Las relaciones societarias de poder son llevadas a la exacerbación.

No se percibe, o no se quiere percibir, que el avance a la sociedad sin clases pasa necesariamente por reconstruir las prácticas de vida en común en localidades y no sólo de aglutinar a la gente en torno a las tareas productivas, institucionales y de defensa. El Che había hablado y escrito sobre el socialismo cotidiano, sin embargo algunos lo interpretan solamente como la conciencia de producción socialista, lo que llevó a la URSS al fracaso.

El encierro del hogar es el instrumento estratégico del capital, y por el contrario la salida de la gente de sus casas para convivir con el vecindario es el camino hacia una sociedad donde se recuperen los valores comunitarios. La cohesión minera en el salitre a finales de los 1800 y comienzos de los 1900 no se debe solamente a la identificación de objetivos comunes. La película Actas de Marusia muestra como las propias mujeres compartían los espacios del lavado de ropa y otros aspectos de la cotidianeidad. Pienso que esas escenas son un gran logro de los autores, director y actores de ese filme. Allí se gestó la movilización minera tanto como en las reuniones sindicales.

Hoy día hace falta la realización de actividades más continuas entre vecinos y vecinas para ir recuperando el sentimiento de lo común, que no es eliminado por el sistema de las vidas separadas y en competencia instaurado por la ideología del trabajo y del patriarcado, sino que es cohibido, arrinconado, y siempre está dispuesto a surgir, a emerger desde las profundidades de los corazones. Se trata de construir identidad barrial, sentimiento identitario de comunidad, donde lo que suceda a uno toque y afecte a los demás, donde el sentimiento prevalezca por sobre las razones lógicas instrumentales de alcanzar este o el otro objetivo. Se trata de dar rienda suelta a la subjetividad del sujeto nosotros, trascendiendo el sistema de valores impuestos y reproducidos por la cotidianeidad de los cuerpos separados y en disputa.

La sociedad de personas separadas y en competencia crea un espacio de encuentro que es la lógica teleológica, es decir el espacio de la razón por donde circulan las propuestas y se delinean las opciones y las formas de articulación-negociación tras las cuales irá esta o la otra parte del ganado social atraida mediante recursos discursivo-argumentativos. Las estructuras de las iglesias, partidos, universidades, academias, sindicatos, logias y sectas son el punto de encuentro organizativo y de modelaje de aquellos que tienen esa vocación de pastores de las ovejas. Jurgen Habermas opera el concepto de la acción comunicativa para otorgar una función procedimental a aquella racionalidad instrumental que define Max Weber. El Manifiesto Comunista es sumamente explícito en la diferencia fundamental que tienen con el resto de los partidos socialistas, la escatología de la sociedad sin clases, el objetivo a lograr. Ese objetivo como cualquier otro se asienta en la razón. Lo teleológico solamente es posible atado a la lógica cartesiana. La racionalidad instrumental sólo sirve para la lógica del capital. No tiene nada que ver con la ternura, el humanismo, el comunismo, el socialismo cotidiano y otros principios que escapan a la estructuración sistémica del pensamiento y más bien parecen asentarse en el cuerpo y la sensibilidad. Tal vez por eso mismo hayan sido las principales banderas del Che, que muchos hoy día, en vez de asumirlos como formas de vida, lo hacen para edulcorar sus propuestas racionalistas adaptadas a la estrategia del capitalismo, tenga el apellido que tenga.

El encierro en las casas es la preeminencia de esos espacios lógico-intelectuales de acuerdos y opciones, de democracia representativa y jacobinismo, donde el cuerpo parece ser un mero instrumento portador del cerebro que irá a la universidad o que irá a hacer fuerza laboral. La digitalización del pensamiento arrebata la sensibilidad en la misma medida que nuestro cuerpo se adapta a la velocidad, ritmo y exigencias del teclado y los programas windows o demás. O también el nintendo, el chat y tantos otros mecanismos que santifican la separación y apoyan el encierro de los cuerpos en las casas o en el ciber.

Los usuarios del espacio intelectual no perciben los riesgos de la separación de los cuerpos. Algunos aún imaginan que la cohesión e identidad mapuche deriva de la adhesión de cada uno a la cosmovisión y a las autoridades tradicionales. No captan que la cosmovisión viene del mundo de la vida, que es la subjetividad de un sujeto común determinado. La comunidad hecha verbo y no el verbo hecho carne. Al principio era el caos pero luego vino el orden divino, o sea, existía la libertad asentada en la comunidad donde todos compartían y disfrutaban la tierra, la producción, el consumo, el afecto y el fruto del amor. El caos. Por suerte vino el patriarcado que define el origen de la sociedad como la costilla del hombre hecha mujer, una especia de haploides o sexautopoiéticos. No encontraron otra manera mejor de explicarlo. El fin de la comunidad mediante los machos agarrando a las mujeres de los pelos para asegurar el primogénito que dará continuidad a la unidad productiva exclusiva y excluyente.

La salida del encierro de las casas debe ser paulatina, para que el cuerpo y la sicosomática vayan efectuando su proceso, que no sea la búsqueda del resultado del convencimiento argumentativo que nos da la satisfacción de conquistar un alma. Que no sea la absorción de un corazón hacia la visión de mundo que compartimos, sino la construcción de otra mirada nacida del entrecruzamiento corporal y de la cotidianeidad de las acciones de vida, no del conjunto de acciones enmarcadas por la teleología, no el acuerdo conceptual o afinidad ideológica para echar a andar los motores de nuestros pasos, sino la vivencia de las miles de pequeñas cosas que hacen el vivir. No al poder que da el convencimiento, sino a la potencia subyacente en cada ser humano.

Durante mucho tiempo cada cuerpo deberá aprender poco a poco a reconocer su interior, que irá brotando en la misma medida del compartir y desarrollar el gusto de estar juntos. Nosotros no provenimos de Adán y Eva, sino de la horda. Nuestro instinto, la grabación genética atávica del estar juntos en comunidad, no muere, sino que se lleva en la biología no visible por la razón y la conciencia. Por eso es crucial para el sistema de dominación mantener a la gente separada y en competencia. Lo que menos puede permitir es que se reconstruyan las comunidades humanas. Pero nosotros somos como las hormigas. Usted puede tomar una, cerrarle el paso, llevarla lejos, separarla de su camino donde se va cruzando y conectándose con las otras, en fin, sin embargo observe y verá que paso a paso, o aún a toda carrera, busca retomar su interacción con las otras. Nos destruyeron las comunidades, pero muchas de ellas se levantan como el ave Fénix.

En los barrios está la escuela de la separación y la competencia. Los municipios y demás instituciones hacen canchas y multideportivos como locos, para que los jóvenes pasen compitiendo, ganando o perdiendo, siendo mejores o peores, superiores o inferiores, etc. Por eso las fiestas o carnavales de tambores no atraen mucho el apoyo institucional como el deporte barrial. Más bien son una importante fase de transición desde la división y la agresividad de unos ganándoles a los otros, hacia el hacer juntos, producir un resultado común, la sonoridad, ritmo y alegría que trasmite el conjunto de tambores. Sin embargo no es una solución, ya que es una actividad muy esporádica que no siembra ni forma hábito. Imaginamos más bien una huerta barrial donde cada día se encuentren algunos vecinos y atiendan juntos algo que precisa de cuidados y atención por largo tiempo, que además los revincula con la naturaleza y desarrolla la práctica de la producción y alimentación autogestionaria.

En esa dirección va el TraVol, el trabajo voluntario de verano 2010 que diversas organizaciones están promoviendo en las ciudades de Santiago, Valparaíso, Rancagua, Arica, San Antonio y otras. Decenas de estudiantes y voluntarios que vendrán de diferentes países preparan sus mochilas para instalarse un mes o algunos días en barrios haciendo huertas comunitarias o capacitando vecinos para un “comprando juntos”.

La expansión de la mujer encuentra en las actividades barriales un espacio sumamente adecuado para canalizar ella misma con iniciativa sus esfuerzos para un mejor pasar, el Buen Vivir de las comunidades indígenas.

Los estudiantes secundarios y de todas las carreras universitarias o técnicas tienen cabida y podrán también dictar talleres, colaborar en actividades con niños, montar una escuela autónoma barrial, un consultorio jurídico popular, una clínica de salud alternativa, construir baño seco, un horno de barro, en fin, las propuestas son muchas y usted puede solicitar los materiales al respecto así como el manual de trabajos y construcción.

Las inscripciones están abiertas en la Red de Economía Popular y Ecología Social redecosocial@gmail.com o en el TallerSol, Compañía 2131, Plaza Brasil, Santiago.
Los esperamos.

Abrazos

Jaime Yovanovic Prieto
Profesor J
profesor_j@yahoo.com
http://clajadep.lahaine.org