Crónica de la vergüenza de Yasuní: La noche en que Correa se quedó adentro

Asesino! Asesino! Eran los gritos en la plaza y Correa se escondió



La noche en que Correa se quedó adentro

Publicado el 18/Agosto/2013

“¡Asesino, asesino!” . Los gritos de un centenar de jóvenes retumbaron en la Plaza Grande. Rafael Correa acababa de anunciar el futuro de un Yasuní petrolero y los ecologistas se declaraban en pie de lucha.

La crónica
Diario Hoy

Se le frustró el baño de popularidad. Cuando salió al balcón, a las siete de la noche, diligentes empleados de Carondelet habían repartido ya centenares de banderas verdeagüita de fabricación en serie entre más de mil partidarios convocados a última hora. Los opositores eran apenas una manchita al frente del Palacio. No llegaban a doscientos, pero metían bulla con una convicción y una energía que sólo la juventud es capaz de insuflar en los cuerpos. La edad promedio de los correístas, en cambio, frisaba los cincuenta años: los más entusiastas se apretujaban en el centro de la cuadra, gritaban y sacudían las banderas; los demás, abúlicos, desganados, con las banderas enrolladas bajo el brazo, se juntaban en corrillos según el color de sus uniformes burocráticos y se dispersaban en una masa poco compacta hasta la calle Chile. Él salió por el lado sur del balcón y caminó hasta el otro extremo para saludar a los suyos. Con las muelas apretadas compuso una suerte de sonrisa sardónica y les dio a entender por

señas la satisfacción que le producía el hecho de encontrarse, como siempre, en mayoría. Volvió sobre sus pasos y se detuvo un segundo frente a los opositores, que le gritaban de todo. A falta de mejor ocurrencia les mandó un beso volado, erizados los músculos faciales en su rictus sempiterno, y desapareció por la puerta de su despacho. ” ¡Sal a dar la cara! ¡Sal a dar la cara!” , le gritarían más tarde los jóvenes, hasta la medianoche. Pero Rafael Correa, con lo que vio y oyó, quizá tenía suficiente.

La cadena nacional en la que el Presidente anunciaría su decisión sobre el futuro del fideicomiso Yasuní-ITT (que en buena medida es el futuro de ese pedazo de selva amazónica ya no tan virgen) había sido anunciada para las ocho de la noche. Los jóvenes se autoconvocaron a las cuatro de la tarde para presionar con sus gritos: ” ¡Fluye el petróleo, sangra la tierra!” . ” ¡Correa petrolero, el Yasuní es lo primero!” . ” ¡El Yasuní no se toca, el Yasuní no se toca!” . Se ubicaron con sus carteles, que iban pintando en cartulina sobre la marcha, exactamente en media manzana, entre el reloj de Carondelet y el monumento a los héroes de la Independencia, sobre la vereda de la calle García Moreno. No sabían que, con el transcurso de las horas, mantener esa posición se convertiría en una cuestión de honor. Entre ellos evolucionaba graciosamente una comparsa grotowskiana de personajes alegóricos: una ensangrentada vampiresa vestida de leopardo, cubierta con la bandera, y una triste y fantasmagórica madre indígena con

un muñeco de inquietante realismo entre los brazos. La vampira se abanicaba con un fajo de billetes y bebía sangre de una copa; la madre indígena se arrastraba a sus pies y se dejaba salpicar grotescamente ante las cámaras fotográficas de las agencias internacionales.

A las cinco de la tarde empezaron a llegar los correístas. Primero, las ya conocidas fuerzas de choque de otras ocasiones: los emponchados del Colectivo 30-S, las valetudinarias damas de la Plaza Grande, viejos rostros conocidos por el gremio de reporteros políticos de la capital. Ahí estaban los que le gritaban ” hija de asesino” a la chica de doce años del coronel Carrión, hasta quebrarla; los que, a la salida de la Asamblea, zarandeaban el carro de Lourdes Tibán, que palidecía del terror con su niña recién nacida en brazos; los que han seguido todos y cada uno de los procesos judiciales por sabotaje y terrorismo, los que plantan carpa en la entrada de las cortes y esperan a que salgan los acusados para insultarlos y amenazarlos. Los de siempre. Una de las doñas más entusiastas elevaba sobre su cabeza un cartel de letra impresa: ” Rafael, te apoyamos. Tu decisión es la correcta” .

–Disculpe, señora, ¿qué decisión?

–¡La que sea pues, la que sea!

No tardaron en aparecer los burócratas. Ni les dio tiempo de sacarse los uniformes ministeriales. La mayoría de ellos llegaron arrastrando los pies, resignados, dispuestos a ocupar su sitio hasta que les permitieran irse, como acostumbrados a una rutina que han terminado por aceptar porque no les queda más remedio. Se iban situando lo más lejos posible del centro de los acontecimientos, en la esquina de García Moreno y Chile, ahí donde no hiciera falta gritar consignas ni agitar banderas. Fumando ociosamente, conversando de fútbol o de lo que fuese, esperaban a que transcurriera el tiempo. A cambio de la promesa de reserva de la fuente, no era difícil obtener de ellos significativos testimonios: ” Nos obligan” . ” Nos trajeron al apuro, no sabían que habría una manifestación en contra, ya mismo llegan los de Petroecuador” . ” A algunitos hubo que traerles de la oreja” … En eso consiste una manifestación espontánea de apoyo a las tesis del Gobierno.

Pronto los correístas fueron más que los jóvenes opositores y un doble piquete de polícías antidisturbios entró a empujones para mantener separados a ambos grupos. En poco tiempo más la minoría se hallaría rodeada por completo entre dos masas amenazantes de provocadores verdeagüita. Pero ni entonces ni más tarde, cuando un par de manifestantes se trenzaron a golpes sobre territorio neutral, en lo que fue el único incidente violento de la jornada, la gente de ambos bandos perdió los estribos.

Mientras tanto, no paraban de llegar los autos oficiales. Ahí está la ex ministra del Ambiente Marcela Aguiñaga, hoy vicepresidenta de la Asamblea, que en la mañana se enfrentó a los periodistas, les habló de las maravillosas técnicas modernas de extracción petrolera, tan limpias ellas, y les entregó esta feliz perla: –¿Qué hacer con los pueblos no contactados que habitan en el Yasuní?

–Reconocer que este Gobierno es el único que se ha preocupado por ellos. Si los tagaeri se retiraran hacia la ciudad de Coca, ¿quiere decir que tendríamos que evacuar la ciudad de Coca?

Los vehículos todoterreno de vidrios ahumados, grandes máquinas contaminadoras, enfilaban por la Chile e ingresaban por la puerta lateral de la cochera de Palacio. A las siete de la noche el lugar debió estar repleto, pues no hubo espacio para el gigantesco Ford Expedition de la ministra María Duarte (por cierto, ¿cuánta gasolina quema esa cosa? ¿Tiene ocho cilindros?). Resignada descendió con un saltito sobre la calzada del vehículo más alto que ella y entró sin reparar en los fanáticos que, por un momento, abandonaron el espectáculo que ofrecían los técnicos electricistas que instalaban una pantalla gigante sobre la esquina, para seguir con atención la entrada de los funcionarios, con la esperanza de ver a algún ministro.

Pasadas las siete y media (ya Correa había hecho su aparición relámpago en el balcón de Carondelet) una señora bajita y compacta se abrió paso entre las filas gobiernistas con dos grandes cajas de cartón llenas de pan. Le seguían dos jóvenes con idéntica carga y un tercero con una olla enorme de humeante café chirle. En cuestión de segundos fueron asaltados por una masa famélica y ansiosa que estiraba las manos en caótico amontonamiento.

–A ver hagan cola, hagan cola.

–Vea dé llamando a las del colectivo apuresé, que vengan a comer digalés.

La cadena nacional empezó a las ocho en punto de la noche. El rictus presidencial apareció cuan largo es en la pantalla gigante de altísima definición y los burócratas guardaron respetuoso silencio. Los jóvenes ecologistas les aguaron el espectáculo pues redoblaron sus gritos. Con tal energía que el mensaje oficial –dirigido a los jóvenes, acaso por lo que Correa acababa de contemplar desde el balcón- resultó inaudible para quien no se hallara a pocos metros de los altoparlantes. Unos pocos de ellos, los militantes más comprometidos, se acercaron para escuchar, tomar notas y volver a su lugar en el centro de la cuadra con las malas nuevas: hubo estupor, incredulidad y lágrimas de impotencia. Y de inmediato, un nuevo grito que retumbó en la histórica plaza como otras tantas veces en los últimos 450 años: ” ¡Asesino! ¡Asesino!” .

Persuadidos de que, ante semejante manifestación de desprecio popular, Correa no volvería al balcón, los burócratas huyeron como alma que lleva el diablo ni bien se terminó el mensaje. Junto a los ecologistas quedó apenas un puñado de miembros de las juventudes de Alianza PAIS que había llegado un cuarto de hora antes. Para mostrar su determinación, los ecologistas se sentaron.

Las juventudes de PAIS no duraron mucho más tiempo. A las nueve de la noche, los opositores eran, otra vez, mayoría, y estaban dispuestos a ser los últimos en abandonar la plaza. Un puñado de correístas de los colectivos y comandos permanecieron junto a ellos, pero los policías, acaso hartos de montar guardia durante tantas horas, les persuadieron para que se fueran al filo de la media noche. ” Fluye el petróleo, sangra la tierra” . Los jóvenes ecologistas, clase media quiteña irreductible, lo celebraron como una victoria personal. ¿Cómo se ve su júbilo desde el despacho presidencial?