Antropólogo norteamericano casó con mujer yanomani, que no pudo vivir en la ciudad y volvió a la selva. Después de 25 años el hijo quiere también irse a vivir a la selva

Para las agencias una anécdota diferente. Para la madre tierra es el llamado del ser. El muchacho no sólo quiere vivir en la selva, quiere ser un yanomani



UNA INCREIBLE HISTORIA FAMILIAR
Madre e hijo, un emotivo encuentro en plena selva

Después de más de 25 años, un joven se internó en una tribu indígena del Amazonas para conocerla

DAVID GOOD JUNTO A YARIMA, SU MADRE INDÍGENA EN EL REENCUENTRO EN EL AMAZONAS. ARRIBA A LA DERECHA, CON SU PADRE, CUANDO VIVÍAN EN FILADELFIA DAVID GOOD JUNTO A YARIMA, SU MADRE INDÍGENA EN EL REENCUENTRO EN EL AMAZONAS. ARRIBA A LA DERECHA, CON SU PADRE, CUANDO VIVÍAN EN FILADELFIA

Un joven de 28 años nacido en Filadelfia, Estados Unidos, fue protagonista de una emotiva historia que empezó en la selva amazónica venezolana en 1975 y que ayer fue dada a conocer por el diario ‘New York Post’. Es la historia de alguien que pudo reencontrarse con su madre en un lugar y una cultura muy distintos a donde creció. El joven se llama David Good y todo comenzó cuando su padre, Kenneth, un reconocido antropólogo, viajó al Amazonas en busca de tribus perdidas y allí conoció a Yarima, una niña de la tribu de los Yanomami, quienes no conocen nada del mundo occidental, no tienen escritura y sólo saben contar hasta dos. Keneth y Yarima se casaron de acuerdo a las costumbres tribales, y luego viajaron a Estados Unidos para vivir en Filadelfia, donde nació David, quien hoy tiene 28 años. Sin embargo, Yarima no hablaba inglés, temía a los autos y nunca pudo acomodarse a una vida cabalmente diferente a la que ella estaba acostumbrada. “Extraño a mi familia, quiero volver a casa”. Y se volvió a la selva. Hoy, la madre de David, Yarima, pertenece a la tribu yanomami de Venezuela. Nació y se crió en la selva, en una aldea remota a la que casi nunca llegaba ningún forastero. Su edad se desconoce, y ella contesta que tiene “muchos” años. En la aldea no tienen electricidad, agua corriente, calles asfaltadas ni un lenguaje escrito. No hay mercados, monedas ni medicina. EL REENCUENTRO Durante todo el tiempo en que no se vieron, para David crecer con esa historia familiar no fue nada fácil y cada vez que le preguntaban por su madre mentía: “Les decía que había muerto en un accidente de tránsito. Entonces ya no volvían a preguntar. No quería que mis compañeros supieran que mi mamá era una mujer de la selva que andaba desnuda y comía tarántulas”, contó ayer. Luchando con el sentimiento de abandono y la carencia de afecto, un día David vio una foto de su progenitora en un museo y, angustiado, comenzó a beber. Hasta que a los 21 años dejó el alcohol y decidió que era momento de ir a verla. Durante tres años, David juntó el dinero para realizar un viaje de ida al Amazonas. “Ese viaje fue de incertidumbre total. No sabía si yo le caería bien, si ella me caería bien a mí o si me rechazaría”, sostuvo. En agosto de 2011 arribó a Venezuela, y al llegar a la tribu la reconoció al instante. “Tenía ganas de abrazarla, pero los Yanomami no se abrazan”. Así que le puso la mano en el hombro y le dijo “mamá, lo logré, estoy en casa. Me costó mucho, pero lo conseguí”. Yarima lloró. Ese primer viaje fue revelador para David, y tras dos semanas tuvo que regresar. Ahora, sólo piensa en volver. “Realmente quiero ser un Yanomami, quiero viajar por la jungla como lo hacen ellos. Esto no fue un cierre, estamos en el comienzo de nuestra historia”.

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