«No somos antichavistas, salimos por amor a Venezuela», grita La Resistencia
Caracas se convierte en una ciudad fantasma en la apertura de las 48 horas de paro y protestas contra el voto convocado para el domingo
26/07/2017 22:00h. Guardado en: Internacional
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El Gobierno de Nicolás Maduro es dueño y señor de las armas y de un gigantesco aparato de propaganda oficial que usa, sin tregua, en su particular guerra contra la población. Entre la realidad de los medios de comunicación, bajo control del Estado y la que se vive en la calle hay un abismo de manipulación en Venezuela. La huelga general de 48 horas que arrancó ayer se presenta en las cadenas de televisión como un espejismo en ese desierto tropical que se convirtió ayer la ciudad de Caracas y la mayor parte del país.
Frente a la barbarie del régimen surge la inteligencia de la oposición, de la sociedad y el desafío de los grupos antisistema como La Resistencia. Son jóvenes veinteañeros. Algunos ya están mutilados o tienen parte del cuerpo quemado. Se colocan en primera línea de fuego de las marchas y manifestaciones. La capucha les cubre el rostro para que no los identifiquen. También llevan gafas, cascos y los privilegiados, máscaras para no respirar los gases lacrimógenos.
Cuando la tropa de las fuerzas chavistas avanza son los primeros en caer. «No somos partidarios de la oposición ni del Gobierno. Salimos a la calle por amor a Venezuela y al futuro». La frase de «Crazy», uno de los cabecillas del grupo, anticipa otras de sus compañeros. Jonathan, estudiante de Ciencias Políticas intervendrá, como lo harán más tarde, Alexander, Kevin y otros que se conocen por apodos o sus nombres de pila.
Carne de cañon
«Los partidos son una fantasía. No creemos en ellos». «La Constituyente no es una solución es la destrucción». «Queremos que Venezuela vuelva a ser el gran país que fue. Que haya elecciones libres y liberen a los presos políticos», son algunas frases que se reparten.
Apostados en la Plaza de Altamira desde temprano, esta generación, quizás echada a perder, coincide en que lo que hay no les gusta pero a la hora de plantear escenarios alternativos o analizar su propia razón de ser la cosa se complica. «Estamos dentro del sistema pero queremos romper con él», se justifica uno. «Confiamos en que surjan líderes, no partidos. Queremos alguien con corazón recto y buena voluntad», observa otro. «Es nuestro turno, nosotros podemos ser el futuro. Somos un diamante en bruto», interviene el más optimista.
Los números les dicen que «han matado a 109 de los nuestros pero esos son los que están contados. ¿Y los desaparecidos?», comentan antes de dudar sobre cuántos son ellos, cuánto jóvenes forman La Resistencia, con mayúscula, como insisten. «En realidad, el número es indefinido. Un día somos mil otro más otro menos».
«Hacemos el papel de tontos útiles… Se benefician a costa de las costillas de los pendejos porque esta crisis le conviene a mucha gente», advierte uno de los que cuando habla el resto se calla. Otro lo explica a su manera, «acá todos están ganando mucho dinero. Brasil suspendió el comercio de gases lacrimógenos y ahora es el Ejército el que trafica con ese material, también con los alimentos…» y sigue con la lista hasta llegar al narcotráfico. «No están dispuestos a dejar un negocio que les está haciendo ricos», advierte antes de reflexionar: «Les conviene convertir esto en una especie de Siria o Irak».
El olor de la gasolina con la que han preparado sus cócteles molotov, de repente, se mezcla con una brisa de marihuana a sus espaldas. Se van acercando más chicos porque, pese a su aspecto cuando están juntos y se tapan la cara, no dejan de ser unos muchachos. Algunos, imberbes. «Iba a lanzar la botella, ya había prendido la mecha pero me alcanzó antes una bala», Kevin o como se llame en realidad el jovencito, perdió el dedo pulgar de la mano derecha y buena parte del brazo quedó en llamas. No quiere mostrarlo ante la cámara y se tapa con la mochila.
cuenta atrás
Le produce cierto pudor su propia imagen herida pero no tiene objeciones si se trata de hacerle la foto con el casco y las gafas rosas. Las quemaduras de «bote» son diferentes a las que te produce un accidente doméstico, explican. «Si me hace una foto, la Policía me sale a buscar y me identifica», asegura el último en llegar a la plaza, después de mostrar la mano y el antebrazo abrasado como una pata de cordero.
«¿El Papa? Si estuviera acá nos apoyaría pero no está». El muchacho hace la observación antes de escuchar la pregunta sobre la intervención del ex presidente, José Rodríguez Zapatero en la crisis: «Los problemas de los venezolanos los tenemos que resolver los venezolanos».
Cada día que pasa es un día más para La Resistencia y uno menos para el domingo, fecha elegida por el régimen para dar la puntilla a la «moribunda» Constitución hecha por y a medida de Hugo Chávez. La jornada de huelga general, la segunda en lo que va de año, arroja un panorama de Caracas parecido al de un domingo cualquiera.
«Saldrán a cazarnos»
«El metro funciona porque es del Gobierno» observa Mariellis. Camarera en un hotel próximo a la Plaza de Altamira fue «a trabajar porque si no lo hago me descuentan el día pero yo hago la huelga», asegura convencida de que lo importante, hoy, es el sentimiento de rechazo a «Maduro y a todos los corruptos que nos están matando de hambre».
Los supermercados se han blindado con persianas metálicas. Los edificios de oficinas están vacíos. En el aeropuerto Jorge Chávez de Caracas el silencio es la música de fondo. No hay ruido de aviones y difícil será que lo haya por 48 horas y… más. «No porque los funcionarios se sumen al paro, es porque nadie quiere venir a Caracas», reflexiona Valentina, tras llegar la víspera de Bogotá.
La Resistencia aguanta todo el día en la calle. Se reúne en diferentes puntos de Caracas y un temor parece ser común a todos. «El domingo -aseguran- después de la Constituyente van a salir a cazarnos».