Viernes, 26 de enero de 2018
EL ÁGORA / CULTURA
“Preferiría hablar más de literatura porque vivimos una dictadura y no sé qué me puede pasar”
El amor, el dolor y la tristeza han sido los temas por los que ha transitado la poesía y la vida de Claribel Alegría, ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2017. A sus 93 años se declara “terca” para escribir poesía, para no dejar escapar a su musa, aunque reconoce que ya escribir se le convirtió en un ejercicio de introspección para comprender quién era ella, pero también como una vía de escape para retratar el desencanto de la revolución que se defraudó a sí misma: la nicaragüense.
María Luz Nóchez
Domingo, 4 de junio de 2017
Claribel Alegría es entrevistada en su residencia el 18 de mayo, luego de ser anunciada como la ganadora de Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Cuando Claribel Alegría habla lo hace en verso. Extática. Seguro tiene todo que ver con que el pasado 18 de mayo fue anunciada como la ganadora de uno de los premios más prestigiosos que un poeta puede recibir: el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2017. O tal vez no. Se han escrito tantos textos aludiendo a cómo su personalidad hace honor a su apellido, que es ya un cliché. Este estado perenne parece apagarse solo cuando habla de Nicaragua y el fracaso de la Revolución Sandinista que ella, junto a otros intelectuales como Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez, acompañaron para, en teoría, acabar con los regímenes dictatoriales en ese país. “Yo era muy admiradora del Frente Sandinista cuando la revolución. Ahora no. Ese ha sido un gran desencanto”, dice.
En los tiempos modernos de Nicaragua, a Claribel más que hablar de política, le gusta hablar de literatura. “Mirá, te voy a decir una cosa: yo preferiría hablar de literatura más que de política, porque estamos viviendo una dictadura y no sé qué me puede pasar”. Y aunque es cauta con sus comentarios no desaprovecha la despedida para bromear con que “a saber qué cosas he dicho, a saber si me voy a ir a la cárcel”.
A sus 93 años, más que su mala memoria y la sordera que ella misma se acusa, su peor rasgo es su inseguridad. Su prolífica producción literaria la ha posicionado como uno de los referentes de la poesía latinoamericana en los últimos 50 años. Y sin embargo, cuando recibió la noticia que le había sido otorgado el Reina Sofía, su reacción fue pedirle a su enfermera que la dejara dormir. “Tuve un susto enorme. Eran las 5 de la mañana y yo estaba profundamente dormida cuando llegó mi enfermera y me dijo ‘¡Felicidades!’ Ay, no, dejame dormir, le dije, mi cumpleaños ya pasó hace una semana. No, me dijo, se ha ganado el premio Sofía. Soy muy insegura. No tenía ni idea”.
El rol de la literatura en su vida, siempre ha estado claro para Claribel: comunicar, pero sobre todo consigo misma. Así, la musa que la ha acompañado por más de siete décadas la ha ayudado a descubrirse y a hacer catarsis desde la poesía, la ficción y el testimonial. Lo hizo en 1966 con Cenizas de Izalco, un ejercicio catártico que más de 30 años después le permitió compartir con el mundo el horror del genocidio indígena de 1932 en El Salvador: “Yo pensaba ¿y yo qué voy a hacer? Nada puedo hacer, en absoluto. Y me guardaba todos esos recuerdos. Pero cuando triunfó la Revolución cubana me di cuenta de que sí se podía hacer algo y que nosotros deberíamos hacerlo”.
En 1995, cuando su esposo y coautor de muchos de sus libros Darwin J. Flakoll murió, Claribel creyó que no volvería a escribir jamás. El amor ha sido desde siempre su tema recurrente, y haber perdido a su compañero le hacía pensar que la musa no la visitaría más. Dos años más tarde, a sus 73, empacó sus maletas decidió emprender un viaje por Asia, uno que precisamente había planeado junto a su esposo y una pareja de amigos muy queridos: Cortázar y su esposa Carol Dunlop. “Estuve como seis semanas, casi dos meses, y cuando yo creí que ya nunca más iba a volver a escribir, la poesía vino a mi rescate y escribí en 1997 ese libro que se llama Saudade. Fue la poesía la que vino a buscarme y yo le abrí las puertas”.
Usted ha dicho en numerosas entrevistas que escribe para comunicarse y que su tema favorito es el amor. Pero en los tiempos en los que usted empezó a escribir, con gestas revolucionarias en distintos países de América Latina, ¿qué es lo que estaba intentando comunicar a su público?
Cuando empezó la Revolución sandinista yo solo tenía poemas de amor. Cuando ganó la revolución cubana, me di cuenta de que nosotros también lo podíamos hacer, tanto en Nicaragua como en El Salvador, y me puse muy feliz y empecé a interesarme más, no solo en mí, sino que en la gente de mi pueblo, y quise ayudarlas. Y escribí una novela junto con mi marido, que se llama Cenizas de Izalco, y ahí hablo de la matanza terrible que estuvo todo el tiempo golpeándome, golpeándome la frente y diciendo “algo se debe de hacer”, y fue Carlos Fuentes el que me dijo: “Claribel, tienes que escribir eso”. Y yo le dije: “no, no puedo. Yo solo he escrito poesía”. Te estoy hablando del año que ganó la Revolución Cubana, que fue en el 59. Entonces, mi marido me dijo: “yo te ayudo. ¿Por qué no lo hacemos a cuatro manos?” Y ahí fue Cenizas de Izalco primero y luego empecé a escribir más poemas en donde se reflejaba mi dolor, mi angustia, por el sufrimiento de mis pueblos.
¿Diría que fue a partir de entonces que empezó a generar un equilibrio entre estos temas que la golpeaban y el amor?
Sí, pero los temas que me golpeaban se reflejan en la poesía, porque la poesía refleja todo lo que me hace un impacto. Puede ser una margarita que está naciendo o la muerte de un niño o la hambruna o la falta de educación. Y eso me golpea y se refleja en muchos de mis poemas, sobre todo después de que ganó la revolución cubana.
¿Qué cree que ha logrado transmitir usted por medio de sus textos?
Yo escribo para comunicarme, primero, conmigo misma, para tener una diálogo conmigo y saber un poco más quién soy. Y luego para comunicarme con los amigos que me leen y ojalá yo les pueda transmitir mi amor, mi angustia, todas esas cosas.
¿Cómo describiría a esa Claribel que ha descubierto a través de la poesía?
Yo no sé qué haría sin escribir, es mi manera de vivir. Yo siempre cito a Pessoa, ese gran poeta portugués que dice “Escribir poesía es mi manera de estar solo”. Para mí escribir poesía es comunicarme conmigo, tratar de saber quién soy y comunicarme con aquellos que me leen. Es una mujer muy curiosa y demasiado susceptible, a veces demasiado. Las agresiones me horrorizan y yo quisiera para mis pueblos una vida mejor. Tenemos tantos talentos y no los aprovechamos, porque no hay una educación adecuada para nuestros niños, porque no hay sistemas de salud que puedan saltar tantas vidas de esos niños que mueren temprano. Para mí mi obsesión son mis pueblos, Nicaragua y El Salvador, y yo quiero para todos los pueblos del mundo, pero son los que más me tocan.
Dice que le gustaría que estos dos pueblos tuvieran mejor educación, mejor salud… En la práctica, mejores gobernantes. Pero qué ha pasado en el caso de Nicaragua en donde el gobierno de Ortega se ha quedado relegado respecto de los intelectuales que lo acompañaron.
Bueno, mirá, te voy a decir una cosa: yo preferiría hablar de literatura más que de política, porque estamos viviendo una dictadura y no sé qué me puede pasar. Ese ha sido un gran desencanto. Yo era muy admiradora del Frente Sandinista cuando la revolución. Ahora no.
Pero a mí me da la impresión de que esa inercia es en la que ha caído el pueblo nicaragüense en general ante una democracia de papel en donde la gente se ha quedado en stand by. Sabe que no tiene otra opción y por eso la gente no se acerca a votar.
Tienes toda la razón del mundo y es una presidencia inconstitucional , porque no ha habido elecciones transparentes.
Por eso le preguntaba, usted que también ha usado la literatura como una vía para expresarse, ¿qué papel juegan en este escenario los intelectuales?
Ahora, yo no sé. Yo no estoy escribiendo libros de testimonio, porque para decir todas esas cosas yo preferiría la prosa. Y con mi marido hicimos varios libros de prosa, tanto de El Salvador como Nicaragua. Ahora yo lo que veo, lo que observo es que la juventud de aquí está desorientada, que se están buscando ellos mismos. Cuando vine aquí, había mucha esperanza y se escribían muchos poemas que estaban fundidos de esa esperanza de que íbamos a tener un pueblo mejor. Yo a los jóvenes nicaragüenses que me vienen a visitar les digo siempre que está muy bien que ellos se busquen a sí mismos, pero que no se desentiendan de su pueblo, que estén pensando en su pueblo y en cómo ayudarlo. Y que a través de la literatura que trabajen para su pueblo.
¿Cree que la literatura puede servir para restablecer la esperanza de los pueblos?
Yo no creo que esté sirviendo lo suficiente. Me falta mucho por hacer, apenas he puesto mi granito de arena. Ahora, yo siento que la literatura sí puede ayudar, sobre todo creo, los libros de testimonio, porque es la gente hablando de sus experiencias, eso puede ayudar muchísimo. Fijate que Cenizas de Izalco, nadie había escrito sobre la matanza de El Salvador. Yo tenía siete años cuando eso pasó y nadie había escrito. Entonces, los salvadoreños nos tenemos que poner las pilas y escribir más libros testimoniales. Cuando pasó no tenía ni siquiera 8 años. Cuando lo escribí con mi marido tenía 38, 39 años, por ahí.
¿Por qué decidió hacerlo de ficción y no testimonial?
Antes de la testimonial pensamos en una novela. Yo describía cómo era la sociedad santaneca en ese tiempo y luego contaba todo lo que yo me acordaba. porque los niños tienen muy buena memoria, todo lo que yo me acordaba que había oído de esa masacre.
¿Por qué le tomó tanto tiempo escribirla?
Yo me desatendí. En el tiempo en el que yo estaba creciendo, cuando yo era una adolescente, los dictadores eran horribles, estaba Ubico en Guatemala, Martínez en El Salvador, Carías en Honduras, Somoza en Nicaragua, era una cosa horrible. Y los norteamericanos ayudaban a eso, ayudaban a mantener la dictadura porque les convenía políticamente. Entonces yo pensaba ¿y yo qué voy a hacer? Nada puedo hacer, en absoluto. Y me guardaba todos estos recuerdos. Pero cuando triunfó la Revolución cubana me di cuenta de que sí se podía hacer algo y que nosotros deberíamos hacerlo. Mi contribución fue escribir Cenizas de Izalco. Mucho después, a fines del 79, mi marido y yo vinimos a Nicaragua para ver el triunfo de la revolución, y entonces decidimos que íbamos a hacer libros de testimonio. Y escribimos un libro que se llama Nicaragua, la revolución sandinista. Y es un libro histórico testimonial, porque empezamos como William Walker que mandó a quemar Granada, y terminamos con el triunfo de la revolución.
Si tuviera que describir a Nicaragua, ¿de qué forma lo haría?
En Nicaragua hay muchos muchachos con talento que están muy tristes y creen que no se puede hacer nada. Y yo siempre les digo que no desfallezcan, que siempre tengan esperanza y que sean valientes y señalen las cosas malas que suceden. Yo quisiera otra revolución pero no violenta, una revolución a lo Gandhi. Hablándole a pueblo, que haya figuras maravillosas, como Mandela. Eso me fascinaria. A lo mejor peco de ingenua.
¿Cómo sería? Desde la academia, las letras, las artes…
Sí, que todos estuviéramos implicados. Niños y viejos, y que pudiéramos decir y escribir lo que está pasando, que pudiéramos señalar los errores y el cómo podría algunos errores aliviarse.
¿Usted se imaginó que la revolución podría acabar en este escenario tan contrario con cómo se concibió?
No, no se me cruzó por la cabeza. Y sufrí mucho cuando el frente sandinista en 1990 perdió las elecciones, pero me enorgullecí y me gustó mucho, mucho, lo que dijo Ortega en ese momento, porque era una transición demócrata y doña Violeta fue la presidenta. Hizo mucho bien, ella quiso hermanar su pueblo que en ese momento estaba dividido.
Cuando la propusieron para el premio Neustadt (2006), usted le dijo a quien la había propuesto que para qué, si no iba a ganar. ¿Le pasó lo mismo cuando le dijeron que la iban a postular para este premio?
Me postuló el Penn Club de Nicaragua y el centro de escritores. Tuve un susto enorme. Eran las 5 de la mañana y yo estaba profundamente dormida cuando llegó mi enfermera y me dijo “felicidades”. Ay, no, dejame dormir, ya mi cumpleaños ya pasó hace una semana. No, me dijo, se ha ganado el premio Sofía. No me lo podía creer, hasta ahora lo estoy asimilando. Y procuraré escribir lo mejor que pueda los días que me quedan.
¿Por qué no se lo esperaba? Tiene una carrera prolífica por la que no es descabellado pensar que usted podía ganarlo.
Jajaja. Pero yo sí. Soy muy insegura. No tenía ni idea. Y estoy muy contenta, para qué mentir. Y voy a ir, si mi salud me lo permite, en noviembre a recibir el premio en manos de la reina.
Usted ha dicho, a propósito del anuncio de este premio, que con él coronaba su carrera. Ya con 93 años ha habido algunos momentos en los que usted ha sentido que la musa la ha abandonado, sobre todo después de que murió su marido. Pero, ¿cómo ve de cara a los años que le quedan de vida su producción literaria?
Mira, no sé. Ahora yo no le cierro la puerta a la musa, escribo mucho menos, pero todavía escribo. Hace como seis días terminé un poema. Soy terca.
Supe que luego de que murió su marido estaba muy triste y tuvo un pequeño decaimiento. ¿Cuánto tiempo le tomó salir de ese encierro que no le permitía a la musa entrar?
Fue un golpe muy duro, yo creí que nunca más iba a escribir. Y entonces decidí viajar yo sola a Asia a una región donde nadie me conocía y yo no conocía a nadie, porque necesitaba reflexionar y visité muchos templos budistas que me hicieron mucho bien, y reflexioné. Estuve como seis semanas, casi dos meses, y cuando yo creí que ya nunca más iba a volver a escribir, pero la poesía vino a mi rescate y escribí en 1997 ese libro que se llama Saudade, una palabra en portugués que hemos adaptado al español y que es una maravilla. Porque es más que nuestra nostalgia. Y entonces fue la poesía la que vino a buscarme y yo le abrí las puertas. Pasé casi un año sin escribir.
¿Qué países visitó?
Primero fui a Singapur, pero muy poquitos días. Después, tomé el expreso del oriente, que Julio Cortázar, su última mujer que se llamaba Carol, mi marido y yo soñábamos ir en el Oriente exprés del que Agatha Christie habló. Ya todos ellos estaban muertos y yo decidí irme sola y en nombre de ellos hacer eso. Me fui a Bangkok, ahí estuve como una semana. Visité palacios, templos, pensé mucho, reflexioné mucho. Luego tomé un barco a Java y ahí tomé un autobús que me llevó a Burundur, un templo maravilloso. Yo creo en un mundo budista.
¿Ha pensado en la muerte?
Sí y no le tengo miedo, para nada. O vamos a ser polvo y yo voy tal vez a abonar las plantas o a lo mejor va a ser un viaje lindo. Uno qué sabe, yo no me cierro a las posibilidades. Y no le tengo miedo, para nada. A veces estamos con un manto de energía y de repente ese manto se rompe un poquito.