La nueva Turquía presidencialista
Por José Luis López Valenciano *20 de julio de 2018, 10:13 @kasugakun
ES Diario
Erdogan se mantendrá en el poder hasta 2023, cuando se celebrará el centenario de la fundación de la moderna República de Turquía por Mustafá Kemal Atatürk. Erdogan siempre se compara con él
Las resultados de las elecciones turcas del pasado 24 de junio pueden ser interpretados de modo dual: como un indiscutible triunfo de Erdogan, en lo que respecta a su elección como nuevo Presidente del país, y como prueba del desgaste del gobierno islamista del AKP, en lo referente a su pérdida apoyos en el Parlamento.
Aunque el principal líder opositor, Muharrem Ince, instara inicialmente a no reconocer los resultados provisionales que proporcionó la agencia gubernamental de noticias, Anadolu, finalmente los dio por buenos; no tanto porque no creyera que no había existido ninguna irregularidad, sino porque entendía que, incluso contando con ello, la diferencia en votos no podía deberse toda a un simple pucherazo.
En el Parlamento, ahora con poderes reducidos, dado que se ha completado la transición al régimen presidencialista que Erdogan ha usado para perpetuarse en el poder, más allá de las dos legislaturas que la Constitución turca permitía con su anterior sistema parlamentarista, el AKP sí que ha sufrido un claro retroceso, estando muy por debajo de lo necesario para gobernar en solitario. Solo la sorpresiva fortaleza, ya que las encuestas les auguraba una fuerte caída, del MHP, partido de corte nacionalista y tradicional aliado de Erdogan en los últimos años, le permite contar con mayoría.
Lo que las elecciones han evidenciado también es la virtual división del país en tres zonas de influencia, con un este dominado por el pro-kurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP), un centro de Anatolia donde reina el AKP y un oeste, especialmente toda la costa del Egeo, donde mantiene sus bastiones el CHP fundado por Atatürk.
Erdogan empleó sus nuevos poderes para realizar una última purga de presuntos seguidores de Fethullah Gülen, que se añade a la que ya afecta a cientos de miles de militares, policías, profesores, funcionarios y simples opositores que han visto sus carreras y vidas truncadas, con vistas a acabar de consolidar su papel como única referencia política de importancia. Posiblemente también haya aprovechado antes del abandono del estado de emergencia que rige en el país desde el golpe de estado de 15 de julio de 2016.
Si nada cambia, Erdogan se mantendrá en el poder hasta 2023, año en que se celebra el centenario de la fundación de la moderna República de Turquía por Mustafá Kemal Atatürk. Erdogan lleva ya años comparándose con él como no lo había hecho ningún dirigente turco anterior, incluyendo el de arrogarse el puesto de Comandante en Jefe, que sólo ostentó Atatürk durante el periodo de la guerra de independencia turca; periodo apasionante de la historia turca en que logró, contra todo pronóstico, mantener la independencia de Anatolia y crear un país moderno de las humeantes ruinas del Imperio Otomano.
Sin embargo, los años de bonanza económica y de relativa estabilidad de la lira han llegado a su fin, al menos si mantiene su política económica actual. Tampoco ayuda que Erdogan tome decisiones como nombrar a su yerno, Berat Albayrak, ministro de Finanzas, lo que provocó una caída de la lira y serias dudas sobre la independencia del Banco Central. De continuar, podría decirse entonces que la economía turca es un cadáver que no sabe que ha muerto y al que el médico le sigue recetando aspirina.
En 2019 se celebrarán elecciones locales. Veremos entonces si los turcos votan con el bolsillo o con el corazón.
*Politólogo y abogado.