“Países hiperextractivistas tienden a ser hiperpresidencialistas”
Eduardo Gudynas califica de hiperextractivistas a Venezuela, Ecuador y Bolivia.
domingo, 09 de septiembre de 2018 · 00:06
Página Siete/ La Paz
Eduardo Gudynas es uruguayo, pero conoce tanto de Bolivia que parece un compatriota más. Es defensor del medioambiente, pero, fundamentalmente, es un pensador de las alternativas al extractivismo. Hace poco estuvo en La Paz para presentar su libro Extractivismo y corrupción y, entre conferencia y conferencia, se dio tiempo para una entrevista con Página Siete.
Gudynas, que es secretario ejecutivo del Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES), repudia el extractivismo porque está destruyendo el planeta y poniendo en riesgo la vida de la gente. Pero no se queda ahí, sino que propone modelos alternativos, que son descritos en esta entrevista.
¿Usted cree que todos los esfuerzos de la humanidad por lograr acuerdos de descontaminación han fracasado y que tenemos que alzar las manos?
La situación ambiental planetaria es muy grave, la ventaja es que hay un reconocimiento de la gravedad con la que estamos lidiando. La situación ambiental sudamericana es igualmente grave, pero hoy estoy más preocupado porque sigue prevaleciendo el mito de que nuestro continente sigue siendo natural y que estamos al margen de la problemática ecológica y esto no es así. La situación obliga a tomar otro tipo de medidas que no van a ser sencillas, incluso lleva a plantear cómo se entiende el desarrollo, el progreso y la economía. Si eso no acontece, el ritmo del deterioro ambiental seguirá acelerándose y enfrentaremos consecuencias cada vez más severas y difíciles de revertir.
¿Ve alguna alternativa a la dependencia del extractivismo?
Sí, hay alternativas. En América del Sur se han intentado todas las posibles variedades de recetas del desarrollo, desde gobiernos muy conservadores incluso autoritarios hasta gobiernos que se han presentado en el socialismo del siglo XXI, pero el resultado final es que la problemática social y ambiental persiste. Entonces, el debate que ahora se plantea es salir de la idea convencional de desarrollo y buscar otras opciones y hay muchas alternativas que mezclan cosas viejas que hay que rescatar con emprendimientos innovadores. Esa discusión estuvo acá en Bolivia en torno al vivir bien, que en sus orígenes era una crítica radical a toda forma de desarrollo.
Usted y otros intelectuales apoyaron ese concepto del MAS. ¿Qué ha pasado desde entonces con este paradigma?
La idea del vivir bien en los países andinos fue muy revolucionaria y en sus propuestas originales permitía un diálogo intercultural, entre algunos componentes de algunos saberes indígenas y algunas tradiciones críticas dentro de la propia herencia del saber occidental. No era en sus manifestaciones originales un regreso al pasado, sino que era un modo de enfrentar la realidad, para pensar alternativas con un toque de ir a lo concreto. Pero eso provocó una reacción en busca de recortar y reformular la idea de vivir bien para convertirla en una variedad funcional del desarrollo convencional. Toda aquella vitalidad original (en Bolivia y Ecuador) fue reformulada como un socialismo del buen vivir. En su postura original, el vivir bien era poscapitalista y postsocialista a la vez, entonces eso generaba tensiones en un sentido y en otro.
¿Cree que en algún momento ese concepto del vivir bien ha pasado de la retórica a los hechos? ¿Cuándo se rompió?
Ese es un proceso que no es instantáneo, toma un tiempo. Por ejemplo, en Ecuador eso ocurrió cuando el gobierno de Correa decidió volcarse decididamente a las estrategias petroleras; en el caso de Bolivia ocurrió en toda la discusión de las dos leyes básicas sobre la Madre Tierra. Hay un momento que los gobiernos no supieron encontrar alternativas y profundizaron las estrategias de desarrollo convencionales, lo que genera más impacto ambiental, más alerta ciudadana y más conflictividad. Cruzaron otro umbral y entonces pasaron al hostigamiento, control sobre la sociedad civil y, como esto seguía agravándose, cruzaron otro paso más y pasaron a considerar que cualquier crítica es una forma de oposición política.
¿En qué etapa considera que está ahora el Gobierno boliviano?
A mí no me gusta mucho opinar sobre los otros gobiernos porque no soy quien para hacerlo y, si bien voy a contestar, quiero aclarar yo no estoy dando consejos. En América del Sur hay tres países hiperextractivistas que son Venezuela, Ecuador y Bolivia, y eso se mantiene. Esto quiere decir que el 90% de sus exportaciones son recursos naturales y, de ellos, la mitad o más están concentrados en un producto. Eso los hace muy, pero muy frágiles ante los vaivenes de los mercados internacionales. Un segundo aspecto es que el extractivismo se convierte en una adicción para los gobiernos, entonces ello les obliga a profundizar la vía extractivista porque, a la vez, han cortado o cercenado la exploración de alternativas porque las consideraban o políticamente de oposición o económicamente inviables. Los diagnósticos que alertan sobre el desmantelamiento progresivo de la economía campesina en Bolivia son indicadores de este nuevo paso de la adicción. Otro aspecto es que no toleran la crítica, entonces se recortan derechos de información a la ciudadanía sobre impactos ambientales o territoriales, sobre derechos a la participación ciudadana, a la organización autónoma de la sociedad civil y así sucesivamente. Esto a su vez va asociado al debilitamiento de algunos componentes básicos de la democracia. Los países hiperextractivistas tienden a ser hiperpresidencialistas.
¿Qué han logrado estos gobiernos con los ataques a líderes sociales u ONG?
Los cuestionamientos contra los líderes o las restricciones contra las organizaciones ciudadanas se han repetido en todo el continente, sean países con ideologías conservadoras o progresistas. De un lado o de otro se los aplica para controlar y apaciguar la protesta ciudadana, y ello es indispensable para acceder a territorios y extraer los recursos naturales. Y no han servido de nada, absolutamente de nada. No ha dejado de crecer en toda América Latina la protesta contra los extractivismos.
¿Qué opina sobre la acusación del gobierno a Amparo Carvajal?
La imposición de los extractivismos en muchos países requiere por un lado atraer y facilitar los proyectos y por otro lado acallar los reclamos ciudadanos. Por ello, se ataca a los líderes de organizaciones en derechos humanos, ambientalistas, campesinos, indígenas, etc. La denuncia contra Amparo Carvajal sería un ejemplo, ya que no importa si hay pruebas o no, sino que se siembran dudas en parte de la opinión pública. Eso ha causado asombro en todo el continente. Se está acusando a una señora, octogenaria, que anda sola, apenas con un bastón defendiendo los derechos humanos.
Según su más reciente libro, otro de los rasgos del extractivismo es la corrupción. Explíquenos a qué se refiere.
En este libro se examinan 139 casos que son demostrados, muchos de ellos con informaciones de los propios poderes judiciales o de los propios gobiernos. Éstos ocurren en todos los países sudamericanos, afectan a todos los sectores extractivos, bajo cualquier régimen de gobierno, sea progresista o conservador, e involucran tanto a empresas estatales como mixtas y privadas. El caso más conocido implica a Petrobras y su esquema de financiamiento a los partidos políticos que sostenían al gobierno del PT en Brasil. Otro menos conocido, pero que es igualmente grave es el caso de la corrupción en la primera administración de Piñera, en Chile, donde se demostró fehacientemente de que había una empresa minera que hacía sobrepagos a todos los integrantes del Poder Legislativo, que era proporcional al número de votos obtenidos en la redacción de la ley de regalías mineras. Hay una problemática de asociación entre la política convencional, que busca mantenerse en el poder, el financiamiento de campañas electorales y poder obtener dineros de los extractivismos.
¿Cuál es su opinión del discurso que habla del derecho al desarrollo? Por ejemplo, el Vicepresidente dice que no somos guardaparques de los países ricos.
Decir que tenemos derecho a nuestro desarrollo es, en el fondo, una forma de imitación cultural porque “yo quiero ser como el otro”. Se aspira a tener un patrón de consumo, un estilo de vida como en Nueva York, en París o en Berlín. Esto no implica vivir aislados porque hay otra forma de estar relacionados con el mundo, pero se trata de recuperar una verdadera soberanía en el manejo de las economías, en el manejo de la naturaleza. Yo creo que toda esta retórica sobre ser o no guardabosques o sobre imitar o no el desarrollo es inconducente y nos distrae porque si nosotros no somos los primeros guardianes de nuestros recursos naturales, quién lo va a ser.
Para proteger el medioambiente, ¿países como Bolivia deberían dejar su gas y sus minerales bajo tierra o existe alguna manera limpia de explotarlos?
La crítica de los extractivismos siempre fue de la mano con la exploración de alternativas. En el caso de la energía, los proyectos de explotación de hidrocarburos que están en operación que puedan ser reconvertidos a formas ambientalmente manejables, seguirán operando. Los que no pueden ser reconvertidos, como sucede en el norte del Perú, donde hay derrames de petróleo continuados, hay que cerrarlos. Una reconversión de las fuentes de energía no se hace de la noche a la mañana. Nuestro consumo de alguno de estos hidrocarburos es tan pequeño frente a la demanda global que permitiría ganar tiempo para implantar y organizar esas formas alternativas de fuentes de energía. En cambio, países como Perú, que fuerza la extracción del gas para explotar y exportar, en unos pocos años se va a quedar sin gas y ya no tiene tiempo para armar fuentes alternativas de energía. Esa es una lección para Bolivia.
Bolivia apuesta a las grandes represas, pese a que las pequeñas son menos contaminantes. ¿Cómo cree que se debería enfocar esa discusión?
Hay que debatir sector por sector. Si yo hago la represa para exportar la energía a Brasil es lo mismo que exportar cobre o estaño, no hay diferencia. Si yo hago la represa para utilizar en energía doméstica, es un paso adelante. También tengo que analizar en qué tipo de energía doméstica, porque en algunos países el principal consumo está asociado al aire acondicionado. Las propuestas posextractivistas plantean un fuerte compromiso con la calidad de vida, para generar así una vida más austera.
¿Habría que dejar de usar calefacción o aire acondicionado?
No, no. Podemos utilizar electrodomésticos más parecidos a los que usaban nuestros padres, que eran aquellos refrigeradores que duraban 40 años. El postextractivismo no es contra la industria, no es antitecnológico, creo que hay que reorganizar la producción y la economía desde otras formas.
Usted plantea la exportación a países vecinos y no al resto del mundo. Nosotros exportamos gas a Brasil y Argentina, entonces no tendríamos de qué preocuparnos, pero la realidad es que los efectos para el medioambiente son los mismos.
La izquierda original quería una integración regional, con los países vecinos, que apuntara a complementar economías y cadenas de producción, pero como el progresismo se especializa en exportar materias primas terminaron compitiendo un país contra otro. No hay coordinaciones industriales, comerciales, estándares ambientales comunes. El postextractivismo propone una fuerte renovación de la agenda de integración regional, pero es a la vez muy crítico del camino que ha seguido el Mercosur y la Unasur porque ha acentuado la dependencia de los países como exportadores de materias primas.
La otra idea es que habría que producir para el consumo interno, pero en el mundo globalizado ¿es posible pensar en economías autosostenibles?
Nosotros pensamos en economías y articulaciones regionales. En los modelos posextractivistas hay que recuperar el vigor del sector agrícola ganadero y forestal para generar alimentos sanos, que además crea mucho más empleo que el sector minero y el sector petrolero y tiene muchas potencialidades de reconversión hacia la industrialización de alimentos.
Pero los ecologistas también se oponen a la ampliación de la frontera agrícola, al uso de los transgénicos. Entonces, ¿cuál es la alternativa realmente?
No hay contradicción porque la reconversión agropecuaria no utiliza transgénicos, va a apostar a estrategias de producción orgánica que tienen menor consumo de energía y, además, como está basada en ecorregiones nadie va a plantear, por ejemplo, deforestar para aumentar la frontera agrícola en Pando; eso es inviable, vamos aprovechar ahí el bosque.
Además es un sector con un poder discursivo muy fuerte en la defensa de los transgénicos o de la expansión de cultivos para la soberanía alimentaria. ¿Cómo separar la paja del trigo en esto?
Una estrategia basada en el monocultivo de soya transgénica es extractivismo. Hay extractivismo minero, petrolero, agrícola, forestal y pesquero. En el Cono Sur está en marcha un debate sobre los impactos muy severos sobre la salud de la población por el uso de agroquímicos de la soya, que afecta especialmente a las mujeres y a los niños, y que llegan hasta segunda generación. Entonces, pregúntenle a las mujeres, a sus cuerpos, a sus niños, si éste es el tipo de emprendimiento que queremos.
En el TIPNIS, el Gobierno avanza con la carretera, hay una colonización vigorosa y tenemos a los pueblos indígenas totalmente divididos o acallados. ¿Cuál es su lectura de ese fenómeno?
No es un caso aislado, sucede en los países vecinos. Hay una parte importante de la ciudadanía que apoya este tipo de desarrollo a pesar de que es consciente de que lo está dañando y está perdiendo su calidad de vida y su lugar en la tierra y su futuro. Esto deja en claro que esto es una batalla política, cultural y de las sensibilidades.
¿Usted cree que existe alguna alternativa política más amigable con el medioambiente?
El marco político partidario sigue siendo indispensable porque ahí es donde finalmente se organiza la estructura del Estado y ello determina en gran medida cómo avanza o no avanza un país. Yo no participo de los discursos antipolíticos, pero la política no es solo la de los partidos, también se hace política desde la sociedad civil, desde los espacios de educación, en los medios de comunicación, en las artes. Entonces, tiene que haber una renovación de la política en esos otros espacios. A mí me parece que la izquierda tiene un enorme abanico de opciones para explorar, para fortalecer, para escuchar, para analizar.
¿Cómo se puede incidir en los gobernantes con esta reflexión, si los canales se han roto? Antes usted y otros intelectuales tenían canales abiertos hacia el poder, pero ahora no.
En mi caso, yo no siento que los tenga que convencer a los que están en el gobierno. A algunos amigos, una vez que entraron los gobierno, les vino una mutación increíble y entonces es muy difícil tener un diálogo constructivo y además han pasado a estar en una postura totalmente defensiva. La prédica que hacemos es para uso de la ciudadanía, para debatir en los espacios públicos.