No es una ideología, es una época. Los chalecos amarillos señalan que Macrón no fernó la oleada sino que ha sido sólo una pausa

Los chalecos amarillos franceses, sin líderes, sin organización y sin identidad ideológica, tienen la pureza de una destilación.
Macron terminó el año 2018 pintado de amarillo. Surgido desde las profundidades sociales del país, la revuelta de los chalecos amarillos trastornó en apenas un mes su mandato, al tiempo que inauguró en Europa una forma de acción social inédita. Los protagonistas son actores sociales que hasta ahora no habían provocado grandes terremotos. Los chalecos amarillos se desplegaron en todo el territorio, trasladaron la confrontación a la capital, concretamente a los barrios ricos, introdujeron la variable ecológica en el debate, llevaron a lo más alto la denuncia de la desigualdad fiscal y social, impugnaron los excesos de la riqueza y el liberalismo y obligaron al gobierno a retroceder. Todo en un tiempo breve, intenso, imprevisto, mágico a veces. Un tiempo que dejó afuera a los partidos políticos y los sindicatos.



Francia: chalecos amarillos siguen con protestas

Reuters
30 diciembre 2018

Manifestantes de los “chalecos amarillos” mantenían varias carreteras de Francia bloqueadas el sábado, en una jornada en que grupos antigubernamentales se reunieron en los centros de las ciudades, pero las protestas fueron más tranquilas que en semanas previas.

Motivadas por la ira debido a lo que ven como una reducción de los ingresos familiares, el movimiento ha sacudido a la presidencia de Emmanuel Macron y ha golpeado a minoristas y otros negocios después de que las protestas espontáneas contra un impuesto a los combustibles dieron paso a disturbios a comienzos de diciembre.

La participación parecía haber disminuido en la mañana del séptimo sábado de manifestaciones, incluso en París, donde grupos pequeños y dispares de personas que usaban los vistosos chalecos gritaban “¡renuncia Macron, basta de mentiras!” mientras caminaban hacia el centro. Aún no estaban disponibles las estimaciones oficiales sobre el tamaño de la manifestación.

Otros se reunieron en el oeste de la capital, cerca de las oficinas del canal de noticias BFM TV, o en la Avenida de los Campos Elíseos, donde se encuentran boutiques que a comienzos de mes fueron se llevaron la peor parte de los saqueos en el momento álgido de los violentos enfrentamientos.

Las principales tiendas, incluidas algunas que cerraron con protecciones de madera durante los últimos fines de semana, abrieron sus puertas a turistas y compradores.
En la sureña Marsella, unos 900 “chalecos amarillos” -nombre derivado de las prendas que los conductores deben llevar en sus automóviles en caso de emergencia- marcharon por la ciudad, mientras que otros 900 se manifestaron en Burdeos por la tarde, dijo la policía local.
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30 de diciembre de 2018
El investigador argentino Denis Merklen analiza los chalecos amarillos en Francia
Las maneras de tomar la calle
El inesperado volcán que tomó las calles y copó los barrios ricos de París despertó un recuerdo en Francia, el de los piqueteros argentinos. Un sociólogo explora los paralelismos y destaca las diferencias.

Por Eduardo Febbro
Página12
Desde París

Emmanuel Macron terminó el año 2018 pintado de amarillo. Surgido desde las profundidades sociales del país, la revuelta de los chalecos amarillos trastornó en apenas un mes su mandato, al tiempo que inauguró en Europa una forma de acción social inédita. Los protagonistas son actores sociales que hasta ahora no habían provocado grandes terremotos. Los chalecos amarillos se desplegaron en todo el territorio, trasladaron la confrontación a la capital, concretamente a los barrios ricos, introdujeron la variable ecológica en el debate, llevaron a lo más alto la denuncia de la desigualdad fiscal y social, impugnaron los excesos de la riqueza y el liberalismo y obligaron al gobierno a retroceder. Todo en un tiempo breve, intenso, imprevisto, mágico a veces. Un tiempo que dejó afuera a los partidos políticos y los sindicatos. Francia se pregunta ¿y ahora qué pasará?

La respuesta vendrá en los próximos meses cuando se empiecen a deslindar las grandes incógnitas que han quedado plantadas en el corazón del país: ¿hasta dónde el movimiento de los chalecos amarillos es un freno a la aplanadora liberal que barre Europa ? ¿Quién sacará el mejor provecho electoral de este poderoso movimiento popular?

En esta entrevista realizada en París con el investigador argentino Denis Merklen se trata de ver entre tantas luces y tantas sombras. Sociólogo, profesor en el IHEAL (Instituto de Altos Estudios de América Latina), Denis Merklen es un reconocidísimo especialista de los movimientos populares. Autor de varios ensayos y responsable de ediciones criticas, Merklen ha trazado en sus investigaciones un paralelismo entre los movimientos populares de Francia y la Argentina: “La diagonale des conflits: Expériences de la démocratie en Argentine et en France”, Editions de l’IHEAL 2018; “Les classes populaires, sujet politique”, “Después de la violencia. El presente político de las dictaduras pasadas”, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2017; “Bibliotecas en llamas: Cuando las clases populares cuestionan la sociología y la política”, Buenos Aires, Ediciones UNGS, 2016; “Individuación, precariedad, inseguridad. ¿Desinstitucionalización del presente?” , Buenos Aires, Barcelona, México, Editorial Paidós, 2013).

En el caso preciso de los chalecos amarillos, Merklen traza las analogías secretas entre el movimiento de los chalecos amarillos y los movimientos populares argentinos al tiempo que retrata la composición, los orígenes y los posibles caminos políticos de los chalecos amarillos.

–¿Cuál será el mejor acercamiento para entender el levantamiento de los chalecos amarillos ? Revuelta contra la desigualdad, revuelta ecológica, contra las clases adineradas, contra la globalización.

–Se trata de un movimiento popular donde se mezclaron muchas cosas. Fue desencadenado por una protesta fiscal que se opuso con vehemencia al aumento del precio de la nafta. El primer impulso de este movimiento lo activó una fracción de las clases populares de Franciaque depende mucho del auto y cuyas condiciones de vida se veían afectadas. Eso es lo que funcionó como desencadenante. Pero, en lo fundamental, se trató de un movimiento de protesta por el deterioro de las condiciones de vida y de consumo. Fue mucho más que une reivindicación sectorial. Hay un fuerte sentimiento de injusticia social y también una demanda de democracia política. Estas cosas se fueron adicionando a medida que el movimiento surgía. Una de las características del amplio sector social que se movilizó radica en que, dentro de los grupos que componen a las clases populares, es probablemente el que se encuentra más alejado del Estado social francés. Son de hecho el grupo dentro de las clases populares que está más en contacto con el mercado. Por consiguiente, depende de su salario, es decir, del dinero. Están más expuestos al aumento de los precios, a la baja del salario o al deterioro de algunos servicios sociales.

–La presidencia de Emmanuel Macron y su política de corte muy liberal fue como el último eslabón que armó la cadena de la crisis.

–Sí, su presidencia agravó una situación que tiene muchas dimensiones. Por ejemplo, los movimientos sociales que intentaron oponerse a las medidas de corte liberal que se implementaron con esta presidencia y las dos anteriores, François Hollande y Nicolas Sarkozy, fueron, en general, derrotados rotundamente. Los últimos dos episodios fueron la reforma del código del trabajo y la de la empresa nacional de ferrocarriles, la cual es un bastión de las luchas populares francesas. Esta derrota de los movimientos sociales explican mucho el sentimiento de distanciación y autoritarismo. Esas derrotas descalificaron a los movimientos sociales tradicionales, los cuales aparecen como poco eficaces. Hubo muchas movilizaciones en el espacio público pero no obtuvieron lo que querían. Por otra parte, la llegada al poder de Emmanuel Macron es una llegada orquestada por un grupo de tecnócratas, de técnicos de alto vuelo que tienen redes de pertenencia muy sólidas entre las grandes empresas. Este grupo joven y en armonía con la globalización decidió pasar por encima de los viejos partidos políticos, tomar el poder por si solos y aplicar las medidas para que Francia avanzara hacia el liberalismo. En ese avance aparecieron como profundamente arrogantes, sordos, desconectados de la realidad y del pueblo. Esto es lo que agudizó el sentimiento de autoritarismo y de injusticia.

–Los chalecos amarillos surgieron de una Francia real pero oculta y se impusieron en el espacio público sin el respaldo de los estructuras de protesta tradicionales.

–Ninguna de las estructuras organizadas que tiene Francia tiene incidencia en este movimiento. Esto le dio muchísima fuerza y probablemente le significará un límite. Los chalecos amarillos son más un movimiento de ocupación del territorio que de ocupación del espacio público. En Francia, los cortes de ruta no son ninguna novedad, han sido muy practicados, sobre todo por los campesinos, pero nunca con tal amplitud ni con tal velocidad.

–Aquí es donde se llega a un punto convergente con algunas luchas sociales en la Argentina.

–Sí. Este movimiento de los chalecos amarillos recuerda al movimiento de los piqueteros tal y como se estructuró en los años 90 del menemismo en la Argentina. Los chalecos amarillos, como los piqueteros, parecen ser la voz confusa que dice: ustedes están yendo hacia el futuro en un proceso de progreso de la sociedad y del Estado pero ese proceso nos deja afuera. Recordemos que en la Argentina de aquella época los sindicatos y los partidos parecían no cortar ni pinchar en las decisiones del gobierno y el Estado. Es allí donde el movimiento piquetero salió a cortar la ruta. Ahí se da un parecido con la Argentina: si en la marcha en la que ustedes se mueven no hay lugar para nosotros, tampoco lo habrá para ustedes. Cortamos la ruta para todo el mundo. Otro de los éxitos de los chalecos amarillos comparado con la Argentina consistió en la capacidad de instalar une relación de fuerzas, una pulseada de poder. No fue sólo la manifestación de una idea o de un pedido al gobierno. Hay con todo una diferencia con el movimiento argentino. Los piqueteros tenían detrás un muy largo y sedimentado movimiento de lo que se llamó las organizaciones territoriales. En Francia no hubo eso.

–No hubo en la Argentina el episodio crítico de la ocupación del Arco de Triunfo en París.

–Esa ocupación fue espectacular. La violencia que la acompañó manifestaba la bronca de la gente por la sordera del gobierno durante las primeras semanas de la movilización. Esto terminó por sensibilizar al resto de la población. Se puede decir que, como los piqueteros en la Argentina, el grupo movilizado era muy pequeño. Los sindicatos movilizaron tres millones de personas contra la reforma de la jubilación mientras que los chalecos amarillos no llegaron ni al 10 por ciento de esa cifra. Sin embargo, la aceptación popular de los chalecos no tuvo límites.

–De alguna manera, los chalecos amarillos salieron a la calle con una legitimidad indestructible.

–Sí, y eso es porque, hasta ahora, las protestas sociales podían ser expulsadas hacia fuera del espacio del de la ciudadanía. Eso ocurrió por ejemplo en 2005 con la revuelta de las periferias urbanas, donde se albergan los migrantes que llegan a Francia. El discurso de entonces, muy expuesto a la percepción racista, consistió en decir: son jóvenes, delincuentes, árabes, negros, queman coches, tiran piedras y no son franceses, lo que era falso porque eran plenamente franceses. Eso le permitió al gobierno expulsarlos hacia fuera del espacio de la ciudadanía. Por sus características, los chalecos amarillos no son jóvenes, no son delincuentes, no son narcotraficantes, no son desocupados, ni árabes, ni negros. Entonces, fue muy difícil sacarlos del pueblo porque estaban en el corazón de la ciudadanía. El gobierno llegó totalmente desarmado de toda posibilidad de correrlos, tanto más cuanto que ni siquiera obedecían a ninguna ideología u organización. Era muy difícil descalificarlos. El gobierno quedó maniatado, se vio obligado a dar una respuesta porque no había manera de descalificarlos socialmente: era gente que trabajaba y que no pedía más que justicia y un poquito más de aire para respirar.

–Los chalecos amarillos acumulan acciones inéditas. Lo que pasó en Paris fue único: hasta que ellos irrumpieron, las manifestaciones y los saqueos tenían lugar en los barrios populares, en la Plaza de La Nación, de La República o La Bastilla. Esta vez, el choque mayor se produjo en el barrio de los ricos. Nunca se había visto algo así. Los chalecos amarillos hicieron de París el escenario de la confrontación contra la opulencia.

–Así como el Mayo del 68 fue novedoso porque los hechos ocurrieron en el Barrio Latino, en La Sorbona y en el Boulevard Saint Michel, que eran lugares nada frecuentes para la protesta social, este movimiento de los chalecos amarillos innovó y provocó una enorme sorpresa dirigiéndose al Arco de Triunfo y a los Campos Elíseos. El Arco de Triunfo es un monumento a la gloria del Ejército francés, pero alrededor de él se encuentran los sectores más ricos y más poderosos de la sociedad francesa, e incluso a nivel internacional. También a un paso de allí está el palacio presidencial y muchos ministerios. Entonces, la llegada de este movimiento provincial que se va allí, al corazón del lujo, de la riqueza, del turismo y la opulencia, era una manera de ir a descargar su bronca frente a la prepotencia de los ricos. Sin lugar a dudas,este fue un movimiento de denuncia muy fuerte de los excesos de la riqueza y el poder. Desde este punto de vista, se parece mucho a lo que los historiadores y los sociólogos hemos llamado “la defensa de una economía moral”. Esto quiere decir que hay reglas en las desigualdades que pueden ser aceptadas y también injusticias que todos aceptamos como consecuencia de los pactos sociales, pero, en determinado momento, esas reglas se rompen. Aquí se le esta diciendo al gobierno, a los sectores ricos y a las grandes empresas “ustedes están rompiendo las reglas del juego y nosotros no vamos a quedarnos de brazos cruzados mirando cómo ustedes establecen nuevas reglas del juego”. No es ajeno a esto que el patronato y las grandes empresas aceptaron inmediatamente distribuir dinero porque se dieron cuenta de que había algo allí que se estaba rompiendo, que podía ser peligroso tanto más cuanto que el gobierno no estaba en condiciones de manejar solo la crisis social que esta movilización estaba desatando. Recuerdo una frase del ex presidente argentino Eduardo Duhalde cuando dijo “con la gente no se jode”. Aquí apareció algo que se parecía mucho a “la gente”. No eran obreros, ni inmigrados, ni desocupados, ni funcionarios: era la gente.

–El otro tema que atravesó la revuelta es la ecología.

–En todos los sectores de la sociedad francesa hay una clarísima conciencia del problema ecológico. Hay una necesidad de cambiar de modelo de desarrollo y de consumo. Pero el problema está en que hay que encontrar energía barata para que la gente pueda acceder al consumo y mejorar su vida. Pero la paradoja es que, al mismo tiempo que hay que salir del motor, muchísima gente depende del auto para cada uno de los actos de su vida cotidiana. Por eso la ecología se coló en esta crisis y puede tener un efecto muy positivo porque, hasta ahora, la ecología estaba limitada a ciertas categorías de clases media, joven, ilustrada. En suma, gente muy cercana al electorado de Macron. Pero aquí aparece otra Francia. Por consiguiente, la necesidad de llevar juntos un programa social y un programa ecológico aparece como una oportunidad planteada por los chalecos amarillos. Este movimiento dice: no podemos ser nosotros los que paguemos el pato.

–Después de esta enorme sacudida, Francia se pregunta quién se llevará el premio en este año que comienza. En lo concreto, quién captará la atención electoral de ese sector popular del cual la izquierda y la social democracia están alejados.

–Existe el gran temor de que esta movilización favorezca electoralmente a la extrema derecha de Marine Le Pen. La salida electoral de esta crisis es con todo una incógnita. Los dos grupos políticos dominantes están desarticulados. Quedan, entonces, los dos grupos más fuertes: el gobierno y su proyecto liberal, y Marine Le Pen. Es la única que parece ser capaz de movilizar al electorado popular. Esas clases populares pueden ser reaccionarias, lo que en la Argentina no es muy difícil de entender porque han convivido dentro del peronismo sectores populares y que al mismo tiempo son profundamente reaccionarios. En Francia ocurre algo similar. Lo que pasa es que en el contexto tradicional de Europa es más difícil de entender porque aquí las clases populares fueron de izquierda. Pero para un argentino no es muy difícil de entender. En Francia, el movimiento de Marine Le Pen se mueve en ese sentido. Aquí, muchos analistas están mirando al peronismo y a los estudios históricos sobre el peronismo para tratar de entender a los movimientos que aquí se llaman populistas y que están muy pegados a la ultraderecha. El gobierno apunta por ahora a que esto sea apenas un obstáculo que hay que sortear. El movimiento no parece tener por ahora la fuerza de parar el modelo europeo de destrucción del Estado social. Puede, sin embargo, significar un límite. El gobierno está apostando muy peligrosamente por el crecimiento de la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional (ex Frente Nacional). Aquí la analogía con la Argentina es otra vez interesante. El gobierno de Kirchner apostó durante mucho tiempo a que su enemigo fuera Macri pensando que un movimiento porteño y de clase media nunca le iba a ganar al peronismo. Pero terminó pasando. En Francia puede ocurrir algo similar con la extrema derecha.

efebbro@pagina12.com.ar
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No es una ideología, es una época
Los chalecos amarillos, como destilación del populismo, señalan que Macron no frenó la oleada sino que ha sido solo una pausa

El País
30 DIC 2018

La pelea por las palabras nunca ha sido inocente. Al contrario, su significado suele actuar como proyectil, cebo, señuelo e incluso presa de los combates por el poder, arma y estandarte, en definitiva. El populismo es una de ellas. Casi nadie escapa al adjetivo descalificativo, de forma que a estas alturas su devaluación es extrema.

No es una ideología, es una época Los ‘chalecos amarillos’, efecto de la globalización; por Christophe Guilluy

El populismo ha sido la moneda más corriente en este año que termina. A veces con adjetivos: de derechas, de izquierdas, con el prefijo de nacional o con el añadido de fascista. Desde que surgió la idea, y sobre todo desde que se le situó bajo el microscopio de sociólogos, economistas o politólogos apenas hace un siglo, sabemos que nunca ha sido una ideología sustantiva, sino que ha acompañado a otras ideologías fuertes.

Su último avatar, los chalecos amarillos franceses, sin líderes, sin organización y sin identidad ideológica, tienen la pureza de una destilación. Con la ironía de que se revuelven contra Emmanuel Macron, alguien que precisamente llegó a la presidencia a lomos de un corcel tan populista como es la superación de los partidos y de la división entre derecha e izquierda, aunque gracias a la osadía de su cabalgada centrista bajo una bandera europeísta y antipopulista.

Los chalecos amarillos no son los únicos que han señalado el carácter episódico de la victoria de Macron. Ahí están el doble éxito de la antipolítica en Italia, con un Gobierno de coalición de sus dos populismos, el xenófobo y el antieuropeísta; el ascenso del partido enemigo de la inmigración Alternative für Deutschland; la resonante victoria de Jair Bolsonaro en un país de tanto peso como Brasil, o la irrupción de Vox en Andalucía. Macron no fue el final de la oleada sino una pausa.

Las élites de todo tipo, no tan solo las del dinero, están en cuestión en todo el mundo. Los motivos no tan solo no faltan —las desigualdades más visibles sobre todo— sino que crecen. El populismo todo lo impregna y a todos atrae e interesa. Algunos, a derecha e izquierda, incluso lo reivindican. Puede que sean los más contemporáneos: ya que la época es así, seamos como es la época.

Nada explica mejor su fuerza que el uso de las redes sociales, tan características de nuestro tiempo. ¿También es populismo el MeToo feminista? Cuando todo es populista, nada es populista, y corresponde afinar algo más antes de utilizar la palabra como proyectil. Importa especialmente para que las palabras sirvan para entender lo que sucede en vez de contribuir a aumentar la confusión.