Una gestión democrática de la sanidad es posible, en comunidad, sin estado y sin mercado.

Cuando hablamos de medicina, partimos de que la medicina farmacéutica no es la solución. Es todo lo que hay antes de lo farmacéutico, nuestra forma de vivir, pero también usar la investigación para encontrar soluciones a enfermedades graves o necesidades para una cirugía adecuada. No debería tratarse del dinero o de la medicación como una forma de obtener beneficios. Se trata de compartir y cuidar los unos de los otros, conectar las decisiones a un marco más general.



Una gestión democrática de la sanidad es posible

Un año después del inicio oficial de la pandemia*, desconocemos muchos aspectos del Covid, sin embargo la crisis ha permitido visualizar la exclusión, en la práctica, de un nuevo sector tras el de los inmigrantes “irregulares”: los cerca de 366.633 mayores internados en residencias, que pese a disponer de TSI (tarjeta sanitaria individual), han devenido en material de desecho de esta sociedad del siglo XXI.

Si a la masacre en las residencias le sumamos la falta de atención a otras patologías, el cierre de centros, la aceleración del deterioro del Sistema Nacional de Salud, paralelo al bombardeo mediático de seguros privados, nos encontramos con un negro panorama. Frente a esto, los sectores de la “izquierda del capital” centran las culpas en una supuesta “gestión suicida” de los políticos conservadores, prometiendo que, con un cambio de gestores y un incremento del gasto público, la situación se enderezará, cuando lo que es urgente es comenzar a debatir sobre otro modelo sanitario.

Otra gestión de la sanidad, democrática, es posible. Y es en los períodos de crisis cuando las necesidades básicas de la población dejan de estar cubiertas, mostrando la cara real del Estado, cuando surgen explosiones de protestas incontroladas, aquellas que escapan a su gestión por las organizaciones institucionalizadas; cuando se dan escenarios que pueden permitir avances sociales. El abandono por parte del Estado de determinados servicios para aquellos sectores de población “excedentarios”, son los que permiten desplegar nuevas propuestas que cuestionen el statu quo dominante, y recuperen relaciones horizontales que permitan la creación de espacios de gestión democrática.

Grecia

En el entorno europeo, el caso griego es el más significativo. Los sucesivos ajustes de la década pasada dejaron a más de 3 millones de griegos -de un total de 11 millones-, y alrededor de 700.000 inmigrantes “irregulares”, sin asistencia sanitaria (solo tenían acceso a atención de emergencia).

Ante una crisis sanitaria sin parangón, surgieron movimientos de base que se pusieron como objetivo ofrecer asistencia a los excluidos. Cientos de profesionales voluntarios, participaron en la creación de hasta 137 “clínicas y farmacias sociales”, gestionados desde las asambleas de barrio, lo que desde CAS difundimos desde el primer momento, aunque no llamaron la atención de los medios informativos hasta mucho más tarde. Establecieron incluso “espacios” para trabajar con la población aspectos relacionados con actividades preventivas, y de denuncia contra los “productores de enfermedad”.

En el caso de las farmacias sociales, se instauraron incluso sistemas para que los pacientes pudieran ver si tenían disponible la medicina que necesitaban, mientras en una segunda base de datos se seguía el movimiento de los fármacos, de modo que se borraban de la reserva y se registraba qué médico lo prescribió y qué paciente la tomó.

Pero la experiencia no se quedó en crear una red de consultorios alternativos. En los momentos más álgidos, trabajadores sanitarios se enfrentaron al Estado por todo el país, negándose a aplicar los copagos existentes mediante la convocatoria de “semanas de acceso libre y gratuito a todos los servicios del SNS”, bloqueando el cobro a los pacientes, instaurando por tanto los tratamientos gratuitos. Incluso avanzaron más allá, como sucedió en Kilkis (Macedonia), donde ocuparon el hospital y lo gestionaron mediante comités de trabajadores elegidos por la asamblea (“tomamos los hospitales y los dirigimos nosotras y nosotros mismos, a nivel de trabajo todo siguió igual, conocemos nuestro trabajo”, afirmaron entonces).

La asamblea del hospital de Kilkis realizó un llamamiento al resto de centros de país para extender las ocupaciones ante la propuesta del gobierno de cerrar 50 hospitales de los 132 existentes en el país. Esta experiencia de cuestionamiento de la jerarquía y de reapropiación del hospital fue abortada por todo el aparato estatal, confluyendo en la represión de la derecha, la izquierda institucional y los sindicatos oficiales. El peligro de contagio era claro y había que acabar con una experiencia que demostraba que había otra forma de atender a la población y de gestionar lo común, mejorando la accesibilidad y el funcionamiento de los centros sanitarios. Aunque años más tarde, en 2016, se modificó la legislación, recuperando el acceso para todas las personas, y el deficiente funcionamiento de lo que quedó del sistema sanitario griego ha permitido que parte de las clínicas continúen funcionando, en muchas ocasiones centrando sus esfuerzos en la población inmigrante y los refugiados llegados en los últimos años.

Latinoamérica

Donde el Estado y el capital no han penetrado aun y sobreviven espacios de autonomía para lo colectivo, encontramos otros ejemplos. Como explica Raúl Zibechi, son territorios de emancipación y en resistencia, que pueden considerarse como espacios donde predominan los valores de uso frente a los valores de cambio. Tienen por lo menos dos elementos en común: los sujetos colectivos han recuperado tierras y otros medios de producción, y las decisiones se toman horizontalmente, con niveles de autonomía muy superiores a los que pueden alcanzar sectores obreros, incluidos los de las actuales fábricas recuperadas.

Así, en Chiapas, los zapatistas han pasado los últimos 27 años organizando sus comunidades de manera autónoma del Estado en todas las esferas de la vida, desde el sistema de gobierno, a la justicia, la educación, la salud, o la producción colectiva. En sanidad, las zapatistas combinan la atención alopática con la medicina tradicional. Por un lado, se encuentran las promotoras de salud locales, que reciben capacitación por parte de otras promotoras más experimentadas y por personal sanitario voluntario, y por otro hierberas, parteras y hueseras. Estás ultimas representan un primer nivel de atención para la salud en el ámbito local, integrado en las casas de salud, las clínicas autónomas y en el quehacer diario de las promotoras de salud. Es decir, además de recibir formación específica en medicina alopática, reciben formación de nociones básicas de medicina tradicional y la aplican en su cotidianidad en las consultas de las Clínicas Autónomas.

Para las bases de apoyo zapatistas, la Salud Autónoma supone una alternativa a la atención sanitaria del mal gobierno (Sistema Público de Salud), en el que de manera reiterada y sistematizada reciben maltrato y humillación. Se trata de una salud comunitaria, construida en base a la cultura y la experiencia de las comunidades y se sostiene a partir del trabajo comunitario, pues todos los agentes de salud realizan su trabajo en clínicas y en domicilios como parte de su trabajo para su comunidad y la comunidad les exime de otros trabajos, así como les aporta cosecha y otros productos necesarios para subsistir.

El tratamiento más avanzado está disponible en clínicas como la de Oventic, que ofrece cirugía básica, atención dental, ginecológica y oftalmológica; alberga laboratorio, taller de hierbas, camas para ingresos y ambulancias. Los comités de coordinación de salud, existen en cada nivel del gobierno, lo que garantiza la participación de las comunidades en la administración del sistema. Con aportes de la solidaridad internacional, construyen y equipan las otras clínicas, que cuentan con servicios de consulta 24 horas.

En los últimos meses, ante la epidemia del Covid, los zapatistas eligieron la prevención: “Es un planteamiento claramente estratégico: no tener movilidad para impedir la difusión del virus y tener capacidad de atender localmente, en cada punto donde hay un promotor de salud”.

En Colombia, durante la pandemia, el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC ), que agrupa alrededor de 200 mil personas de ocho grupos étnicos, decidió una “Minga Hacia Adentro”, con el objetivo de fortalecer las comunidades a través de la armonización entre personas y con la naturaleza, profundizar la autonomía alimentaria, diversificar los cultivos y revitalizar las autoridades propias. Cerraron el territorio movilizando 7.000 guardias indígenas que controlan 70 puntos de ingreso y salida de los resguardos.

En Venezuela, Cecosesola (Cooperativa Central de Servicios Sociales del Estado Lara), red de comunidades que se extiende en cinco estados de Venezuela, con algo más de 20 mil asociados, crearon el Centro Integral Cooperativo de Salud (CICS), con el que están coordinados seis centros de salud barriales, y gestionan la funeraria más grande de la región.

La misma filosofía que les permitió convertirse en el principal distribuidor de alimentos de la región, la aplican en el CICS. Trabajan en medicina general, pediatría, ginecología y doce especialidades más, cuentan con laboratorios clínicos y servicios de ecografía y atienden 200.000 personas entre socios y no socios. La gestión se basa en reuniones semanales abiertas en las que participan los trabajadores, así como los médicos del Centro de Salud. Al promover la participación de los médicos en las reuniones se busca transformar la relación médico-paciente, y abrir un espacio de diálogo entre ciudadanos y profesionales de la salud, en un sector de actividad donde tradicionalmente el médico ocupa una posición dominante. Todos participan en las asambleas semanales que se encargan de gestionar el CICS. De este modo, el poder médico queda desarticulado por el empoderamiento de los colectivos sanitarios.

Rojava

En Rojava, la descentralización del poder mediante el modelo de comunas, donde vecinas y vecinos se organizan para resolver sus problemas, busca solucionar colectivamente los problemas cotidianos. Los consejos municipales suponen una alternativa al centralismo de los modelos de Estado-nación, construyendo una sociedad diversa y plural.

Tras la última invasión de Turquía, en octubre de 2019, la mayoría de ONG que brindaban apoyo en materia sanitaria se retiró de la zona. La situación de guerra condiciona enormemente las necesidades médicas, y los hospitales militares son elementos a tener en cuenta a la hora de analizar el sistema. Hablar de sanidad estatal puede ser confuso aquí, pues el Estado Sirio cuenta con muy reducida presencia en Rojava. Los hospitales civiles son gestionados por un comité de salud y los hospitales militares por el comité militar de salud, vinculado a las FDS (Fuerzas Democráticas Sirias). Hay algunos ejemplos de cooperación con las estructuras leales al régimen de Bashar Al Assad, como es el caso de la unidad de diálisis del hospital civil de Haseke. A pesar de estas difíciles condiciones, se mantiene un sistema sanitario que combina los hospitales militares y civiles, con comités locales de salud vinculados a las estructuras municipales.

Heyva Sor a Kurdistan (Luna Roja de Kurdistan) ha sido el principal actor a la hora de organizar la asistencia sanitaria y la coordinación con las pocas organizaciones internacionales presentes. Una de estas, Cadus, reporta sus actividades y proporciona algunos datos sobre la infraestructura existente en Rojava. El objetivo es proporcionar atención médica gratuita o de muy bajo costo. De los 700 médicos que había originalmente en los tres cantones de Rojava, sólo quedan unos 100. Heyva Sor dispone de un reducido número de personal especializado y más de 200 voluntarios que trabajan de forma no remunerada, recibiendo formación y capacitación para luego incorporarse como personal especializado. Desde hace años sanitarios internacionalistas se han incorporado, lo que ha facilitado la cooperación internacional en infraestructuras, y se han construido nuevos hospitales como el de Qamislo, Kobane, Haseke o Til Temir.

Sanidad en tiempos de guerra

Tras la victoria contra el Daesh una enorme cantidad de territorios se han unido a la autoadministración democrática, trayendo nuevos retos y dificultades. También la existencia de campos de refugiados o de detención, conlleva enormes dificultades sanitarias. Las fuerzas del régimen despliegan un rígido embargo alrededor de estos campos, a lo que hay que sumar las desmedidas tasas que imponen para suministrar comida y medicamentos necesarios, llegando a cobrar 10.000 dólares por cada camión que accede a los campos. La UNCHR (United Nations High Commissioner for Refugees) no presta ningún apoyo a estos campos, aunque sí lo hace de forma reducida a los demás campos en los territorios de la autoadministración.

Hay enormes carencias. No hay ecocardiograma Doppler, ni diagnósticos de CT o MRT. Los diagnósticos de laboratorio se reducen al mínimo, con excepción quizás del hospital de Haseke. Solo hay 35 camas de cuidados intensivos en toda Rojava. Los suministros médicos son limitados, y a pesar de acceder a medicamentos de producción siria, los fármacos especializados son prácticamente imposibles de conseguir. Se importan ciertos fármacos para pacientes crónicos, o trasplantados de riñón desde la zona del Gobierno Regional de Kurdistán en Iraq, organizando también su distribución gratuita entre quienes lo necesitan.

En la actualidad, en este periodo de relativa estabilidad militar, se está produciendo un auge de la medicina privada que puede influir en el desarrollo sanitario de la región.

Crisis del Covid en Rojava

La pandemia obligó a activar improvisados protocolos de respuesta, toques de queda y restricciones de la movilidad. Se planificó la construcción de nuevos emplazamientos especializados, como el nuevo hospital para covid-19 de Qamishlo. La falta de ventiladores para respiración asistida fue suplida con su fabricación mediante impresoras 3D. Se compraron máquinas de análisis de PCR, así como suministros de mascarillas y equipos de protección. El centro de información de Rojava elaboró informes sobre la situación de manera regular.

El bloqueo curiosamente ayudó a contener la propagación del virus. El número de casos contabilizados ha sido reducido (unos 10.000), y el número de muertes apenas 70 a finales de 2020. Cabe remarcar que mucha población no acude de forma regular a los hospitales por casos no graves, y la capacidad de efectuar test ha sido relativamente limitada. Otro dato a tener en cuenta es el escaso peso de la población envejecida en la pirámide de población. Esta combinación de factores ha contribuido a que la pandemia pasara prácticamente inadvertida en esta región, donde la mascarilla, la distancia de seguridad o los toques de queda no han sido más que meras recomendaciones para la población.

La salud como proyecto político

Como recogen en el documental Neither State Nor Market: Communal Health Care In Rojava, “el problema es que antes de la revolución había una conexión profunda entre la salud y el poder del estado. Así que estamos construyendo un nuevo sistema con una nueva base, tratando de eliminar esta conexión. La salud es una de las áreas clave que está representada por estructuras e instituciones específicas en el nuevo sistema. Entonces, los principales objetivos para la salud son: Primero, resolver el problema de las relaciones entre la salud y el poder. Segundo, hacer una crítica y reconstrucción de la relación entre la sociedad y los médicos. Y tercero, devolver la propiedad de la salud a la sociedad”.

El modelo de atención de salud comunitaria busca combinar la tecnología e investigación médica con la medicina natural tradicional, sin descontar el valor de ninguna de las dos. Un asunto crucial para los comités de salud es la prevención de enfermedades, pues ven como los estados gastan toneladas de dinero en el tratamiento de enfermedades, pero no invierten los mismos recursos en la prevención: “El sistema estatal ve a la sociedad como si estuviera enferma y necesitara ser curada, pero es el sistema en sí el que es la enfermedad de la sociedad”.

Jiyan, médica indonesia-alemana, nos contaba: “Cuando hablamos de medicina, partimos de que la medicina farmacéutica no es la solución. Es todo lo que hay antes de lo farmacéutico, nuestra forma de vivir, pero también usar la investigación para encontrar soluciones a enfermedades graves o necesidades para una cirugía adecuada. No debería tratarse del dinero o de la medicación como una forma de obtener beneficios. Se trata de compartir y cuidar los unos de los otros, conectar las decisiones a un marco más general”.

Un ejemplo esperanzador es la clínica de salud “Sifa Jin”, situada en Jinwar, el pueblo de las mujeres. Merivan, doctora gallego-catalana que trabajó durante meses allí, describe así el proyecto: “Es un centro de salud y curación para mujeres y niños basado en la medicina natural y moderna, y ha sido una parte fundamental de la aldea desde el comienzo de la construcción de Jinwar. Además de todas las demás áreas de nuestras vidas, queremos organizar y dar forma a nuestra atención médica y, por lo tanto, también ser un ejemplo para todos los lugares donde las mujeres buscan alternativas a los sistemas de atención médica anteriores”.

FUENTE: Juan Antonio Gómez Liébana – Awal – juan Merino Castrillo – Rok Brossa / El Salto Diario / *Fecha original de publicación: 20 de marzo de 2021