Una guerra que huele a petróleo

La invasión de Ucrania por Rusia y la catarata de represalias que desencadenó en Europa, Estados Unidos y otros países dejan muy en claro el papel central que siguen desempeñando los hidrocarburos. Estamos ante sociedades adictas al petróleo, tan dependientes que las sanciones evitan afectar las importaciones europeas de gas ruso. El 40 por ciento del consumo de gas de la Unión Europea (UE) proviene de aquel país, y naciones como Polonia, Finlandia y Alemania son muy dependientes. Eso explica que las medidas comerciales o financieras –como cancelar el acceso a la intermediación bancaria de la Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales– no incluyan a los bancos utilizados para pagar el gas que vende Rusia.



Una guerra que huele a petróleo
 
La invasión de Ucrania por Rusia y la catarata de represalias que desencadenó en Europa, Estados Unidos y otros países dejan muy en claro el papel central que siguen desempeñando los hidrocarburos. Estamos ante sociedades adictas al petróleo, tan dependientes que las sanciones evitan afectar las importaciones europeas de gas ruso. El 40 por ciento del consumo de gas de la Unión Europea (UE) proviene de aquel país, y naciones como Polonia, Finlandia y Alemania son muy dependientes. Eso explica que las medidas comerciales o financieras –como cancelar el acceso a la intermediación bancaria de la Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales– no incluyan a los bancos utilizados para pagar el gas que vende Rusia.
No puede esconderse que estamos ante la triste ironía de que ese consumo europeo de gas estaría financiando las aventuras militares de Moscú. La exportación de recursos naturales desde Rusia, que en su enorme mayoría descansa en los hidrocarburos, alcanzaba en 2020 los 64.000 millones de dólares, mientras que su gasto militar era de 61.000 millones. En un diabólico abrazo, la dependencia europea del petróleo permite financiar sus misiles, sus tanques y sus balas. La adicción petrolera también transformó a Rusia, que ya no es una superpotencia económica (en ese ranking ocupaba el puesto 11 el año pasado, entre Corea del Sur y Brasil). El país se convirtió en un enorme exportador de recursos naturales, mientras que, proporcionalmente, se desindustrializaba. En más de dos tercios, su canasta exportadora descansa en hidrocarburos, minerales y otros commodities; por ello su estructura es similar a la de otras naciones proveedoras de materias primas.
La explotación petrolera se hace con toda pasión. Rusia ocupa el tercer puesto en la lista de países que extraen petróleo (más de 11 millones de barriles por día), el segundo en la exportación de ese combustible medida en términos monetarios (más de 72.000 millones de dólares) y el primero cuando se la evalúa en términos físicos (casi 8 millones de barriles por día). Su principal comprador es China (20 por ciento), pero, si se agrupan las compras de los países de la UE, estos alcanzan una proporción mucho mayor de la compra (45 por ciento). Entonces, así como los europeos necesitan del gas ruso, Moscú depende del dinero de esas ventas. Esto explica cómo, poco a poco, la política, de uno y otro lado, queda atrapada con el petróleo.
El gobierno alemán del socialdemócrata Gerhard Schröder firmó el acuerdo por el gasoducto Nord Stream 1 con Vladimir Putin en el último año de su período (2005). Cuando Schröder perdió el gobierno, pasó a ser directivo de la empresa de ese gasoducto, subsidiaria de la petrolera rusa Gazprom. Más adelante también se sumó a la otra gran corporación petrolera rusa, Rosneft. Estos ejemplos no resultan ajenos a América Latina, donde los progresismos igualmente se sumergieron en negociaciones petroleras. El margen de maniobra de los europeos para independizarse del gas ruso es todavía más acotado, por sus políticas de privatización y mercantilización energética. En el caso alemán, la empresa que administra las reservas de gas, que serían esenciales para enfrentar tanto los altos precios como un posible bloqueo de Moscú, también es subsidiaria rusa. Entonces nadie puede sorprenderse al saber que el stock de reservas está en sus mínimos desde el año pasado.
La adicción al petróleo hace que varios gobiernos vean esto como una crisis de suministro pero no estén dispuestos a abandonarlo. Es por ello que Washington suspende las compras a Rusia, pero, a la vez, coquetea con reducir las sanciones y las restricciones para Irán y Venezuela, de modo que sirvan como proveedores alternativos. Asimismo, aumenta la presión para que Washington retome la explotación petrolera en Alaska y flexibilice los controles sobre el fracking, la agresiva técnica para extraer hidrocarburos no convencionales. Al tambalearse los mercados globales de hidrocarburos, enseguida se ve afectado todo el comercio global de materias primas, lo que alcanza directamente a América Latina. Está afectada la provisión de fertilizantes, lo que enciende las alarmas en países como Brasil y México. La segura caída de la exportación de trigo desde Ucrania repercutirá en el precio de este cereal y sus derivados en nuestro continente.
El indicador global de los precios del conjunto de materias primas clave –desde el cobre hasta la soja– en los últimos días ha alcanzado los más altos niveles en los últimos cinco años. Los precios del oro, el carbón, el aluminio y la soja –todos recursos naturales extraídos de América Latina– tuvieron récords. A medida que avanza la guerra, aumenta la presión de Perú, Bolivia y Ecuador por ampliar la explotación petrolera en la Amazonia o reactivarla en Venezuela; asegurar más minería en países como Chile, Perú, Colombia y Bolivia, y seguir con los monocultivos de soja en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Esta voracidad extractivista depende de la adicción petrolera, por la que otra vez el continente latinoamericano aparece como un proveedor de materias primas. Para algunos será un buen negocio, pero tendrá un enorme impacto social y ambiental.